Reivindicación de don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras,
sables y sonetos
Francisco Rivas
Edición de Juan
Bonilla
Zut Ediciones.
Málaga, 2014
No son pocos los escritores más famosos por su vida que por
su obra literaria. Uno de ellos es Pedro Luis de Gálvez, el rey de los
hampones, cuya truculenta peripecia biográfica fascinó a Pío Baroja, a Ramón
Gómez de la Serna
y a tantos de sus contemporáneos. Juan Manuel de Prada le volvió a poner de moda
con uno de los relatos de El silencio del
patinador y le convirtió en protagonista de su primera y más famosa novela,
Las máscaras del héroe.
Francisco
Rivas, Quico Rivas, “polifacético agente cultural” (así se le define en la
solapa de este su libro póstumo), uno de los protagonistas de la movida
madrileña, también se sintió seducido por Gálvez. En 1996 reunió en Negro y azul sus poesías casi completas
y en el prólogo a ese volumen daba por publicado Reivindicación de don Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y
sonetos, una obra que, sin embargo, solo ahora, tres lustros después, ve la
luz.
Hubo anteriormente
varios intentos de edición, pero en el último momento el autor decidió siempre
echarse atrás, considerando que su investigación no estaba acabada. Luego, en
un incendio, desapareció el original y Francisco Rivas se desentendió del
asunto. Juan Bonilla, ya fallecido el autor, en 2008, encontró una copia, que
es la que ahora se publica.
El largo y
llamativo título del volumen, además de llamativo, resulta engañoso. No todo él
se dedica a reivindicar la figura Gálvez. En muchas páginas ni aparece,
sustituido por otros integrantes de la bohemia finisecular. De hecho, el
capítulo más apasionante del libro, el que se lee como si formara parte de una
novela policial, es el que refiere el asesinato de Luis Antón del Olmet a cargo
de su amigo y colaborador Alfonso Vidal y Planas. La historia, que conmocionó
al Madrid de los años veinte, es bien conocida, pero Francisco Rivas acierta a
despertar nuestro interés como si la leyéramos por primera vez.
El género,
o subgénero, al que este libro pertenece tiene un nombre quest, búsqueda, y una de sus características es que el
investigador adquiere a veces tanto protagonismo como el personaje investigado.
Francisco Rivas comienza su obra en clave autobiográfica: “Las del 92 fueron
las peores navidades de mi vida. Unas auténticas navidades negras, es decir,
sin blanca. Incluso me cortaron el teléfono, algo que no ocurría desde tiempos
inmemoriales. Mi novia se había marchado a pasar las fiestas con su familia y
yo me encontraba tan aliquebrado de salud y de moral que no tuve ánimos para
cumplir con la mía”.
Pero pronto
el libro va por otros caminos, centrándose en la vida y obra de Gálvez y en los
otros escritores marginales de su tiempo. Rivas no actúa con entera
imparcialidad, se siente identificado con los perdedores y se comporta más como
un abogado defensor que como un riguroso investigador.
Pretende
desmentir rumores, pero acaba sucumbiendo a ellos. Gálvez, desde muy pronto,
fue menos un escritor real que el protagonista de truculentas anécdotas (la más
famosa, la del hijo que nació muerto y cuyo cadáver paseaba por los cafés en
una caja de zapatos pidiendo dinero para enterrarlo), y su biógrafo, que al
principio trata de separar la verdad de la leyenda, en seguida se dedica a
citar ampliamente, sin cuestionarlo, no solo todo lo que se contaba sobre
Gálvez, sino las novelas directa o indirectamente inspiradas en él.
Uno de esos
“rumores muy extendidos”, a los que Rivas da crédito, hace a Gálvez autor de
alguna de las obras de Enrique Larreta y Ricardo León. El primero habría
comprado a Gálvez el original de La
gloria de don Ramiro, su obra más conocida, por 500 pesetas. Las razones de
Rivas para dar por cierto tal hecho carecen de la más mínima fuerza probatoria:
“A favor de esta hipótesis hay sobrados argumentos. Ese tipo de chanchullos,
por así decirlos, estaba mucho más extendido en la época de lo que el común de
los lectores puede imaginar. A Pedro Luis de Gálvez colocar un libro a un
escritor serio en estos momentos le resultaba bastante difícil. Venderlo, aún
más. Cobrar un adelanto a cuenta, con su fama, ni en sueños. Y por cien duros
era capaz de vender a su madre”. No sé si a su madre, pero parece que a su
mujer si hay pruebas de que la vendió alguna vez. Pero una novela es algo
distinto; primero hay que escribirla, y una obra de estilo tan elaborado y
arcaizante como La gloria de don Ramiro no
se escribe precisamente en cuatro días.
Al otro escritor
para el que supuestamente hizo de negro Pedro Luis de Gálvez nos lo presenta
Rivas con el siguiente párrafo: “Ricardo León fue novio y amante de Concha
Espina, en todo muy superior a él, y la dejó por una jovencita sin más mérito
que un buen par de domingas. Entre la Academia , las amantes, la política –se presentó
candidato a diputado en 1914– y la intensa vida social a don Ricardo León no le
quedaba mucho tiempo para la literatura”.
Como amena,
y a ratos disparatada, miscelánea, más que como serio trabajo de investigación,
debe leerse este volumen, aunque no dejen de encontrarse en él textos y datos
poco conocidos, como las colaboraciones de Gálvez en el diario valenciano El Pueblo los años finales de la guerra.
Explica
ello que el editor, Juan Bonilla, no se tome la molestia de precisar la
procedencia de algunas citas o de enmendar errores evidentes, como señalar que,
en mayo de 1930, nos encontrábamos en plena dictadura de Primo de Rivera
(destituido unos meses antes).
Pedro Luis
de Gálvez, detenido en Valencia en abril de 1939, fue juzgado en Consejo de
Guerra, condenado a muerte y fusilado un año después. Rivas afirma que “no era
en absoluto culpable de ninguno de los innumerables crímenes que se le
atribuyeron”, como él va a demostrar. No lo consigue. Lo cierto –y hay
irrefutables testimonios de ello– es que Gálvez fue uno de los protagonistas de
los meses de terror que siguieron en Madrid a la sublevación militar del 18 de
julio. Detuvo, encarceló, presumió de haber eliminado a cientos de facciosos.
Cierto que también salvó a algunos de sus antiguos favorecedores (como el
futbolista Ricardo Zamora), pero no hay muchas dudas de que aprovechó aquellos
turbios días para saciar su resentimiento.
¿Era un
gran escritor Pedro Luis de Gálvez? Era un poeta que desperdició su talento en
docenas y docenas de poemas de circunstancias, especialmente sonetos, para los
que tenía una gran facilidad (el soneto, una vez que se domina la técnica,
tiene mucho de mecánico artificio: quien hace un soneto hace un ciento). Era
también un pícaro sin escrúpulos, un hampón que pareció redimirse cuando
conoció a Teresa Espíldora, madre de sus hijos (a ella le dedica alguno de sus
más hermosos poemas), pero del que los enloquecidos primeros meses de la guerra
civil sacaron, como de tantos otros, lo peor que llevaba dentro.
Si no un
gran escritor, aunque poeta notable, Pedro Luis de Gálvez fue un inagotable personaje
literario. Este libro lo confirma. No es el primero sobre su figura, tampoco,
sin duda, será el último.
Luís Antonio de Villena le ha fusilado este artículo en el diario El Mundo, de fecha 22 de octubre de 2014.
ResponderEliminarLoreak McGebar, deSalamanca ( Académica palanca)
No creo que Luis Antonio de Villena me lea.
EliminarJLGM