Louis Brauquier
Tierra adentro
Edición y traducción de Marie-Christine del Castillo
La Veleta. Granada, 2023.
Qué pobre sería una literatura si solo estuviera formada por
grandes nombres o por las figuras de actualidad, esos escritores que ocupan
cada semana las primeras páginas de los suplementos culturales. Andrés
Trapiello, al margen de otros más llamativos menesteres, quiso poner al
servicio de una literatura olvidada, marginada o incipiente, la colección La
Veleta, artesanalmente cuidada por él mismo, que ya se acerca a su número cien.
Su catálogo está lleno de secretas maravillas. La más reciente entrega corresponde
a un poeta francés, Louis Brauquier, nacido en 1900, que supo mantenerse al
margen de los escándalos y las algaradas vanguardistas del siglo XX y ello le
supuso un cierto marginamiento en los manuales. Ya se sabe —lo afirmó reiteradamente Borges—
que para pasar a la historia de la literatura es mejor firmar manifiestos y
formar parte de un grupo rupturista —ahí están los ultraístas o los novísimos—
que escribir buenos poemas en una tradición ya consolidada.
Louis Brauquier nació en Marsella,
cerca del puerto, fue capitán de la marina mercante, y el mar y la navegación
constituyen el tema central de sus primeros libros, publicados en los años
veinte. Son poemas llenos de nombres exóticos y de encanto, que alguien ha
comparado con las novelas de Josep Conrad y que la traductora, Marie-Christine
del Castillo, pone en relación con los versos marinos de José del Río Sanz,
herederos del modernismo y ajenos a fuegos de artificio experimentales. Alguna
vez nos recuerdan también al Álvaro de Campos de la “Ora marítima” o al Paul
Morand enamorado de todos los exotismos.
Pero hay otro Louis Brauquier además
del que añora Marsella desde los más lejanos puertos o nos habla de sus
compañeros o de las peripecias de la navegación y adorna sus versos con nombres
impronunciables: “El práctico está a bordo, ya se bajó el agente, / unos
remolcadores ayudan a virar, / y la noche de Australia, llena de estrellas
duras, / envuelve los oscuros muelles de Wooloomooloo”. Ese otro Louis Brauquier
es el de tierra adentro (la traductora lo prefiere y de ahí el título de la
antología), el que tras la jubilación se retira a una granja en la Provenza y
en ella practica, junto a la luisiana vida retirada, sus dos grandes pasiones,
la fotografía y la pintura, además de la poesía.
Los poemas últimos de Louis Brauquier
son con frecuencia descriptivos —“Pinturas” se titula una de las secciones de
su último libro publicado en vida, Fuegos de pecios (1970)— y están
llenos de días de invierno y viejos caserones. “El paisaje es un estado del alma”,
nos repetimos con Amiel al leer estos poemas que hablan de ocasos y vejez, pero
que no han envejecido nada. Cito, como ejemplo, “La casa retirada”: “Fuera, el
viento de invierno castiga los cipreses. / Los faroles castigan la penumbra /
de la sala en que un tronco de almendro se consume. / Y la música sacra se
exalta con la noche; / unas balsas perdidas nos llevan mar adentro / donde sin
cesar llaman las sirenas de Dios. / La brasa al estallar dora una espalda
rubia. / Si este sueño es la vida, que nadie me despierte”.
No ayuda, sin embargo, a apreciar
estos poemas la traducción. Conviene utilizarla solo como una apoyatura para
acercarse al original. Marie-Christine del Castillo es francesa y española,
perfectamente bilingüe, ha editado —en Renacimiento— a algunos de los mejores
poetas españoles contemporáneos, pero tiene una concepción sumamente extraña de
lo que es la traducción poética. Sin necesidad ninguna, junta y divide versos,
añade donde le parece insólitos encabalgamientos o cambia el orden de las
palabras. Veamos algunos ejemplos. “Le jour, la pluie tombait sur la mer
volcanique / et les cocoteraies”, escribe Brauquier, y la traducción dice:
“Cada día llovía sobre los cocoteros / y sobre el mar volcánico”. Tres versos
(“Il aime mieux se souvenir; / Trois doights levés sur l’Océan / Dans un
archipel invisible”) pueden convertirse en dos, con la desaparición de algún
adjetivo: “Prefiere recordar; tres dedos levantados / por encima del mar en
algún archipiélago”. Pero lo que más incomoda son los encabalgamientos
caprichosos que hacen terminar el verso en una palabra átona, como esa “Tendresse
en veilleuse au fond du silence, / Vol d’oiseaux migrateurs dan le ciel
étranger” que se convierte en “ternura
en vela al fondo del / silencio. Vuelo de aves migratorias / en el cielo
extranjero”.
No estaría mal, junto al sintético y
bien informado prólogo, una nota sobre los criterios de traducción, que a mi
parecer estropean —y no, naturalmente, por desconocimiento del idioma— tantos
poemas. Cuando Marie-Christine del Castillo se limita a traducir verso a verso
(sin cortarlos caprichosamente) y casi palabra por palabra es cuando más
acierta, como en “Rivalidad de las islas”.
Hay muchos poemas conmovedoramente memorables en Louis Brauquier. Cito algunos: “Nieve sobre el río de Shangai” (en China estuvo el poeta entre 1940 y 1947), “El armenio”, toda la serie de “El invierno” o “Pintura”. A Marie-Christine del Castillo —que ha dedicado más de una década a esta traducción— y a la siempre sugerente y casi clandestina colección que dirige el mediático Andrés Trapiello debemos agradecerles el descubrimiento de un poeta que quizá no cambió la historia de la literatura, pero que enriquece para siempre esa antología personal que va formando cada lector al margen de las modas y la erudición académica.
Lo de las editoriales españolas es de juzgado de guardia: la mayoría de los grandes poetas franceses (incluidos Baudelaire y Rimbaud) están mal editados y/o catastróficamente traducidos, el número de grandes escritores franceses no publicados en España es impresionante y hay gente que se dedica a publicar (y en traducciones caprichosas para más inri) poetas galos de 4ª o 5ª categoría, desconocidos en su propio país (y con razón).
ResponderEliminarBraquier más que poeta parece autor de letras de canciones cantadas por Henri Salvador...
Muy divertida tu rese/aña de Brauquier. Si, como tú dices, la traducción no ayuda a apreciar la poesía de Brauquier, será que la traducción es mala, lo mismo que si unos zapatos no sirven de ayuda para andar es que que son terribles (aunque también pudiera ser no sirvan porque uno no tiene piernas).
ResponderEliminarDelicioso, eso que esta traducción conviene utilizarla solo como una apoyadura para acercarse al original. ¡Qué delicadeza crítica la tuya!
Pero lo mejor nos aguarda cuando dices o confiesas que la traductora "tiene una concepción SUMAMENTE extraña de lo que es la traducción poética. SIN NECESIDAD NINGUNA, junta y divide versos (¡¡¡¡¡¡), añade donde le parece INSÓLITOS ENCABALGAMIENTOS (¡¡¡¡¡¡) o cambia el ORDEN (¡¡¡¡¡) de las palabras.
No sabía yo que era tan partidario del ORDEN, pero, en fin. Eso de "sin necesidad ninguna" me recuerda unos sabrosísimos versos de Fernández Moreno:
La costurerita
que dio aquel mal paso.
Y lo que es peor
sin necesidad.
Pero lo del mal paso yo te lo atribuiría a ti, más que a la costurerita. ¡Tú si que pareces tener un concepción sumamente extraña de lo que es la traducción poética! Pues al parecer, según tu opinión, solo se acierta cuando uno " se limita a traducir verso a verso (sin cortarlos caprichosamente) y casi palabra por palabra. Dentro de lo que cabe, incluso sin duda, es un mal menor que te dediques a hacer reseñas y no a traducir del francés. ABELARDO LINARES
No hablo en general, Abelardo, sino de una traducción concreta. Es en esta traducción donde solo se acierta (el poeta no es nada complicado en lo que a la sintaxis se refiere) cuando se traduce verso a verso y sin meterse a enmendar al poeta. Lee y lo comprobarás.
ResponderEliminarEs evidente que JLGM tiene toda la razón haciendo las objeciones que hace a la traducción de ese pobre Brauquier. A un traductor (a menos que sea J.J. Jiménez, capaz de hacer una versión muy personal) lo que se le pide es que traduzca sin errores el original y lo siga de cerca lo máximo posible. Y si hace variantes innecesarias e incomprensibles, que las explique en un prólogo o en notas.
ResponderEliminarSi Abelardo Linares no explica la necesidad de las variantes que hace Marie-Christine del Castillo es porque él tampoco las ve. En el ejemplo que da JLGM:
“Le jour, la pluie tombait sur la mer volcanique
et les cocoteraies”
“Cada día llovía sobre los cocoteros
y sobre el mar volcánico”.
no sólo no hay la mínima necesidad de cambiar el orden de los versos sino que tampoco la hay de traducir de manera inexacta. "Le jour" no es "Cada día". Si Brauquier hubiera querido decir "Cada día" hubiera escrito "Chaque jour". Como tampoco "cocoteraies" significa "cocoteros" sino "cocotales" [Cocotal. 1. m. Sitio poblado de cocoteros. DRAE] o, si la palabra suena demasiado exótica, "plantaciones de cocoteros". ¿Con qué derecho la traductora corrige a Brauquier? La traducción correcta de esos versos es, pues:
Por el día, la lluvia caía sobre el mar volcánico
y las plantaciones de cocoteros.
Abelardo Linares no explica tampoco los cambios en estos versos (sobre todo el de "invisible" por "algún", que transforma el sentido de los versos):
“Il aime mieux se souvenir;
trois doigts levés sur l’Océan
dans un archipel invisible”
“Prefiere recordar; tres dedos levantados
por encima del mar en algún archipiélago”.
Y menos aún este error gordo de traducción:
“Tendresse en veilleuse au fond du silence,
vol d’oiseaux migrateurs dans le ciel étranger”
“Ternura en vela al fondo del
silencio. Vuelo de aves migratorias
en el cielo extranjero”.
"En veilleuse" significa con sordina, suspendida momentáneamente, inactiva, en letargo. "En vela" significa sin dormir.
La buena traducción es, pues:
“Ternura en letargo en el fondo del silencio, [coma y no punto]
vuelo de aves migratorias en el cielo extranjero”.
Correciones:
EliminarSi Abelardo Linares no explica la necesidad de las variantes que hace Marie-Christine del Castillo es porque él tampoco LA ve.
Abelardo Linares no explica tampoco los cambios en estos versos (sobre todo el de "invisible" por "algún", que transforma su sentido)