martes, 8 de enero de 2013

Los editores de Dios

Lucas
Demostración a Teófilo
Edición y traducción de
Josep Rius-Camps y Jenny Read-Heimerdinger
Fragmenta Editorial. Barcelona, 2012


Los textos sagrados que están en la base de la mayoría de las religiones –la Biblia, el Corán, el Libro del Mormón– son, al margen de su aura mítica, textos, y como tales pueden y deben ser analizados según las reglas de la lingüística, de la crítica literaria, de la ecdótica, aunque los creyentes más fanáticos confíen tan poco en ellos que, como don Quijote con el yelmo de Mambrino, prefieran no someterlos a ninguna prueba.
            Josep Rius-Camps y Jenny Read-Heimerdinger nos proponen una nueva lectura de uno de los evangelios, el de San Lucas, que no sería sino la primera parte de una obra más amplia, a la que ellos han titulado Demostración a Teófilo. La segunda parte de esa obra unitaria estaría constituida por los Hechos de los apóstoles.
            Se basan para ello, además de en el minucioso análisis textual, en un manuscrito distinto del que ha sido tomado como base en las ediciones canónicas: el códice Beza. Un calvinista francés, Teodoro de Bèze, lo encontró en el Cenobio de San Ireneo de Lyon en 1581. Lo salvó de la destrucción, pero prefirió ocultarlo para no escandalizar con sus lecturas divergentes. No sería publicado hasta 1883. Se trata de un códice bilingüe –griego, latín– que data de finales del siglo IV. Pero diversos papiros atestiguan la versión que reproduce del Nuevo Testamento era la más extendida en el siglo II. Lo más probable es que algunos misioneros de Asia y Frigia la llevaran consigo a las Galias, donde la tradujeron al latín. El aislamiento de ese territorio evitaría las influencias de la versión canónica que llegó a ser mayoritaria en las iglesias de Oriente y Occidente.
            Las evidencias internas nos indican que el autor de la Demostración a Teófilo, aunque helenizado, es no solo un judío, sino un rabino que conoce perfectamente la tradición hebrea. La primera parte de su obra se incluye tradicionalmente entre los evangelios sinópticos, pero los nuevos editores consideran que no es propiamente un evangelio, sino que pertenecería a un género literario distinto: el de la demostración. El destinatario de esa demostración, el “excelentísimo Teófilo” mencionado en las primeras líneas, lo identifican los editores con el tercer hijo del sumo sacerdote Anás, que ocupó este cargo desde el año 37 hasta el 41 d. C. Pero esa ya es una hipótesis no verificable.
            Lo que pretende demostrar Lucas, a petición de Teófilo, a quien le han llegado noticias al respecto, es que Jesús es el Mesías prometido al pueblo de Israel. El prólogo explicita su intención: “Dado que muchos han emprendido / la tarea de poner en orden un relato / sobre los hechos / que se han verificado entre nosotros, / tal como nos los transmitieron / los que desde un principio fueron testigos oculares / y llegaron a ser garantes de la palabra, / he decidido también yo, / que he ido siguiendo de cerca / todos los acontecimientos desde el comienzo, / escribírtelo con rigor y de manera ordenada, / excelentísimo Teófilo, / para que compruebes, / referente a los informes que te han llegado a los oídos, / su certeza”.
            Lucas, de quien no sabemos más que lo que se puede deducir de su propio texto, pretende escribir “con rigor y de manera ordenada”; no es un iluminado, ni un místico; trata de razonar a un judío –Teófilo– que los hechos de la vida de Jesús no son más que el cumplimiento de las antiguas profecías y que sus discípulos han difundido su mensaje fielmente y de acuerdo con sus indicaciones.
            Los textos del Nuevo Testamento, como cualquier otra obra que ha circulado durante siglos en manuscritos, presentan múltiples variantes. Una buena edición es la que nos ofrece un texto lo más cercano posible a la intención del autor, esto es, a la versión más antigua, menos adulterada por copistas posteriores. En los textos sagrados hay un autor divino que cuenta con un intérprete autorizado, la organización religiosa correspondiente, que es la que determina cual es la versión canónica y cuál la apócrifa, independientemente de su antigüedad.
            Pero esos textos –como cualquier otro texto de los considerados sagrados por una determinada comunidad– pueden y deben ser estudiados en sí mismos, al margen de su valor religioso. El análisis científico discurre por otra ladera, ni desmiente ni confirma lo que es cuestión de fe.
            La nueva traducción y edición que Josep Rius-Camp y Jenny Read-Heimerdinger realizan del evangelio de San Lucas y de los Hechos de los Apóstoles nos permiten leer esas obras –una sola en su interpretación–  con renovada emoción, como si las leyéramos por primera vez.
            Contribuye a ello la división del texto en “esticos”, en breves líneas a manera de versos determinados por las pausas de sentido. La disposición en la página nos invita así a leer de otra manera, menos apresurada, a ir pronunciando mentalmente cada palabra, a ir saboreando a la vez su sonido y su sentido, como en la poesía. Y apenas hay línea –“mirad los lirios del campo…”– que no despierte una serie de inagotables resonancias en nuestra memoria personal y cultural.
            La lectura religiosa desde la fe cristiana no es la única posible de los textos del Nuevo Testamento, ni siempre la más adecuada. También pueden leerse como leemos las fábulas paganas, los diálogos socráticos, las enseñanzas de Buda, los poemas de Omar Kayyam. Y su belleza y su verdad no quedan empañadas por el mal uso que a veces se haya hecho de ellos.

2 comentarios:

  1. Se echa en falta un estudio riguroso del cristianismo (de la figura histórica de Jesús, de los orígenes de la religión cristiana, de las biografías de sus primeros difusores, de su extensión por el mundo...) desde una perspectiva estrictamente histórica y académica, como otro hecho histórico estudiado por las ciencias sociales. O sea, un estudio en que sólo se pongan estrictamente de manifiesto los datos históricamente contrastados y verificados, al margen pues de interpretaciones, leyendas, dogmas y tradiciones eclesiásticas.

    (Estamos de acuerdo, por otro lado, en el valor literario del relato evangélico.)

    ResponderEliminar
  2. Bueno, se echa en falta un estudio riguroso del cristianismo si no se lee a José Montserrat Torrents. Creo que la erudición de este autor y su rigor, así como su brillante análisis de la constitución del cristianismo como religión "universal" por Pablo de Tarso o de la curiosa expresión "Jesús histórico" (o "figura histórica de Jesús". No se habla de "el Napoleón histórico" o "el Julio César histórico") son tan clarificadores que llama la atención el que sea tan poco citado. Desconocía el libro reseñado y me lo apunto de inmediato. Gracias.

    ResponderEliminar