Jon Juaristi
Miguel de Unamuno
Taurus / Fundación
Juan March
Madrid, 2012
Ningún personaje es de una pieza, y Unamuno no resulta una
excepción. De las muchas piezas que conforman su figura, las que menos le
interesan a su más reciente biógrafo son precisamente las literarias. Jon
Juaristi, poeta, despacha la poesía de Unamuno en unas pocas desangeladas
líneas y solo cita íntegro un soneto, pero no por sus valores poéticos, sino
porque puede considerarse “como una breve ejecutoria de hidalguía que
actualiza, de modo no completamente irónico, el tema original de la nobleza
originaria de los vizcaínos, ilustrándolo con el ejemplo de la familia Jugo”.
Claro que
si el vasco Unamuno es un personaje complejo no lo es menos su biógrafo, el también
bilbaíno Jon Juaristi, que comenzó militando en la juventud nacionalista
fundadora de ETA (y fue encarcelado por ello), que ocupó cargos durante el
gobierno socialista de Euskadi y que luego se convirtió en el más eficaz ariete
de la derecha contra el nacionalismo vasco hasta acabar en Madrid a las órdenes
de Esperanza Aguirre. Y en medio queda una conversión al judaísmo que lo
convierte en caso único entre los intelectuales españoles.
A Jon
Juaristi la obra literaria de Unamuno parece interesarse tan poco que comete
errores de bulto: “Durante los primeros años del siglo. Miguel consolidó su
prestigio como hombre de letras, no tanto en la novela, como en la poesía y,
sobre todo, en el teatro”. ¿El prestigio de Unamuno en los primeros años del
siglo se debía a su teatro? Qué disparate. Pero si no estrenó su primera obra
hasta 1909, sin mayor éxito, y apenas le interesaba el teatro sino como un
medio de conseguir dinero… según explica muy bien el propio Juaristi unas
líneas más adelante.
La más
original de las peculiares opiniones de Juaristi (el estilo de Borges es deudor
del de Menéndez Pelayo, por ejemplo) es la que considera El resentimiento trágico de la vida, la obra póstuma e inacabada de
Unamuno, como “un gran poema modernista (en el sentido europeo), comparable a
los mejores poemas del modernismo de entreguerras. Poemas como The Waste Land, de Eliot, donde, para
decirlo con palabras de Feal Deibe, las ideas no hacen más que abocetarse y se
salta sin transición de unas a otras”. Una opinión sugerente, sin duda, pero
que no se acierta a desarrollar. Tras señalar que “lo que el autor cree
escribir no determina el género de lo escrito” (“Notas sobre la revolución y
guerra civil españolas” subtitula Unamuno su texto, y eso es lo que es), añade:
“Fernando de Rojas creía escribir una tragicomedia y escribió una novela,
Cervantes creía escribir un libro de caballería para acabar con los libros de
caballerías y escribió una novela, James Mcpherson creía escribir una poema
épico y escribió una novela, como advierte Hegel”. Pues diga lo que diga Hegel el Fingal y los otros poemas gaélicos que
Mcpherson atribuyó a Ossian no son más novela que la Ilíada o la Eneida
y los libros de caballería son novelas (¿qué si no?) y si Fernando de Rojas
creía escribir una tragicomedia eso fue lo que escribió.
Pero estos
detalles no disminuyen la importancia del volumen. Tampoco otros, muestras del no
siempre fino humor de Juaristi (familiar a los lectores de sus poemas) o de la
aproximación que a veces establece entre su biografía y la del biografiado. La
famosa crisis que Unamuno padeció la noche del 21 al 22 de marzo de 1897 y que
tan trascendental resultaría en su obra, según la mayoría de los estudiosos, la
reduce a algo que conoce bien, “un vulgar ataque nocturno de pánico precedido de
insomnio, con sudoración, disnea por hiperventilación y ligeras molestias en el
pecho que el sujeto percibe como anuncio de inmediato infarto. Frecuentemente
tiene secuelas fóbicas engorrosas que desaparecen al cesar la situación de
estrés que lo causó. Como el número de los que lo padecen alguna vez en su vida
se va acercando a la suma total de la población del planeta, los servicios
hospitalarios de urgencia disponen hoy de ingentes cantidades de benzodiacepinas
para despejar los pasillos y permitir el tránsito de heridos en accidentes de
moto y peleas de discoteca, pero este tipo de recursos no existía a finales del
siglo XIX”.
¿En dónde
reside la importancia de este libro a pesar de sus salidas de tono? A Jon
Juaristi, más que la literatura, le interesan la filosofía y la historia,
especialmente la historia del nacionalismo. El surgimiento del nacionalismo
vasco lo conoce mejor nadie, pero también ha estudiado con igual finura de
análisis el nacionalismo español. La toma de partido en contra de uno y a favor
del otro (la misma de Unamuno) casi nunca le resta valor y objetividad a sus
análisis. Ni siquiera a Sabino Arana se le caricaturiza demasiado (y apenas
tiene importancia el que, en la bibliografía, aluda a Alfonso Guerra como
“político desaprensivo”). Parafraseando sus anteriores afirmaciones, podríamos
decir que ha creído escribir una biografía y ha escrito una apasionante novela
de ideas. El personaje de Unamuno a veces parece convertirse en solo un
pretexto, y no siempre sale bien parado: ninguna de sus pequeñas miserias se
atenúa. Es un ejemplo de intelectual que cree dirigir la historia y que en
realidad es zarandeado por ella. Vivió de niño, como unas largas y apasionantes
vacaciones, el cerco de Bilbao por los carlistas y la nostalgia de aquellos
años le llevó a desear otra guerra civil, metafórica o no, que regenerara la
vida española. La tuvo al final, como es bien sabido. Pero no fue precisamente
la que él había soñado y con tanto fervor apoyó en un principio. Le salvó al
final el discurso del Paraninfo, valeroso o temerario gesto al que Juaristi
añade nuevos matices deducidos de la fotografía en que se ve a Unamuno
abandonando la universidad. “Un bel morir tutta una vita onora”, como dice el
conocido verso de Petrarca.
Permíteme, José Luis, una precisión que no quiere distraer del valor de tu entrada: se trata de mi propia conversión al judaísmo en 1979, algo que se registra en mis diarios "Los que cruzan el mar" y se trasvasa en una "nouvelle", "De tu boca a los cielos". Para alguna corriente del judaísmo la cuestión de si se es (o no) converso es en realidad irrelevante, hasta el punto que se le considera más judío que al que lo es de nacimiento. Acabo de empezar el libro del amigo Juaristi y ya puedo apreciar que la erudición y la ironía hacen inaplazable su lectura.
ResponderEliminarEl caso de Juaristi no es tan singular como yo creía. Gracias por tu testimonio, amigo José Carlos, mi compañero de viajes a Jerusalén.
ResponderEliminar"Todos los poetas son judíos, / todos nacen con una estrella en la frente", escribió Marina Svietaieva. O sea, que no estamos tan distantes.
JLGM