El orden del azar.
Guillermo de Torre
entre los Borges
Domingo Ródenas de
Moya
Anagrama.
Barcelona, 2023.
Domingo
Ródenas ha escrito un libro para reivindicar la figura de Guillermo de Torre
que es, a la vez, una minuciosa crónica de lo mejor de la cultura española en
los años veinte y treinta del pasado siglo; también de la labor del exilio
republicano español en Argentina. A la reivindicación de un olvidado, se añade un
intento de desmitificación del nada olvidado, del siempre presente, Jorge Luis
Borges, cuya categoría humana no estaría a la altura de su genio literario.
El joven Borges fue compañero de
Guillermo de Torre en la aventura ultraísta; luego sería su cuñado, y durante
unos años vivieron bajo el mismo techo. Nunca se llevaron demasiado bien. Hay
una historia de rivalidades y celos en esa relación, que Domingo Ródenas nos
cuenta quizá no con demasiada imparcialidad.
El orden del azar,
subtitulado muy precisamente “Guillermo de Torre entre los Borges”, es una obra
fundamental para conocer la historia de las vanguardias, el esplendor de la
Edad de Plata, la creación de la colección Austral y de la editorial Losada,
tan decisivas para la difusión de la mejor literatura a partir de los años
cuarenta.
Y
está llena de esas pequeñas anécdotas, grotescas unas, divertidas otras,
ilustrativas casi siempre, que llenan de verdad la historia literaria.
Y dicho esto, que es lo principal,
señalaré algunos lapsus, como suelo hacer en estas notas de lectura que, contra
lo que suele ser común en las reseñas, no forman parte de la promoción
editorial, no son publicidad por otros medios. El primero tiene que ver con la
“edición” –en el sentido inglés-- del texto. Consta la investigación de dos
partes. La más extensa termina con la instalación definitiva de Guillermo de
Torre en Argentina. De 529 páginas, ocupa unas 450 por lo que la segunda parte,
los años argentinos del crítico y editor hasta su muerte en 1971, podría
considerarse casi como un apéndice. Pero Domingo Ródenas no la coloca al final,
siguiendo el orden cronológico, sino que va alternando los capítulos de una y
otra sección, como en la manida fórmula utilizada por tantos novelistas
rutinariamente innovadores. Ese vaivén, que no añade nada, cansa pronto y yo
aconsejaría leer seguida la minuciosa crónica de los días españoles y europeos,
y hacer lo mismo con las páginas del exilio, escritas en un tono distinto, en
tercera persona, pero adoptando el punto de vista de un cansado Guillermo de
Torre que teme que, al contrario que la de su cuñado, su figura se borraría
rápidamente tras la muerte.
Otro reparo tiene que ver con la
falta de referencia de las citas. Cierto que así se agiliza la lectura, que se
le quita el aspecto de trabajo académico. Pero el lector que tenga curiosidad
por conocer “los versos afligidos que Borges garrapateaba en un cuaderno” allá
por 1940, y que Guillermo de Torre parafrasea minuciosamente en las página
504-50,5 no tendrá manera de encontrarlos. Tampoco podemos ver en su contexto los
comentarios homófobos de Claudio Guillén a propósito del libro En España con
Federico García Lorca, de Carlos Morla Lynch, que a su juicio “tiene un
tufillo (un tufazo) tan carca y afeminado que no hay quien lo aguante”.
Tenemos que creer bajo palabra, como
si de un novelista se tratara, lo que Domingo Ródenas nos cuenta. Pero, acá y
allá, ciertos deslices nos hacen poner en duda su credibilidad. Afirma, por
ejemplo, que “las dimisiones de ministros abocaron a Primo de Rivera a
presentar su renuncia el 28 de enero”. Pero no hubo tales dimisiones de
ministros durante la dictadura: Primo dimitió tras publicar una nota oficiosa
en la que pedía a los Capitanes Generales que confirmaran o no su apoyo.
Tampoco es cierta la “autoproclamación” de Hitler como canciller en 1933: se le
proclamó de acuerdo con la legalidad vigente en la república de Weimar, otra
cosa es lo que él haría después con esa legalidad. Y pasando de la gran
historia a la pequeña historia, el primer libro de José Ferrater Mora, Cóctel
de verdad, no lleva prólogo de Jarnés (el prólogo es del propio autor),
como se afirma en la página 397.
Detalles de distinta importancia,
fácilmente corregibles, inevitables lapsus, pero que nos hacer dudar de tantas
citas y datos que no se nos permite comprobar. Quizá del material inédito si se
nos debería indicar la fuente precisa, aunque fuera mediante un código QR, como una parte
de las sugerentes, y con frecuencia inéditas, ilustraciones.
Otros puntos discutibles tienen que
ver con el continuo menosprecio de Borges, no siempre justificado. A propósito
de un incidente violento presenciado por Torre y Borges en el verano de 1931,
se nos dice que “Borges, en el futuro y según su costumbre, falsearía lo
ocurrido”, pero la única muestra que se nos ofrece de esa falsificación es el
cuento titulado “El muerto”, de 1946, y cuya acción transcurre a finales del
siglo XIX. ¿Inspirarse en un hecho real para crear un relato independiente es
falsificarlo?
En el artículo “Nuestras
imposibilidades”, publicado por Borges en Sur en 1931 ve Domingo Ródenas
“una toma de distancia respecto al nacionalismo ardoroso de años atrás que
había nutrido una parte no desdeñable de su obra durante ocho años”. Y esa
podría ser la razón de que lo suprimiera “en el maquillaje integral de sí mismo
que fueron sus obras completas”. Rara razón esa. Dicho artículo se incluyó en
1932 en el libro Discusión, uno de sus títulos iniciales con los que
Borges no estaba conforme y que decidió dejar fuera de sus obras completas,
junto a cientos y cientos de artículos además, como esa minuciosa maravilla que
son su Textos cautivos. Llamar a esa labor de selección “maquillaje
integral” parece excesivo. “Nuestras imposibilidades”, por cierto, se incluiría
todavía en vida de Borges en el volumen Ficcionario.
Esta sucesión de apostillas pueden
dar una idea equivocada de un volumen que reúne la labor de muchos años de
investigación. Pero no resisto la tentación de una apostilla más. Se cita una
carta de Carmen Conde, escrita en 1939: “Por aquí todo va magníficamente: ¡Viva
España! ¡Viva su Caudillo! Se embriaga una de gloria y de satisfacción. Gozamos
de una paz espléndidamente ganada”. Y a Domingo Ródenas solo se le ocurre
apostillar: “Entre los esplendores de esa victoria estaban los centenares de
miles de muertos y las decenas de miles de exiliados”. Como si Carmen Conde,
que tenía a su marido escondido en Murcia mientras ella vivía en Madrid
temiendo ser detenida en cualquier momento, no lo supiera. El estudioso parece
considerar sinceras unas palabras destinadas a burlar la censura y nos presenta
a Torre “consternado” por esa conversión al franquismo, que supondría otro
desengaño más, como el de Ortega.
Muy interesante. Borges, con el universo de su mente.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo