jueves, 23 de septiembre de 2010
Francisco J. Uriz: Do, re, mi, fa, gol
Francisco J. Uriz
El gol nuestro de cada día
Poemas sobre fútbol
Vaso Roto Ediciones
Madrid/ México, 2010
Hubo un tiempo, según recuerda Miguel Pardeza en el prólogo a esta antología, en que abundaba “un tipo de intelectual, hinchado de prepotencia ideológica y prejuicios políticos, que denostó el fútbol y todo lo que significaba”. Eran evidentemente otros tiempos. Hoy, si a alguien no le interesa el fútbol (o si lo considera más o menos como el parchís y otros pasatiempos), no se permite ningún alarde prepotente, más bien calla avergonzado.
Francisco J. Uriz, aplicado traductor de las literaturas nórdicas, ha compilado una antología de poemas sobre fútbol que tiene más de centón que de antología. El criterio de selección ha sido temático: cualquier poema que tuviera que ver con el fútbol le valía, no importa lo insignificante que fuera o que ni siquiera fuera un poema. Nos encontramos así con el himno oficial del Boca Juniors: “Boca Juniors, Boja Juniors, / gran campeón del balompié, / que despierta en nuestro pecho / entusiasmo, amor y fe. / Tu bandera azul y oro / en Europa tremoló / como enseña vencedora / donde quiera que luchó”. Se incluyen también abundantes letras de tango, en algún caso “pura poesía experimental”, según señala el antólogo, como en el sinsentido basado en nombres de olvidados jugadores argentinos: “Largue, Chiessa a esa Mujica / por Souza y por Roncorini / y Parto Coty Spiantoni / porque Passini calor”. Otro “poema” –de un ignoto Luis Fernández Sevilla— termina de esta memorable manera: “Y mil pechos entonaban / la bellísima canción. / Alabi, alaba, alabim bom ba, ra, ra, ran. / Alirón, alirón, / Maravilla campeón, / alirón, alirón, / Maravilla campeón, / campeón, campeón, campeón, / campeón”.
No sé yo si esas curiosidades interesarán a los aficionados al fútbol. Todo es posible, aunque tengo mis dudas. Los lectores habituales de poesía tienen otras cosas en que entretenerse. Por ejemplo, la “Oda a Pep Guardiola”, escrita por un excelente poeta catalán, Narcís Comadira, al que el entusiasmo –como a tantos aficionados— parece hacerle perder la cabeza. “¡Salve, hermano de los potros / de pezuña de trueno!”, comienza. Y luego sigue: “Tú te alzas y relinchas / y con ojos penetrantes escrutas / el estentóreo horizonte”. Pero no son esos versos los más sorprendentes del poema, que a ratos parece una parodia gay: “¡Tú que cubres la gloria / que has dado al compañero, / con un beso en la mejilla! / Dices: aquí. Y es aquí. / Y entre los pelos de la cara / nace una rosa macho”.
Claro que también hay algunos buenos poemas en estas páginas. No falta el brillante ejercicio de Miguel d’Ors titulado “Tempus fugit”: “Lo dijeron Horacio y el Barroco: / cada hora nos va acercando un poco / más al negro cuchillo de la Parca. / ¿Qué es la vida sino un breve sueño? / Hoy lo repite, a su manera, el Marca: / en junio se retira Butragueño”. Juan Bonilla firma otra humorada semejante, “La caída del imperio británico”.
Merece destacarse igualmente el poema de Luis Alberto de Cuenca, donde el fútbol sirve de pretexto para la evocación de los días de infancia, como en los versos de Seamus Heaney. Y contundentemente antibélico se muestra Harold Pinter. Tampoco resulta desdeñable, y sí muy adecuado tras recientes delirios patrioteros, uno de los epigramas de Enrique Badosa: “Ya está en orden el caos de este pueblo. / De nuevo somos grandes y triunfales. / Con entusiasmo todos entonamos / el himno patrio: Do, re, mi, fa, gol”.
En el prólogo escribe Miguel Pardeza –exfubolista y doctor en Literatura con una tesis sobre César González Ruano— que el fútbol “puede tomarse como tema poético con iguales derechos que la fortuna o la desdicha”. No me parece que sean temas equiparables (la fortuna o la desdicha se ejemplifican con el fútbol o con cualquier otro asunto), pero de lo que no hay duda es de que los poetas pueden escribirle una oda lo mismo a la rosa que a la cebolla, ensalzar a los héroes de las Termópilas o, como Píndaro hacía, a los vencedores de las Olimpiadas. Lo que no conviene que hagan –con el pretexto del fútbol o con cualquier otro pretexto— es el ridículo, como Narcís Comadira (insuperable), Elena Medel y algún otro cultivador del humor involuntario que alegra estas páginas.
Francisco J. Uriz no parece haber entendido cuál es la labor del antólogo: seleccionar los mejores poemas de un autor, de una época, o sobre un tema. Él prefiere considerarse un coleccionista de rarezas, y por eso prescinde de Rafael Alberti o Miguel Hernández (la “Oda a Platko” y la “Elegía del guardameta” quedan fuera por ser “muy accesibles”). No prescinde, sin embargo, de abundantes poemas suyos. No en vano, según se nos indica en la solapa, es autor de un libro de poemas de tema exclusivamente futbolístico, Un rectángulo en la hierba.
También a los poetas, como a cualquier hijo de vecino (las excepciones deberíamos ser especie a proteger), les apasiona el fútbol, pero a juzgar por esta antología les motiva más bien poco. Salvo que sean malos poetas, o no simplemente no sean poetas.
El antólogo es de hecho hoy rara avis, abunda más el coleccionista de poesía enfermizamente joven en demasía, ¿cuándo se han de enterar que la calidad no es sinónimo de vanguardia, que esta no va enlazada connaturalmente al ombligo de las nuevas generaciones, que coincidentemente lo más pueril no es siempre lo mejor, ni promesa de nada?
ResponderEliminar¿Para cuándo una de sus antologías? Que esas sí que son.
Yamila.