jueves, 24 de marzo de 2011
Eloy Sánchez Rosillo: El milagro de cada día
Eloy Sánchez Rosillo
Sueño del origen
Tusquets, Barcelona, 2011
Hay una engañosa naturalidad en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, un poeta que, tras ciertos retoricismos y culturalismo iniciales, parece hablar solo de pequeñas anécdotas cotidianas en el lenguaje de todos los días.
Unas golondrinas vuelan en el aire de septiembre, un paseo por la playa le trae el recuerdo de otros paseos infantiles, la luna se alza en el cielo nocturno, llueve sobre los naranjos de las huertas cercanas al río… No necesita más para escribir algunos de los mejores poemas del libro.
Pero junto a esa poesía casi zen, que parece hecha de nada, se encuentran otros textos más retoricistas con algo del voluntarioso optimismo de los libros de autoayuda. Es el caso de “Un pacto con la vida”: “El bien que está en tu mano, / que está en la mía y en la de cualquiera / y que tan solo necesita y busca / que haya en el corazón consentimiento / para llegar hasta la luz del día, / sabe cerrar heridas, cura daños / no ya a quien con asombro lo recibe, / sino a la propia carne lacerada / y al retraído espíritu / (que ahora por fin se expande) / del que con decisión quiere que sea”.
El poema “Luz entrevista” nos remite a una inefable experiencia mística. Tras referirse a su “servidumbre al tiempo fragmentado”, al tiempo indetenible que se precipita “en la fatalidad de la mar última”, escribe: “Pero ocurrió una vez que, de repente, / sin preguntarme, supe por amor, / y todo desde entonces me acompaña / y es simultáneo todo. / No hay transcurso”.
Hay transcurso, sin embargo y afortunadamente, en los poemas de este libro, que hablan del sucederse de las estaciones, de la añoranza de marzo en los días de invierno, de la llegada a los umbrales de la vejez. Eloy Sánchez Rosillo acierta cuando mira, siente, sueña; no cuando reflexiona, moraliza o nos refiere con minucia inefables experiencias más o menos exotéricas. Nos admira el poeta, nos deja indiferentes la prosaica exposición de su sabiduría vital.
El poema “En silencio” ejemplifica muy claramente una de las caídas del libro. “Los hechos más terribles y el mayor desamparo / ocurren en silencio”, afirma al comienzo. Enumera luego alguno de esos “hechos más terribles” y termina: “En estos y otros casos puede haber / gritos desgarradores que nieguen el silencio / en aquellos que sufren”. O sea, que no siempre ocurren en silencio. Pero añade: “mas son gritos inútiles que al silencio equivalen, / porque nadie los oye”. Nadie los oye, salvo que alguien los oiga, añado yo. Con lo cual todo queda en nada: los hechos más terribles y el mayor desamparo ocurren en silencio unas veces y otras no. El poema se queda así en nada, en un vacuo ejercicio retórico. Es lo que ocurre con la mayoría de los poemas sobre el propio hecho de escribir un poema (“Haciendo el equipaje”, por ejemplo), a los que tan aficionado resulta desde sus primeros libros.
Hay bastante ganga en los nutridos títulos últimos de Eloy Sánchez Rosillo, como la hay en toda su poesía, pero a algunos lectores no nos importa demasiado: ese cansino, prosaico, razonador decir parece la condición necesaria para el salto, el trampolín que le permite elevarse a un lugar a donde solo él llega.
Ya he aludido al primer poema del libro, “Golondrinas en septiembre”, que viene tras dos esforzados tanteos iniciales, que no acabamos de creernos (¿Qué es eso de que, si la dejas “crecer, hacerse adulta”, la mañana vendrá más tarde para hacer “que respires sosegado, / limpio ya de tus propias asechanzas, / ajeno a todo mal”). En “Golondrinas en septiembre” no encontramos filosofías, sino “una mañana de oro limpio y bien pulido, / de oro fresco que cae / incesante del cielo”, una mañana llena de golondrinas que “en el jardín da vueltas y más vueltas / y hacen de su trabajo una alegría / que me gana los ojos / y me ata a la vida”.
En “Sucede que allí” los pequeños detalles exactos hace que la visión, el salto atrás en el tiempo, nos parezca más real que el paseo actual que la enmarca. La primera parte del poema cuenta o resume lo que se hará verdad para el lector unos versos después. Ejemplifica bien este poema cómo, lo que consideramos, cansinos prosaísmos de la poesía de Sánchez Rosillo no son sino el punto de apoyo necesario para que su poesía, tan nítidamente suya, tan inimitable como abundantemente imitada, haga su aparición.
“Nocturno con luna” se titula uno de los poemas del libro y podría titularse una antología de la poesía de Rosillo. Un tema que parecía ya solo propio de trasnochados neorromanticismos o de artificiosas chinerías alcanza en él una verdad y una intensidad que solo encuentra par en Leopardi.
No me resisto a la tentación de copiar entero “Huertos junto al río”. Apenas una acuarela, el contraste del gris de la mañana con el oro de los naranjos, pero también algo más, mucho más, tal el machadiano “Las ascuas de un crepúsculo morado”, sin necesidad de hacer explícita ninguna reflexión sobre la madurez y la muerte que asoma en el horizonte como cumplimiento, no como amenaza: “Qué bendición, la lluvia en los naranjos, / a mitad de diciembre. / Dentro de algunos días recogerán los frutos, / ya en sazón bien cumplida. Pero ahora / brillan todos intensos, encendidos, unánimes / en la mañana gris, mientras se escucha / este apenas ruido, / este rumor tan delicado y manso / de la lluvia cayendo sobre las hojas verdes”.
Un poema, cuando lo es de verdad, es algo más que un poema: es una experiencia que nos cambia la vida, que nos hace mirar el mundo de otra manera. Raro será el lector que no encuentre en Sueño del origen alguno de esos poemas, que no son los mismos para todos: cada uno debe encontrar los suyos.
Intuido el derrumbe, escogió otro camino.
ResponderEliminarDesde las colinas le hacían señas.
«¡Ven! ¡Únete a nosotros!»
«El terremoto no podrá conmigo. Yo soy
a pesar de los derrumbamientos.»
Fiel a su estrella, el griego
erigió una estatua entre las ruinas.
© María Taibo