Libros contra el aburrimiento
Edición de Luis Miguel Suárez
Reino de Cordelia, Madrid, 2011
Hay dos modos de ejercer la crítica literaria. Clarín y Valera pueden ejemplificarlos. El primero era burlón y agresivo, no dejaba pasar una, sabía poner siempre a la mediocre pretenciosidad en su sitio, sin por eso dejar de subrayar la excelencia (Galdós encontró en él, desde el comienzo, a su mejor comentarista). Valera, en cambio, no perdía nunca sus buenas maneras de diplomático; los posibles reproches quedaban siempre envueltos en las volutas de su prosa educada y cordial; a menudo daba la impresión de que no acertaba a distinguir entre los versos ocasionales de cualquier dama de la alta sociedad y los poemas de Rosalía de Castro (a quien, por cierto, no incluyó en su florilegio de poetas del siglo XIX, en el que no falta condesa o marquesa que alguna vez pergeñara una estrofa).
Luis Alberto de Cuenca tiene poco de Clarín y mucho de Juan Valera, con quien comparte además el buen conocimiento de la cultura clásica. Le gusta escribir desde la cordialidad generosa; sus reseñas están llenas de abrazos, agradecimientos, detalles personales, anécdotas aparentemente prescindibles: “El otro día –así comienza una semblanza de poco más de treinta líneas sobre Carmen Jodra— fui a Barcelona, a la Universitat Pompeu Fabra, invitado por José María Micó, que acaba de publicar una extraordinaria traducción castellana del Orlando furioso. Él no estaba, porque tenia que grabar un programa de televisión, y encargó a otro profesor de la casa, Eloy Fernández Porta, que me atendiese”.
Si encuentra algo que reprochar al autor reseñado, se lo calla educadamente. No hace lo mismo cuando se trata de criticar la “miopía socialista” o la “intransigencia nacionalista” que –en su opinión— han llevado a nuestros estudiantes a “una brutal ignorancia en materia de Humanidades”; tampoco cuando el editor no respeta los modos eruditos habituales: “Lamentamos que una vez más las notas figuren al final del volumen y no a pie de página, que es donde deberían figurar”.
En principio, nada puede parecer menos atractivo que un acrítico centón con todas esas breves reseñas que Luis Alberto de Cuenca ha ido publicando, desde hace varias décadas, en el suplemento cultural del Abc. Abrimos Libros contra el aburrimiento —atinado título, sugestiva portada— llenos de prejuicios, pero leemos acá y allá y el entusiasmo con el que se nos habla de la nueva edición de un clásico o de un tebeo, de una obra maestra de la literatura o de una monografía erudita sobre un tema muy menor se nos acaba contagiando.
Libros contra el aburrimiento nos enseña a leer en simpatía, a no distinguir entre la llamada alta cultura y la cultura popular. Luis Alberto de Cuenca es un sabio, lo sabe todo de muchas cosas, pero eso no le impide glosar “a Mortadelo y Filemón, la pareja de hecho más justamente célebre de la historia del cómic patrio”, con el mismo entusiasmo que el dedicado a Dido y Eneas.
Misteriosamente, todo lo que nos sobraba en la lectura periodística de estos artículos (las referencias autobiográficas, el irse por las ramas curriculares, los minuciosos detalles bibliográficos) encuentra su sentido en las páginas de este nutrido volumen.
No solo se reúnen reseñas. Hay lugar también para las necrológicas y en ellas no faltan los curiosos apuntes autobiográficos: “Volvió luego a Galicia –se nos dice de Ramiro Fonte—, y allí le localicé allá por 2003 para que interviniera en el encargo que el presidente Aznar me hizo de poner letra al himno nacional. Al final fuimos cuatro poetas de diferentes regiones españolas –Ramiro, Jon Juarista, Abelardo Linares y el que suscribe— quienes acometimos y dimos fin a aquella empresa, pero fue Jon quien pergeñó la mayor parte de la versión definitiva”.
La agrupación temática trata de poner orden en este fascinante maremagnum, que dice mucho de los plurales intereses del autor. “Oriente” nos habla, entre otras cosas, del cuento más antiguo del mundo, la mejor novela china y los fantasmas japoneses de Lafcadio Hearn; en “Religión y folklore” los héroes cristianos alternan con Caperucita, los mitos con Internet; dos secciones muy nutridas se dedican al mundo clásico y a la Edad Media ; siguen luego, en orden cronológico, los capítulos que van desde el Renacimiento hasta la época contemporánea. Tras hablar de los cómics y del cine, aún hay sitio para dos complementos: “Varia” y “En cursiva”.
Dejando a un lado las opiniones políticas del autor (que no se cuida de disimular, pero que tampoco exhibe con excesiva frecuencia), lo más discutible del volumen son sus referencias a la literatura contemporánea. De Las moras agraces, el primer libro de Carmen Jodra, nos dice que “ha supuesto para su generación lo mismo que supuso para la mía Arde el mar, de Pedro Gimferrer, mi nunca bien ponderado maestro: una auténtica revolución estética”. Añade que hay un antes y un después de ese libro en la poesía española última, como puede percibir “cualquier lector sensato y sensible”. El artículo se fecha en 2005. Si dudosa resultaba tal afirmación entonces; equivocada sin ninguna duda resulta desde la perspectiva actual.
Pero bien mirado esas discrepancias no hacen sino añadir encanto a una miscelánea que es como una inagotable biblioteca de Babel. Abierto por cualquier página, nos encontramos con un ameno guía que con erudito entusiasmo nos sugiere la lectura de un libro. Aunque no siempre le hagamos caso, siempre es un placer escucharle.
Algo parecido me pasa con usted. Aunque no siempre le haga caso, siempre es un placeer leerle
ResponderEliminarResulta, que se le ven las patitas por debajo de la falda.
ResponderEliminar