Sobre mis propios
pasos
Angelina Gatell
Prólogo de Antonio
Colinas
Edición y estudio
preliminar de Marta López Villar
Bartleby. Madrid,
2023.
Marta
López Vilar dedica buena parte de su estudio preliminar sobre la poesía
completa de Angelina Gattell (1926-2017) a lamentarse del olvido al que la
condenó, como a tantas otras poetas de la generación del cincuenta y de las
anteriores, su condición de mujer. Pero más bien ocurrió lo contrario. El
olvido es lo habitual. Abundan los poetas que en los años sesenta tuvieron su
momento de gloria –premios de renombre, abundantes reseñas, inclusión en las
antologías-- y luego se borraron de la historia literaria. Cito algunos: Manuel
Mantero, Mariano Roldán, Eladio Cabañero, Miguel Fernández, Jacinto López
Gorgé. Podríamos seguir y seguir. Se borraron y es difícil que nadie los
rescate. Las poetas tienen más suerte. La condición de mujer supone hoy, en la
historia literaria, aunque se tienda a afirmar lo contrario, un eficaz
salvoconducto..
En la obra poética de Angelina
Gatell –también traductora, actriz de doblaje y activa participante en la
sociedad literaria de su tiempo-- hay dos etapas, al menos en la obra
publicada, que es la que se recopila en este volumen. La primera se inicia en
1955, con la publicación de Los soldados, y concluye en 1969 con Las
claudicaciones. Significativa resulta esa fecha, en torno a ella se da un
cambio de estética en la poesía española: al humanismo reivindicativo de la
interminable posguerra, le sucede una vuelta al hermetismo, al esteticismo de
raíz modernista, a las piruetas de las vanguardias. Comprensible que Angelina
Gatell no se sintiera a gusto en ese nuevo clima. Otros poetas –su amigo y
maestro José Hierro el más destacado-- optaron también entonces por el
silencio.
La vuelta a la actualidad literaria tuvo
lugar ya en el nuevo siglo con Los espacios vacíos. Que el abandono de
la publicación no supuso el abandono de la escritura lo muestra el libro
siguiente, Noticia del tiempo, una de cuyas secciones está escrita entre
1960 y 2000, en años de silencio editorial. Se trata de un libro compuesto
íntegramente de sonetos. A la escritura de Angélica Gatell, con tendencia a la
lírica divagación, le sienta el ejercicio del soneto. Cierto que no todos, como
no podía ser de otra manera –son un centenar-- están a la misma altura, pero un
puñado de ellos no la hacen desmerecer en un siglo de sonetistas excepcionales.
Angelina Gatell, que viene del campo
de los vencidos en la guerra civil, se puede encuadrar dentro la poesía social,
pero huye de lo panfletario. Hay reivindicación en ella, pero sobre todo
intimismo y memoria.
Los últimos coletazos de la
represión franquista la alcanzaron de lleno. En 1974, un hijo suyo, casi un
adolescente, fue detenido y encarcelado. Ese hecho, directa o indirectamente,
aparece en varios poemas. Dos sonetos llevan el explícito título de “A mi hijo
Eduardo que cumple sus veinte años en la cárcel de Carabanchel”. Y a esos
versos alude en su “Elegía en cinco tiempos”, largo poema incluido en Cenizas
en los labios (2011): “Después de la alegría y el saludo, / con la mano
apremiada / por la emoción, / buscaste la cartera donde / guardabas un papel herido
por el tiempo. / Era el soneto / que le escribí a mi hijo en sus días / allá en
Carabanchel, en los años setenta”. Otro poema se titula escuetamente “1974” y
“El teléfono” lleva como subtítulo esa misma fecha. Angelina Gatell, que se
hizo amiga de otras mujeres que esperaban a la puerta de la cárcel para ver a
sus hijos, podía haber sido nuestra Anna Ajmátova.
La poesía de Angelina Gatell fue
ganando en precisión y hondura con el tiempo. Quizá sus mejores libros sean los
últimos, La oscura voz del cisne (2015) y La voz perdida (2017),
este último escrito en catalán. Si en los primeros libros se notaba el
magisterio de José Hierro (en romances como “Los sueños” o en el uso de
eneasílabo, por ejemplo), ahora resulta evidente la cercanía a Joan Margarit.
“Apuntes para una biografía” –así se titula dos de las secciones de La voz
perdida-- pueden considerarse muchos de los poemas, en los que la autora no
rehúye los nombres propios ni la anécdota, aunque acertando a reducirla a lo
esencial.
Por el estudio de Marta López Villar
–no se indica ni en la portadilla del libro ni en los títulos de crédito-- sabemos
que el traductor de los poemas en catalán fue su hijo, Miguel Sánchez Gatell,
también poeta. Es una traducción que a menudo da la impresión de reescribir los
poemas con la estética anterior de la autora, menos reducida a lo esencial, más
divagatoria y atenida a lo convencionalmente poético. “Podem endevinar-ho / en
el perfil que la dibuixa”, leemos en el poema inicial. Ese “podemos adivinarlo
/ en el perfil que la dibuja” le parece
al traductor demasiado sencillo y lo parafrasea así: “Se adivina / en el perfil
opaco que retiene / su estatura en el aire”.
El tiempo ha emborronado y alejado
–es su función: la meta es el olvido-- parte de la poesía de Angelina Gatell,
generosamente llena de homenajes a los poetas de su tiempo (junto a los
inevitables Machado, Lorca, Hernández), pero ha dejado intactos un puñado de
emocionantes poemas.
Al contrario de lo que afirman Marta
López Villar y Sharon Keefe Ugalde, no se la marginó en el primer momento
generacional –años cincuenta y sesenta-- por ser mujer, pero si ahora se la
reivindica –sin que eso signifique negar su valía literaria—es en parte por esa
razón.
Me pareció una reseña muy interesante. Cómo no iba a influir en una mujer sensible que su hijo fuera detenido.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo