La vida por un
periódico.
Nicolás María de Urgoiti (1869-1951) y El Sol.
Sofía González
Gómez
Visor. Madrid,
2023.
Entre
1917 y 1930, el diario El Sol (continuaría hasta 1939, pero ya en otras
manos y con otra orientación) supuso un hito en el periodismo español y quizá
en el periodismo a secas. Era un periódico donde la colaboración de los
intelectuales suponía algo más que un complemento de la información
periodística. Constituía la razón de ser de la publicación. Esa aventura
prodigiosa tuvo dos pilotos: uno, bien conocido, Ortega y Gasset; el otro, el
empresario Nicolás María de Urgoiti, que siempre quiso ser algo más que un
empresario.
A Urgoiti y a su principal creación,
pero no la única (a él se le debe también la colección Universal, antecedente
de la Austral), dedicó Sofía González Gómez su tesis doctoral, compendiada en La
vida por un periódico. Manejando abundante documentación inédita, nos refiere
no solo la trayectoria empresarial de Urgoiti, sino también su tragedia
personal, la enfermedad mental que le llevó a pasar largas temporadas recluido
en un sanatorio (años incluso) y finalmente al suicidio. Nos enteramos igualmente
de la intrahistoria de El Sol, un diario que, fiel al elitismo
orteguiano, distinguía entre el “olimpo”, el selecto equipo de colaboradores, y
los redactores, mal pagados y poco valorados. La opinión de entonces –se afirma
citando a Gómez Aparicio-- era que “al oficio de periodista se dedicaban las
personas que no habían conseguido superar unas oposiciones, no querían estudiar
o no habían logrado ingresar en alguna academia militar”. Esa distinta
valoración entre quienes hacían el periódico y quienes lo orientaban ideológicamente
tenía su correspondencia en el plano económico: por tres artículos publicados
durante noviembre de 1922, Ortega cobraba 823 pesetas, mientras que el sueldo
mensual de la mayoría de los redactores apenas superaba las 300. Uno de esos
redactores fue el después conocido escritor Ramon J. Sender, quien traslada su
paso por El Sol a la novela autobiográfica O. P. (Orden Público)
y también se queja directamente al empresario en una carta inédita citada por
Sofía González Gómez.
Para conocer lo que fue El Sol contamos
con un documento excepcional. Con motivo de la exposición internacional sobre
periodismo celebrada en Colonia en 1928, se imprimió en formato libro el número
de 12 páginas –había otros de 8 páginas-- correspondiente al 1 de julio de ese
año. En libro, esas doce páginas ocupan más de trescientas y el tiempo
transcurrido desde entonces no ha hecho más que acrecentar su interés, contra
lo que pudiera pensarse. Ahí están los grandes de la literatura y el pensamiento
de entonces –de Ortega a Gómez de la Serna, pasando por H. G. Wells--, pero lo
que más nos interesa no es la plana de artículos o de reseñas de libros, sino
las dedicadas a la información de provincia o los breves dispersos por las
distintas páginas. Para conocer lo que era la vida de España entonces vale más
esa múltiple crónica de un día que cualquier novela o monografía histórica. “Su
aterradora soledad la lleva al suicidio” se titula una noticia procedente de
Ronda. Qué nivola unamuniana compendian esas diez líneas sobre la “agraciada
joven de veinte años Ana Luque Rodríguez” que se arrojó al Tajo “desde
el balcón central de la Alameda”. Otra información breve, dedicada al Ateneo
obrero de El Llano, comienza destacando “la labor humilde, callada,
perseverante, de los Ateneos y centros de cultura asturianos”.
Valdría
la pena reeditar ese volumen, que permite una lectura muy distinta de la que
puede hacerse del diario digitalizado o de los ejemplares físicos, de incómodo
manejo. Se complementa con diverso material traducido al francés, al inglés y
al alemán, dado el público al que se destinaba: “Breve semblanza de El Sol”,
“El Sol, página por página” y “Los talleres de El Sol”, además de un
listado de los redactores y colaboradores.
Aunque
lo cita, no parece haber leído con mucha atención ese libro Sofía González
Gómez. De haberlo hecho, no podría afirmar que, a finales de 1927, El Sol mostraba
su simpatía por el partido Unión Patriótica de Primo de Rivera. En la “breve
semblanza” queda clara su postura sobre la dictadura: la apoyó en un principio
en su labor regeneracionista, pero luego, cuando el nuevo régimen “creyó que
debía prolongar su mando y mantener el colapso de la vida constitucional”, se
colocó frente a él y “desde entonces es, y seguirá siendo, su más firme
adversario”.
No
es el único lapsus que encontramos en esta monografía, a pesar de ser un
trabajo académico, subvencionado y supervisado. En la página 20 nos dice que la
tercera guerra carlista “tuvo lugar en 1877” (fue entre 1872 y 1876). En la
página 95 afirma que Enrique Díez -Canedo pasó a ocuparse de la sección
“Charlas al sol”. Pero esa famosa sección, que firmaba Heliófilo, estaba a
cargo de Félix Lorenzo, director del diario durante largos años. Una nota añade confusión, al remitir a un
libro de “Luis Bello González Soriano” (en realidad José Miguel González
Soriano) sobre la producción periodística de Luis Bello.
Se
ha hablado mucho de una obra de André Schiffrin, La edición sin editores,
sobre la desaparición de la figura del director literario en los grandes
conglomerados editoriales, atentos solo al rendimiento comercial. Se ha hablado
menos, o no se ha hablado nada, de otro fenómeno quizá más preocupante: la
desaparición del supervisor que garantice la fiabilidad de las publicaciones
científicas, al menos en el ámbito humanístico. El libro de Sofía González
Gómez viene avalado por la Universidad de Berna y aparece en una colección con
un prestigioso comité asesor. Sería interesante que se hiciera constar qué
miembros de ese comité han leído previamente el volumen --¿Víctor García de la Concha?, ¿Luis García
Montero?, ¿José-Carlos Mainer?, ¿Darío Villanueva?-- y se responsabilizan, por
lo tanto, de la fiabilidad del contenido.
"La edad de plata" de Mainer es un clásico. Un libro del que siempre se aprende.
ResponderEliminar"La edad de plata" es el libro del que tengo mejor (y más provechoso) recuerdo de mi Facultad
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