viernes, 13 de junio de 2014

José Ángel Valente: Sequedad, verdad, inteligencia


Antología poética
José Ángel Valente
Alianza Editorial. Madrid, 2014

El tiempo suele ser el más incorruptible y feroz de los críticos literarios. Tras la muerte de un escritor, incluso del más célebre, e inmediatamente después de la habitual catarata de hiperbólicos elogios, acostumbra a echar paletadas de olvido. Luego solo unos pocos vuelven reducidos a lo esencial, olvidadas polémicas y vanaglorias.
            Leemos la antología de José Ángel Valente preparada por Tomás Sánchez Santiago y enseguida podemos comprobar que el tiempo le ha tratado bien, que la mayoría de sus poemas no les ha añadido ni una arruga.
            José Ángel Valente fue un personaje polémico que no hurtó el bulto en las habituales guerrillas literarias. Se inició como poeta a mediados de los cincuenta, dentro de la corriente realista y comprometida (en “La rosa necesaria” rechaza el solipsismo esteticista y pide una “palabra natural, / habitada y usada / como el aire del mundo”), pero sería uno de los primeros en rechazar las limitaciones de esa poética, su “formalismo temático”.
            Admiraba a sus maestros –Unamuno, Cernuda, los cultivadores de la que él llamó “la poesía de la meditación”– y le gustaba ser celebrado por sus discípulos, que fueron innumerables, y algunos de tanta inteligencia como Andrés Sánchez Robayna, pero, nuevo Juan Ramón, no admitía la competencia de ninguno de sus coetáneos. De ahí su reiterado rechazo a las agrupaciones generacionales y especialmente a aquella en la que solía incluírsele, la generación del cincuenta. En alguna de sus últimas entrevistas arremetió ferozmente contra José Hierro, un poeta que obtuvo un gran predicamento con Cuaderno de Nueva York, como si temiera que pudiera hacerle sombra.
            Pero todo eso queda olvidado al releer ahora sus versos, que prescinden de cualquier alarde retórico, que no desdeñan la grisura para tratar de ir directos a lo esencial, a la realidad que se esconde tras las apariencias. Desde muy pronto, es la suya poesía que se vuelve sobre sí misma, que indaga en el origen de la palabra poética. Uno de los poemas más famosos de sus comienzos compara “el cántaro y el canto”; luego apelará al silencio preñado de sentido, anterior a la palabra.
            Algunos de los primeros admiradores de Valente le abandonarían cuando se fue distanciando de las poéticas realistas para indagar en otros ámbitos menos explorados y próximos a ciertas formas heterodoxas del misticismo. Pero no hay propiamente dos épocas en la poesía de Valente, como no hay un ángel de luz y otro de tinieblas en la de Luis de Góngora.
            En un libro como Mandorla, de 1982, nos encontramos, junto s los poemas eróticos –una de las líneas que atraviesan la poesía de Valente– otros que dejan constancia, con desnuda palabra, de la realidad que le ha tocado vivir. “Días heroicos de 1980” glosa la lectura del periódico en una fecha indicada expresamente (“Domingo, diecisiete, / febrero. San Silvano”) para expresar su desengaño ante el fracaso de las utopías. También la lectura del periódico un día concreto da origen a “Elegía menor, 1980”, donde la noticia de un suicidio en el ginebrino río Arve le sirve para componer el más escueto y emotivo epitafio. Y en uno de sus últimos libros, Al dios del lugar, habla de la necesidad de escribir “después de Auschwitz / y después de Hiroshima” en un largo poema que podría incluirse en cualquier antología de la poesía social.
            A José Ángel Valente le preocuparon unos pocos temas y a ellos fue fiel a lo largo de su vida, lo mismo que a lo esencial de un estilo despojado que en uno de sus extremos se acerca a la poesía neopopular –Breve son, Cántigas de alén– y en el otro a ciertos textos herméticos –Tres lecciones de tinieblas– o a las elucubraciones de Lezama Lima, una de sus referencias intelectuales.
            Era también poeta muy dotado para la sátira y el humor inmisericorde, unas veces –como en Presentación y memorial para un monumento– contra aspectos generales del mundo contemporáneo y otras contra destinatarios concretos (un ejemplo son los poemas dedicados a Gabriel Celaya y José Hierro).
            Hubo desvíos, errabundias en la poesía de Valente (que a unos les podrían gustar más y a otros menos), pero no hubo decadencia ninguna. Su último libro, Fragmentos para un libro futuro, aparecido póstumamente, es el más extenso y el mejor de los suyos. Incluye precisas anotaciones paisajísticas –como “Cabo de Gata” o “Sobrevolando los Andes”– que trascienden la realidad concreta sin negarla: “El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color; es tan solo la luz, Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia”.
            Incluye un último homenaje a un poeta siempre presente, como ejemplo y lección en su obra, Luis Cernuda. Y una historia de fantasmas que es quizá uno de los más desolados poemas de amor que se hayan escrito nunca (“Si después de morir nos levantamos…”). Destacan igualmente, como no podía ser de otra manera, la constante presencia de la muerte, aceptada sin patetismos ni trascendentalismos: “Tal vez morir no sea más que esto, / volver suavemente, cuerpo,  / el perfil de tu rostro en los espejos / hacia el lado más puro de la sombra”.
            Valente, presencia constante en las polémicas de los años ochenta y noventa, es un poeta demasiado significativo y verdadero como para quedar en las manos de sus escoliastas y turiferarios o para ser reducido, con el paso del tiempo, a un nombre más en los manuales. Esta espléndida antología demuestra que, como él mismo dice de Cernuda, la “luz escueta” de su poesía “permanece para siempre”, mientras tantos otros “han desaparecido entre la sombras”.

            

4 comentarios:

  1. Poeta admirado de una generación que admiro, pero que por algún motivo nunca me ha causado un solo instante de conmoción poética. Quizá, precisamente, por el misticismo que nos distancia. Y tampoco me resulta gracioso ni humorísitico; ignoro cómo sería la persona, pero el autor me parece mala gente:

    "Hubo fuego en su vida, suponemos, fue por él al cabo consumido. Pero en los versos quiso ser elegante y despiadado, sin advertir que a veces navegaba entre el aire ramplón y el soplo cursi. Adiós, amigo de pocas veces y escasas convergencias. La mala visibilidad del día y de la hora, la caída del año, el fin del tiempo, la impermeabilidad pugnaz de los mediocres ya no permitirán que nos veamos".

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  2. Te felicito por esta reseña, tan atinada y tan justa, JL. Me alegra ver que coincidimos en que el poema "Si después de morir nos levantamos..." es extraordinario; para mí, incluso, uno de los mejores que se ha escrito en nuestra lengua en general (tema o no amoroso), puesto que se enfrenta al gran dilema, primero y último, de la existencia, el ser o no ser que nos persigue durante toda ella (o una vez pasado ese fundido en negro de la infancia, más o menos). Gracias por recordarlo. Un abrazo.

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  3. Es con distancia el mayor de los poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX, aún acusado de misticismo o hermetismo. Es un poeta coherente, humano y que nunca abandonó sus preocupaciones humanísticas, sólo abandonó la rigidez del socialrealismo. Un genio.

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  4. Sería una cosa bien curiosa, el que a uno le "acusaran" de misticismo. No he visto a nadie (razonable) hacer esa "acusación" a San Juan de la Cruz. El problema con mucha de la poesía de Valente es lo que Carlos Pujol, con su lucidez y su ironía características, señaló al decir que "Hay autores que juegan con el equívoco de si lo que dicen es de una profundidad insondable o una bobada. En la duda hay que inclinarse por esta última suposición". Sabio consejo.

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