Blas de Otero,
Hojas de Madrid con La galerna,
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2010.
Edición de Sabina de la Cruz.
Prólogo de Mario Hernández.
Como antes había hecho Unamuno con su Cancionero, como después haría José Ángel Valente con Fragmentos para un libro futuro, Blas de Otero dedicó los últimos años de su vida a un libro que nunca se decidió a terminar, al que solo la muerte pondría fin. Ese libro mítico —Hojas de Madrid con La galerna— fue anticipándose parcialmente en revistas y antologías, antes y después de la muerte del poeta, pero solo ahora, pasados más de treinta años, podemos leerlo íntegro. Y comprobar que Blas de Otero sigue siendo nuestro contemporáneo, el poeta de posguerra sobre cuyos versos menos se ha puesto el tiempo amarillo.
Esa larga demora, que a algunos pudo parecer inexplicable secuestro, no carece por entero de justificación. Blas de Otero no dejó ordenados los 306 poemas del conjunto, ni estaba claro cuál era la versión final de muchos de ellos, ni si su exigente autocrítica prescindiría de algunos. Las decisiones de Sabina de la Cruz —a la vez que editora, destinataria de muchos de estos poemas— han sido las más adecuadas. Por un lado, nos ofrece una verdadera edición crítica (aunque no incluya el aparato documental), no lo que suele entenderse por edición crítica. Esto es, publica los poemas en la que —tras detenido estudio de los originales— considera su versión última y no les añade notas de ningún tipo (eso queda para las ediciones escolares y otras posibles ediciones secundarias). Y dispone los poemas en orden cronológico —todos estaban fechados— que es el que más se adecua al carácter de diario poético del texto.
Tenemos así la suerte de poder leer Hojas de Madrid con La Galerna no como un apéndice erudito a la obra de Blas de Otero, sino como un libro nuevo, uno de los más nuevos y vivos de la poesía reciente.
Cierto que no todos los poemas, considerados aisladamente, son grandes poemas. Con frecuencia el tono desciende hasta lo que parece simple apunte de diario. Tras casi tres años en Cuba, en 1968 el poeta regresa a Madrid, enfermo. Y el libro comienza, en mayo de ese año, con el poema “Cojeando un poco”: “En una clínica. / Recién operado en una clínica, / fumo, me peino, pienso / en nada”. El gran poeta, il miglior fabbro, el mejor artífice de la poesía contemporánea, parece ausente. Pero no tardamos en darnos cuenta de que solo lo parece. Pasados los cincuenta años ha alcanzado la mayor maestría, la que acierta a abdicar de su maestría.
Escribe ahora sin énfasis ninguno, jugando con las palabras, dejándose llevar por las asociaciones, haciendo resonar en sus versos a todos los poetas que ama, casi a la historia entera de la literatura española. No solo a los nombres prestigiosos de costumbre, también a otros poetas un día populares, hoy un tanto arrumbados: dos veces menciona a Gabriel y Galán; uno de los poemas comienza con los versos iniciales de “El tren expreso”, de Campoamor: “Habiéndome robado el albedrío / un amor tan infausto como mío”. Con libertad absoluta, y sin citarlos expresamente, termina un poema juntando versos de Juan Ramón Jiménez con otros de Miguel Hernández: “y yo me iré y se quedarán los pájaros / cantando / y revoloteará un verso de mi juventud / que llevará a un porvenir / de muchachas y muchachos”.
El humor y desenfado de este libro recapitulatorio y final no excluye otros tonos. El poeta deja constancia de su cotidianidad y también —como tantas otras veces— “hace recuento de su vida”, evoca su infancia triste y rezadora, el gris Bilbao de su adolescencia, los luminosos años en La Habana de la Revolución. Y aquí y allá hace referencia a la guerra del Vietnam, al Che Guevara, asoma un antiamericanismo de manual, pero los compromisos del partido (que a veces atenazaron al hombre) no le impidieron al poeta volar libre y volar alto.
No olvida Blas de Otero, en esta etapa final de su vida —en la que parece preferir el versolibrismo y el coloquialismo— las estrofas clásicas, especialmente el soneto. Qué diferentes, sin embargo, notándose la misma segura mano, los sonetos de este libro de los que le dieron renombre allá por 1950. Ahora juega con el soneto, hace con él lo que quiere, lo hace sonar de otra manera, sin sonsonete clásico. Y también sabe buscarle todos los acordes al romance, incluso remedando a veces al Juan Ramón adolescente: “En este rincón te di / el primer beso una tarde / de octubre, cuando las hojas / eran de color de carne. / Tú entrecerraste los párpados, / arriba cantaba un ave…”
No faltan tampoco las décimas, aprendidas en Cuba, no en Jorge Guillén, ni las cuartetas que homenajean a Martí: “Recoge tu soledad, / concéntrate. Ten valor / para decir la verdad, / aunque te cause dolor”.
De su diario poético —que comienza en mayo del 68 y termina en mayo del 77, unos años en que la historia de España y del mundo parece que se puso a caminar más deprisa, con juvenil desenvoltura— Blas de Otero separa un conjunto de poemas a los que da el título de La galerna (están fechados entre 1969 y 1974). Sabina de la Cruz, en la nota preliminar, nos dice que se trata de un libro distinto “en que describe los estados de ánimo que le generan las depresiones cíclicas que sufrió desde muy joven, simbolizadas en la palabra galerna, nombre que recibe un tipo de súbita tempestad marina frecuente en el mar Cantábrico”. No hay sin embargo diferencias, ni temáticas ni formales, entre estos poemas y el resto. Podían haber formado una misma serie. El modelo del diario poético, en el que cabe todo, parece que pudo más que la voluntad de Blas de Otero de hacer libros distintos.
Junto a la historia personal y la historia del mundo, el otro gran protagonista de este libro es la poesía, la propia y la ajena (abundan los homenajes, tácitos o expresos, a otros poetas), a la que considera —en el poema titulado “El don”— “mi compañera mi camarada de quince años mi desgracia más grande y mejor recibida” y a la que pide “la alteración del orden y la construcción de la justicia”.
“¿Dónde está Blas de Otero?”, se preguntaba en un “Cantar de amigo” publicado hace años y ahora rescatado en este libro. Para muchos lectores, estaba en los manuales de literatura, en los comentarios de texto del bachillerato y en la memoria juvenil junto al póster del Guernica y las canciones de Paco Ibáñez. Hojas de Madrid con La galerna le rescata de erudiciones y nostalgias y nos lo muestra —desenfadado y grave, divertido y hondo— como el más vivo e innovador de los poetas de ahora mismo.
un hombre a pie da miedo cuando al menos a ti el mar en paz deseo rompe olas rompe almas salvador del dia guardian de la noche almirante de Cabo Verde pescadilla del mar inerte...
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