jueves, 23 de noviembre de 2023

Poesía y caligrafía

 

 

 

Los expedientes de la madrugada
Felipe Benítez Reyes
Visor. Madrid, 2023.

Felipe Benítez Reyes domina el arte de la divagación lírica, de la alusión literaria, de la frase feliz (“Un agua mansa / que cubría la ciudad como un traje de novia”), pero sus mejores poemas son aquellos que parten de una anécdota concreta y no la toman como pretexto para nuevas reflexiones sobre el tiempo y la memoria, aunque siempre sugestivamente paradójicas y nunca desdeñables. El mejor Felipe Benítez Reyes, dueño de una inconfundible caligrafía personal, es quizá el que encontramos en los poemas que menos parecen suyos, como “Los dos ancianos”. Pocas veces un tema tópico –el de la ancianidad de los padres-- ha sido tratado con tanta inteligencia y verdad.

            Hay más poemas en los que el autor no se pierde en florituras ni en eliotianas elucubraciones y, esos son, los que cerrado el libro se nos quedan en la memoria y los que nos hacen volver a él.

            “Episodio de infancia” comienza de la más llana manera: “Se fue la luz en la casa de campo”. Tal vez habría ganado en intensidad prescindiendo de los versos centrales, hermosos sin duda –“la fantasmagoría inquieta de una llama”, “el latir de la luna vagabunda”--, pero que suenan a ejercicios de estilo, marca de la casa.

            “El tránsito” es otro poema que nos cuenta una anécdota cotidiana (“Una paloma ha elegido mi terraza para su agonía”), y que termina con la concisión del epigrama clásico: “Lo peor de la muerte es conocerla / desde mucho antes de morir. / Tú pudiste volar y fuiste eterna”.

            “El reloj nuevo” y “El espejo” toman también vuelo metafísico o trascendente a partir de los objetos de la cotidianidad que indica el título. No son temas que busquen la originalidad –sobre el reloj y el espejo se pueden compilar nutridas antologías--, pero Benítez Reyes acierta a darles un sesgo inédito.

“Las posesiones” aprovecha la anécdota de partida –el desalojo de la casa de un familiar o amigo que acaba de morir-- para practicar el borgiano arte de la enumeración, caótica o no, un procedimiento en el que Benítez Reyes resulta un maestro. Lo encontramos también en “Divagación acuática”, a la que sirve como pretexto “el agua que brota de noche del manantial” para un brillante evocación que entremezcla literatura y vida: “El agua con sonido que discurre / en una égloga renacentista / se me confunde ahora en la memoria inestable / con la lluvia otoñal que oí caer / desde una ventana del hotel Locarno, en Roma, / y que parecía el eco de una batalla de hace siglos, / un choque de metales en el aire, / un rápido morir”.

            Nuestros defectos son la otra cara de nuestras cualidades se ha repetido a menudo. Lo que la poesía pueda tener de “fermosa cobertura”, según la definición del marqués de Santillana, de primorosa caligrafía, Benítez Reyes lo domina como nadie. Por eso corre continuamente el riesgo de que sus poemas le suenen al lector de hoy, acostumbrado a otras músicas, a más o menos brillante ejercicio retórico; es lo que ocurre con “Hablar en plata” o en menor medida con “La canción de los pescadores del litoral”.

            Entre los poemas que parten de la cotidianidad, y que como ya he indicado están entre los mejores del libro (“El vecino hechizado” podría añadirse a los mencionados), disuena “Oda a los empleados madrugadores”, un poema en el que autor se deja llevar por su gusto por la enumeración –“el depositario de los enigmas mercantiles”, “el analista metafísico de los inventarios”, “los conocedores de las propiedades exactas del género que exhiben”, el empleado bancario, el gerente de la funeraria, la limpiadora, los reponedores, las empleadas de la inmobiliaria-- y hace que la calle que contempla desde el balcón al amanecer parezca inverosímilmente más concurrida que un pasillo del metro en horas punta.

            El lector agradece los textos más breves, en los que el autor parece prescindir de su reconocida maestría. El “Excurso” remite al despojamiento del último José Corredor-Matheos: “El viento / trae ahora / desde una verbena / remota / una remota / canción / de juventud / a tu ventana. / Como si nada / hubiera cambiado / desde entonces / --¡como si nada!--, / escucha esa canción / remota / que trae el viento / y da las gracias, / aunque no sepas / por qué).”

            Pero en un tiempo en que tantos poetas abusan del coloquialismo y de la pobreza expresiva, no deja de resultar encomiable el empaque retórico, el gran estilo, de poemas como “Apuntes para la construcción de un templo” o la ambición estructural de “18 de septiembre de 1970”, que entremezcla la muerte de Jimi Hendrix con las evocaciones autobiográficas, una amplia cita de San Agustín y dos notas entre paréntesis sobre Eliot y Bocángel.

            Todo lo que el lector habitual de Felipe Benítez Reyes espera encontrar en un libro de Benítez Reyes lo encontrará en Los expedientes de la madrugada (hay incluso un poema, “In Arcadia”, que remite al poeta de los ochenta, cuando las ásperas polémicas sobre la “poesía de la experiencia”), pero con una inédita emoción –“enseñanzas de la edad”-- en los mejores poemas y sin que apenas suene a prescindible o consabido, aunque nos suenen temas y maneras. Quien lo descubra ahora, siempre hay lectores que se incorporan, se encontrará con la sorpresa de un clásico contemporáneo.



 

 

 

6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. "Tu capacidad para combinar conocimiento con inspiración distingue este artículo como realmente excepcional" (eso dice el señor Madu, más o menos)

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  2. Me parece realmente interesante.

    Gracias por compartir. Un abrazo

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  3. Martín, muy meticulosa tu crítica/reseña, pero echo de menos tus habituales dardos narcotizantes —cuando no mortales—, lo que me hace pensar que quizá halla en ella una especie de sutil y diplomático desagravio por lances anteriores no tan felices.

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  4. Pues yo no creo, Enrique, que la alusión a que en un poema su calle al amanecer le parezca más concurrida que un pasillo del metro en horas punta le haga mucha gracia.

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