viernes, 2 de septiembre de 2022

Un raro oficio

Una poética editorial
Constantino Bértolo
Trama editorial. Madrid, 2022.

Se podría pensar que la recopilación de las intervenciones de un editor en libros colectivos y congresos gremiales carece de interés para el lector común. Y así es en la mayoría de los casos, pero no cuando se trata de un editor como Constantino Bértolo, que fue director de la editorial Debate y fundador de Caballo de Troya. Sabe bien de lo que habla, tiene ideas muy claras sobre la edición, arte y negocio, y no le falta sentido del humor. Baste un ejemplo. Refiriéndose a los libros que a él le interesa publicar, libros “en los que la inteligencia y el placer sean compatibles”, descalifica a los best sellers habituales en un solo párrafo: “Libros que cuenten conflictos reales y no más misterios, en plan del manuscrito del diablo que los ángeles escondieron debajo de la Sábana Santa, que la mano de Fátima introdujo durante un crepúsculo en la catedral del mar y que, para escándalo de los hombres que no amaban a las mujeres, encontraría, en un amanecer con luna nueva, un niño con un pijama a rayas que, a la sombra del viento y los pilares de la tierra, soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina”.

            Una poética editorial, como tantos otros volúmenes recopilatorios, puede empezar a leerse por cualquier capítulo. Yo aconsejaría hacerlo por “Libros que me han hecho daño”, que constituye una espléndida síntesis de una novela de formación que tiene mucho de generacional. Esto es lo que dice de El espacio literario, de Maurice Blanchot: “A quien a sus dieciocho años, recién ingresado en la Universidad, la pedantería y la vida interior le rezumaban en forma de frases horizontalmente profundas y exquisitamente sentenciosas, nada peor seguramente le puede ocurrir que encontrarse con un libro que basa su inteligencia en lo opaco, lo inefable y lo ambiguo”.

            Para escándalo de muchos, Bértolo se atreve a hablar “de la Revolución soviética en su momento estalinista” sin las descalificaciones habituales y contraponer su estética a la de la sociedad capitalista, donde la literatura se concibe “como manual de autoayuda para gentes que viven y se viven como excedente, gentes a las que no les pasa nada. La crítica vigilando que los personajes sean redondos, complejos, con mucha vida interior y merecedores de al menos dos visitas semanales al psiquiatra”. Y es que “por literatura hemos venido entendiendo algo parecido al veraneo: un lugar para el disfrute de aquellos privilegiados que, por educación y sensibilidad, estaban capacitados para pasearse con gozo y aprovechamiento por los más altos y bellos jardines que el humanismo ha ido construyendo, letra a letra, libro a libro, desde que el hombre empezó a hacer uso de la palabra”.

            Constantino Bértolo es un intelectual marxista, algo que hoy constituye una rareza, y esa condición añade atractivo a sus consideraciones sobre el mercado literario y los cambios que en él se han producido en las últimas décadas. A su entender, antes intervenían en ese mercado “productores de necesidades literarias, necesidades de lectura, que no estaban constreñidos en su actividad por las leyes del beneficio literario”. Hoy sería el propio sistema mercantil, que solo se orienta por la búsqueda del mayor beneficio en el plazo más corto, el que determina lo que hay que leer, el único canon real lo constituiría la lista de libros más vendidos. Y eso continuará así, en su opinión, mientras los medios de producción sigan siendo de propiedad privada.

            Como suele ser habitual en los críticos de la decadencia actual, en los profetas del apocalipsis, Bértolo acierta más cuando señala los males contemporáneos que cuando ofrece soluciones. La crítica literaria, que antes servía para orientar a los lectores, ahora se ha convertido en una asistenta mal pagada de los departamentos de promoción. La pluralidad editorial es una engañifa: el ochenta por ciento de la superficie de las librerías se lo reparten dos grupos editoriales con sus múltiples sellos. Todo eso es verdad, pero también es verdad que esos grandes grupos editoriales no solo editan premios Planetas, Pérez-Reverte, Catedrales del mar y best sellers internacionales. Necesitan autores de prestigio, aunque vendan poco. El prestigio, el riesgo, la apuesta, también son valores y por eso crean Caballo de Troya o compran editoriales como La Bella Varsovia.

            El de editor es un oficio raro, o varios oficios en uno. Todo editor sueña con editar libros que se vendan bien, pero de los que además pueda sentirse orgulloso. Y si una y otra cosa no coinciden en los mismos títulos, procura invertir parte de los beneficios de los primeros en los segundos.

            La edición nunca ha sido una actividad estrictamente comercial, aunque inevitablemente lo sea. Pocas actividades han tenido tanta ayuda institucional, directa o indirecta. El ochenta por ciento de los títulos visibles en las librerías buscan el beneficio económico, pero el ochenta por ciento de lo que se publica carece de interés comercial, lo financia la vanidad de los autores, sus necesidades de promoción académica o directamente el dinero público.

            Los lectores no solo son seducidos por la publicidad editorial, también son mimados por los editores. En pocos sectores, a pesar de la concentración de empresas, hay tanto donde elegir. Ningún supermercado está tan surtido como una buena librería. No faltan editores dispuestos a satisfacer al lector más exquisito y amante de la rareza. Pero no son productos que se ofrecen en el escaparate, el lector que sabe lo que quiere no ignora que hay que esforzarse para conseguirlos.

            Estemos o no de acuerdo con él, pocas veces podemos contar con un interlocutor tan lúcido y fértil como Constantino Bértolo. Tras leerle, y tratar de refutarle más de una vez, entendemos mejor, no solo los mecanismos de la edición, sino los trampantojos del mercado y de la sociedad contemporánea.

12 comentarios:

  1. Hay que ser muy valiente para ser editor. Pero los hay, y muy buenos.

    Un abrazo

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  2. Abelardo Linares me envía por correo el siguiente comentario a mi reseña (demasiado largo para comentario ha de publicarse en dos partes):

    Querido José Luis: Me parece que tu inteligencia, a la hora de escribir reseñas empieza a basarse en «lo opaco, lo inefable y lo ambiguo». Aunque eso no te acerque a Maurice Blanchot sino, inquietantemente, a Vicente Luis Mora, que también es un poco bértolo a la hora de expresarse.
    Resulta muy divertido que termines diciendo que pocas veces has podido contar con un interlocutor (¿) tan lúcido y fértil como Constantino Bértolo y que tras tratar de refutarle (¿) has entendido mejor (¡), no solo los mecanismos (¿) de la edición sino los trampantojos del mercado (¡) y de la sociedad contemporánea, cuando en realidad no hay en tu reseña un solo gramito de refutación. A lo único que te atreves es a proporcionarle una abundante aplicación de vaselina y miel de romero mientras le dices que sí, que tiene razón al abominar de la crítica literaria (a la que tú, JLGM, monumento de humildad, tanto te dedicas), convertida en la asistenta mal pagada de los departamentos de promoción (él lo dice, tú lo repites y los dos sabréis) y que asimismo tiene razón al abominar de los grandes grupos editoriales (para los que Bértolo trabajó siempre) que se reparten el ochenta por ciento de la superficie de las librerías; pero que también es verdad que, gracias precisamente a eso, los dos grandes grupos cuasi monopolísticos han podido crear, sin ir más lejos, Caballo de Troya, para que la dirija el admirable Constantino Bértolo. Y digo admirable porque a mí me admira en extremo que Constantino Bértolo haya esperado, al parecer, a jubilarse para escribir un libro contra la empresa en la que ha trabajado media vida y contra el tipo de libro que acostumbra a escribir su pareja, Belén Gopegui, es decir, contra los bestsellers.
    Por las citas que haces, el editor Constantino Bértolo escribe en comanche, curiosamente el mismo comanche en que escribe otro ilustre editor de opiniones mohicanas. Pero con muchas, muchas generalizaciones, de esas que en otros autores no te gustan nada. Sostiene, por ejemplo, Bértolo, quizás con el sentido del humor que tú le atribuyes, que en la sociedad capitalista, es decir, en todo el mundo menos en Corea del Norte, la literatura se concibe «como manual de autoayuda para gentes que viven y se viven como excedente» (cómo será eso de «vivir como excedente» y excedente de qué) y que todo eso sucede porque «por literatura hemos venido entendiendo algo parecido al veraneo», cosa que desde luego no ocurre en Corea del Norte, país afortunado, por tanto, donde los «privilegiados que, por educación y sensibilidad, (no) están capacitados para pasearse con gozo y aprovechamiento por los más altos y bellos jardines que el humanismo ha ido construyendo, letra a letra, libro a libro, desde que el hombre empezó a hacer uso de la palabra». La verdad es que yo creía que cuando el hombre empezó a hacer uso de la palabra aún no se había creado la imprenta ni el humanismo, ni los altos jardines. Pero como tú dices que Bértolo tiene las ideas muy claras… No diré más de las generalizaciones y los jardines en que se mete Constantino Bértolo.

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  3. Pero a cambio, no me resistiré a citarte a ti, que sabes casi tanto como Bértolo y que tienes las ideas más claras aún que él: «Pocas actividades han tenido tanta ayuda institucional, directa o indirecta (como el libro). El ochenta por ciento de los títulos visibles en las librerías buscan el beneficio económico, pero el ochenta por ciento de lo que se publica carece de interés comercial, lo financia la vanidad de los autores, sus necesidades de promoción académica o directamente el dinero público». Teniendo en cuenta que se publican al año unos 80 000 libros y que la cuarta parte, aproximadamente, llega a librerías, según tú, hay unos 16 000 títulos anualmente financiados en España por la vanidad o por el dinero público. Me parece que sobrevaloras un poquito la vanidad y muchísimo el dinero público. Aparte de que pudiera suceder que andes mal de tantos por ciento y matemáticas, lo seguro es que dejas en un celestial limbo el casi centenar de libros publicados por ti; que ni han sido comerciales, ni los ha financiado tu vanidad de autor (con ser grande pero muy simpática), ni han recibido dinero público.
    Para terminar, tú dices que Constantino Bértolo ha sido o es editor. En mi opinión, Bértolo, por las razones que sea, ha resultado, meramente, un empleado de Random House, un asalariado del gran capital que no ha hecho otra cosa que seguir las leyes y las indicaciones o mandatos del mercado y que ahora, una vez jubilado, puede al fin decir, escribir o confesar lo que quiera, pues ya está liberado de toda obligación con empresa alguna. En mi opinión, editores, lo que se dice editores son solo los que arriesgan su dinero y la propia vida de su empresa.

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  4. Hasta aquí el comentario de Abelardo Linares. A ver si alguien es capaz de leerlo completo. Vale la pena.

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  5. Lo que no vale la pena, querido Abelardo, es refutarlo en lo que va contra el libro de Bértolo (no contra mi reseña) porque para discrepar de un libro conviene leerlo antes. Y tú no lo has hecho. Un ejemplo: Bértolo no ha esperado a jubilarse para escribir este libro, que reúne trabajos escritos y publicados en fechas muy distintas, cuando estaba en activo. Y, por cierto, trabajó como editor, aunque no fuera un empresario de la edición como José Manuel Lara. La palabra editor no tiene un solo significado.

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  6. Después de leer la reseña de JLGM y la réplica de AL, y aunque no he leído el libro de Bértolo, me viene a la memoria el libro de Mario Muchnik: "Lo peor no son los autores"

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  7. Admirado y puntilloso Martín:
    1. Tienes toda la razón en algo de lo que me dices. Por una estupidez mía he puesto la palabra ‘escribir’ donde debiera haber puesto la palabra ‘publicar’. Dedicándome yo a editar libros, equivocarme en la palabra publicar puede incluso incurrir en lo psicoanalítico. Cambiando la palabra, todo conviene a lo que realmente quería decir.

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  8. 2. En lo que no estoy de acuerdo es en que para discrepar (o cosa así) de un libro sea conveniente SIEMPRE leérselo antes. Si yo voy al campo y por encima de una valla asoma una cabeza que tiene orejas de burro y dulces ojos de burro y boca y dientes de burro y rebuzna con la galana sonoridad con que suelen rebuznar los burros, no hace falta que venga un grupo de científicos a hacerle el ADN para que tenga yo la rotunda seguridad de que estoy ante un burro. No necesito ni ver al burro entero. Además, como muestra basta un botón y yo también puedo ponerte un ejemplo: para opinar sobre el aceite de ricino basta con una cucharadita. No hace falta beberse toda una garrafa de cinco litros.

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  9. 3. En este último sentido, si para opinar de los escritos aproximadamente literarios de Túa Blesa, Edgardo Dobry, Juan Cruz, Ignacio Echevarría, Jordi Gracia o el mismo Constantino Bértolo, por poner unos pocos ejemplos (más que relevantes, reveladores), tuviera que leerme libros enteros (o peor aún, su obra completa) preferiría callarme para siempre.

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  10. 4. Yo no hablo en realidad del libro de Constantino Bértolo, sino de lo que tú dices y de lo que él mismo dice, gracias a los párrafos que tú entrecomillas. Para mí, si alguien (como hace Bértolo) se anima a sostener que él, como lector o como lo que sea, quiere "libros que cuenten conflictos reales y no más misterios, en plan"… best sellers (que muy seguramente tampoco él ha leído), ni me lo creo, ni me interesa ni me parece que tenga "sentido del humor" como te parece a ti. Si hablamos de literatura, no sé qué son los "conflictos reales", ya que hablamos de literatura. Y lo de "en plan", es decir, "nada guay" seguido de un desganado y tópico listado de best sellers "habituales" (esa es tu conclusión), es para suspender una redacción de secundaria y no para mejorar el humor de Julio Camba o el de Mark Twain.

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  11. 5. En cuanto a lo de editor, mil gracias por aclararme o iluminarme que la palabra editor tiene más de un significado. Justamente por eso mismo yo no hablaba de ser "editor" sino de ser "editor, editor". Si te parece, redondeo más mi idea: para ser editor, editor, editor yo creo que hay que ser independiente, independiente, independiente y no estar a sueldo de una multinacional.

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  12. Si no recuerdo mal, el ejemplo del burro es de Clarín, pero él hablaba de verle las orejas asomando por encima de una tapia y de oír el rebuzno, que no es lo mismo que ver al burro completo. En cuanto a editores "vendidos" no hace falta que esté a sueldo de una multinacional. Aquí en Tenerife editores independientes recibían, en tiempos de vacas gordas, un dinero del gobierno por cada libro que publicaban. Y publicaban todo lo que caía en sus manos. Si digo que llegaban al diez por ciento los que tenían valor o algo de valor, exagero. En fin, no he leído el libro que reseña Martín, pero que alguien sea socialmente criticable no quita para que escriba un buen libro, aunque entre en contradicción con su persona.

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