Manuel
Moyano
Polvo
en los zapatos
Menoscuarto.
Palencia, 2023.
“El medio es el mensaje” afirmaba McLuhan. Más
acertado sería decir que el medio condiciona el mensaje. Muy diferente resulta un
diario íntimo no destinado a la publicación inmediata a otro que aparece
semanalmente en un periódico. El primero tiene, o puede tener, mucho de desahogo:
el diarista deja constancia de lo que en su vida pública, o privada, debe
callar; el segundo es consciente de que lo que dice puede ser replicado de
inmediato. Si Carlos Morla Lynch, de quien acaba de aparecer su fascinante Diario
de Berlín, que nos lleva a los prolegómenos y a los días iniciales de la
Segunda Guerra Mundial, ejemplifica el caso del diarista póstumo (aunque en
vida publicara una selección: En España con Federico García Lorca),
Manuel Moyano, con Polvo en los zapatos, representa muy bien al diarista
no vocacional, al que lo cultiva un tiempo por encargo como un género literario
más. El modelo en la literatura española lo representa Miguel Delibes, quien, a
petición de la revista Destino, fue publicando semana tras semana las
anotaciones –nada confesionales-- que luego reunió en Un año de mi vida (1972).
Manuel Moyano, a propuesta del director de La Opinión de Murcia, hizo lo
mismo entre enero de 2018 y enero de 2020. Aceptó el encargo como un desafío: “solo
la obligación, el compromiso harán que me siente a una mesa a encadenar
palabras; de otro modo, tal vez no volvería a escribir nada”.
No
todo lo que se publica en un periódico puede considerarse periodismo, esto es,
material perecedero, información de actualidad. El periódico resulta a veces
una antesala del libro, anticipa por entregas lo que se concibió como una
unidad: tanta narrativa decimonónica, las obras ensayísticas de Ortega y
Gasset, las de Azorín.
Muy
consciente de la diferencia entre literatura y periodismo, Manuel Moyano –según
nos indica en la notal final— ha descartado una quinta parte de lo publicado en
La Opinión por no tener más que un valor circunstancial y local. Llega
incluso a disculparse de que así desaparece el nombre de algunas de las
personas mencionadas en el periódico, con lo que nos indica lo que de crónica
social –un poco a la manera de las negritas de Umbral-- tenía esa primera
publicación. También afirma que no ha tratado de determinados temas –la
actualidad política, por ejemplo—porque otras secciones se ocupaban de ello.
¿Dé
que se nos habla este diario? De viajes, a veces de convencionales viajes en
grupo sin demasiado interés, como el inicial a Marruecos, y de otros más
personales. Los que yo prefiero no son los que le llevan a lugares exóticos
(tienen algo de guía turística), sino los que hace a pie o en bicicleta por las
tierras cercanas. Además de cultivar la narrativa, con varias incursiones en el
género fantástico, Manuel Moyano es autor de excelentes libros de viajes a la
manera noventayochista: Cuadernos de tierra, La frontera interior.
De la
vida literaria también se ocupa con insistencia. Presentaciones de libros,
talleres, asistencias a congresos, lecturas en centros escolares. Tienen estas
páginas un cierto interés sociológico. Ya no está tan clara, como en otros
tiempos, la diferencia entre los escritores que marchan a la capital y triunfan
y aquellos otros que se quedan en la provincia. Manuel Moyano entremezcla los
nombres de los que podemos denominar jugadores de primera división –Luis
Landero, Manuel Vicent, Luis Alberto de Cuenca—con abundantes jugadores locales
que antes no habíamos oído nombrar.
De
vez en cuando, se permite hacer un deliberado ejercicio literario: tomar el
primer autobús para Murcia –él vive en Molina de Segura--, sentarse en una
cafetería de la plaza de Santo Domingo y describir cuanto observe a su
alrededor, a la manera de George Perec. Abandona a las dos horas y media y,
aunque el resultado no es desdeñable, el lector se lo agradece.
Comprador
y lector compulsivo, abundan las referencias a libros viejos, las citas de
escritores, incluso nos deja constancia de una fuente del relato de Borges
“Funes el memorioso” que los especialistas han pasado de largo: un pasaje de El
extranjero de Albert Camus.
Menos
afortunado resulta cuando reflexiona sobre la decadencia del mundo
contemporáneo, el abandono del campo. Si ya la matanza del cerdo no se hace en
la calle (él ayudó en varias ocasiones a sujetar un cerdo mientras le hundían
“el cuchillo en el corazón y brotaba una fastuosa cascada de sangre”), no es solo,
ni principalmente, porque ahora se tienda a esconder la muerte “relegándola a
lugares asépticos e impersonales”. Arremete, por supuesto, contra los
“no-lugares” –según el manido término de Marc Augé--, que no son tales, sino
lugares de paso (aeropuertos, estaciones, gasolineras) o espacios donde se
reúne comercio y ocio, como en los centros comerciales, versión moderna de
ágoras, foros y zocos. ¿Que se parecen en los distintos países? No más que los
pisos donde vive la gente. Él, afirma orgulloso, prefiere para comer los
mesones y no las franquicias; no se ha dado cuenta de que los locales típicos
suelen estar llenos de turistas, mientras que los vecinos a menudo prefieren
las franquicias y los centros comerciales.
Mayor
interés tienen las anotaciones familiares, la vuelta a la Barcelona de su
juventud, los desgarros íntimos –como la muerte del padre-- en los que recurre,
como manera de distanciamiento, a la escritura en segunda persona.
Hay
libros para leer de la primera a la última página, este no es uno de ellos.
Publicado en un periódico, se lee como leemos el periódico: deteniéndonos en
algún artículo y pasando por alto otros o leyendo en diagonal.
Agilidad
y variedad caracterizan la escritura de Manuel Moyano, que gusta a veces de añorar
excesos etílicos, comidas sustanciosas como las de antes y de estar en contra
del puritanismo contemporáneo y del pensamiento único.
Sonrío
ResponderEliminarno entiendo mucho
Te dejo un abrazo desde Miami
No me perderé este libro. Manuel Moyano escribió en "La frontera interior" uno de los mejores libros de viajes que he podido leer.
ResponderEliminarJosé Mª Pérez / Jerez