La mala puta. Réquiem por la literatura española
Miguel Dalmau / Román
Piña Valls
Sloper. Mallorca,
2014.
La literatura española ha muerto. Miguel Dalmau y Román Piña
Valls certifican su defunción en un libro al que han dado el llamativo título
de La mala puta, que es como al
parecer calificó Hemingway a la literatura española en un encuentro con Carlos
Barral allá por 1959.
¿Cómo han
llegado a esa conclusión? Román Piña Valls se basa en un cuestionario a
diversos escritores; Miguel Dalmau prefiere remitirse a algunos episodios
autobiográficos.
“He aquí
los hechos”, comienza. Resulta que él, en el año del centenario cortazariano,
había preparado una magna biografía del autor de Rayuela, pero las citas que incluía no fueron autorizadas por los
propietarios de los derechos y al final la editorial que se la había encargado
renunció a publicarla. “Esto ha ocurrido este mismo invierno en un país
presuntamente libre y democrático”, denuncia Dalmau, quien además se queja de
que ese acto de censura –a cualquier cosa se le llama hoy censura– no haya
despertado un movimiento de solidaridad entre los escritores.
Sus choques
con la “censura” vienen de lejos. Cuando Juan Luis Cebrián publicó su primera
novela le encargaron la crítica en el suplemento cultural de La Vanguardia. Parece que el exdirector
de El País no la encontró
suficientemente elogiosa y llamó para quejarse al director del diario de la
competencia y este inmediatamente exigió que a Dalmau se le apartara de la
sección de libros; el encargado de esa sección, sin embargo, se plantó y pudo seguir colaborando en el
periódico barcelonés. “Este episodio de primera mano –glosa Dalmau– demuestra
hasta qué punto ya existía la censura hace treinta años”.
El asunto
no acabó ahí: “Inútil añadir que jamás he recibido una buena crítica de El País dedicada a mis libros”. Cierto
que cuando apareció su biografía de Gil de Biedma le dedicaron dos páginas,
pero enseguida comenzaron los ataques de “tipos que tenían allí una columna
cada semana, o un espacio de crítica, y estaba claro que no podían sufrir que
su propio periódico jamás hubiera acogido su trabajo con la misma generosidad”.
Uno de ellos, Jordi Gracia, a quien se califica –citando a un anónimo editor barcelonés–
como “un profesor universitario oportunista y tontito”.
Sigamos con
las desventuras de Dalmau que le han llevado a entonar un réquiem por la
literatura española. “Razones para detestar a Gimferrer” titula uno de los
capítulos del libro. ¿Y cuáles son esas razones? Pues que no le publicó su
primera novela, a pesar de que Dalmau, gracias según dice a sus contactos
familiares, consiguió una carta de recomendación nada menos que de un
intelectual tan prestigioso como Laín Entralgo, entonces director de la Real
Academia, de la que era miembro Gimferrer. Dalmau no se amilanó por el rechazo:
“Aprovechando de nuevo contactos familiares me presenté en el despacho de José
Pardo, subdirector general de la editorial Planeta, propietaria de Seix
Barral”. No era un cualquiera: “En aquel momento solo el magnate Lara tenía más
poder que él”. No pudo contener su asombro al enterarse del caso: “Se quedó
blanco: no todos los días llega a su despacho un autor novel avalado por el
presidente de la Real Academia, y con una recomendación por escrito declarando
que el cadete posee talento e imaginación. Pardo comprendió en seguida que yo
tenía todo el derecho del mundo a preguntarle por qué aquel incompetente que
les aconsejaba al otro lado de la calle insistía en no publicarme”.
De este
estilo son las anécdotas autobiográficas que le sirven a Miguel Dalmau para
certificar el estilo catatónico en que se encuentra hoy la literatura española.
Las reflexiones sociológicas que extrae de ellas resultan, cuando menos,
sorprendentes. Quien cuenta como recurrió a recomendaciones y a sus relaciones
familiares para publicar sus libros denuncia que la clase literaria derroche su
tiempo y energía “diseñando estrategias en la sombra para promocionarse”. Y sermonea a sus colegas: “El artista
verdadero no malgasta el tiempo en este tipo de estupideces. Cada minuto de
teléfono perdemos un adjetivo, cada correo la opción de una frase afortunada.
Pero vivimos en un país de vagos y el mejor modo de allanar el camino no es el
trabajo bien hecho sino la intriga”.
De trabajo
bien hecho no parece que pueda dar muchas lecciones Miguel Dalmau; tampoco
Ramón Piña Valls, aunque no resulte tan minuciosamente vacuo y desopilante. Sin
desperdicio, digno de figurar en cualquier antología del disparate, resulta “Tocador de señoras”, el capítulo que Dalmau
dedica a las mujeres de los escritores (a las escritoras ni se refiere):
“Esposas, compañeras, amantes… Obviamente no las considero responsables del
hundimiento de nuestra literatura, pero sin duda son cómplices de su
mediocridad”. ¿Y por qué? Pues porque son sumamente prácticas: “Les gusta
ayudar al escritor rentable que quizá haya en nosotros, pero reprimen al
verdadero artista”. No son buenas consejeras literarias y eso él lo sabe bien:
“Por azares de la vida he tenido la suerte o la desgracia de vivir en pareja
con siete mujeres: todas fueron musas, todas me quisieron mucho y me aguantaron
bastantes perrerías; todas leyeron puntualmente mis manuscritos, pero os juro
por Snoopy que no eran Natalia Ginzburg. Aunque todas poseían estudios
literarios y amaban la lectura, incluso habían publicado libros, lo cierto es
que solo dos de ellas eran ‘críticas literarias’ fiables. Y eso ya es la leche.
Estadísticamente es casi imposible, pues, que si solo has vivido con una mujer
te haya tocado a ti, precisamente a ti, la Sontag que circulaba libre por el
éter. Esperándote con los brazos abiertos”.
En la
literatura española, como en cualquier otra, hay mucho que criticar, sin duda
alguna. Pero Miguel Dalmau se limita a ejercer su derecho a la pataleta y a
generalizar con escaso conocimiento de causa y evidente desprecio del más
mínimo rigor intelectual. Román Piña Valls, quizá para no dejarle en mal lugar,
tampoco se esfuerza mucho en su encuesta sobre la profesión de escritor y sobre
los novelistas que tuvieron un momento de éxito en los ochenta o los noventa y
luego desaparecieron.
“Los
muertos que vos matáis”, habría que decirles a ambos, “gozan de buena
salud”.
La verdadera crisis de la literatura está muy relacionada con Internet y todo lo que lleva consigo.
ResponderEliminarEl tiempo, a menudo escaso y robado a otras actividades, que mucha gente dedicaba antes a leer (antes de acostarse, en el bus o en el metro, en la playa o montaña durante las vacaciones…), ahora lo dedica en buena medida a navegar por Internet, escribir y contestar e-mails, participar en redes sociales… o recibir, contestar y rebotar whatsapps y vídeos con el teléfono móvil.
Incluso el tiempo de lectura propiamente dicha lo hacen frecuentemente por Internet, donde es fácil devorar relatos cortos, artículos o poemas (todo lo que se puede leer en “unidad de acto”), pero en cambio no es sencillo ni agradable leer “À la recherche…” de Marcel Proust.
En suma, ha decaído de modo muy notable el interés por la lectura, sobre todo de textos largos y reposados, y eso repercute también (y mucho) en la industria editorial, que cada año reduce sus ventas, pues ya digo que los textos largos se leen poco y a los breves puede accederse por Internet. Así que ¿para qué comprar libros?
Las novelas se ven afectadas además por otro fenómeno, ya que, al tener la gente tantas cosas en la cabeza (chats, webs, foros…), es difícil no perder el hilo de una historia o trama que tiene que leerse reposadamente en varios días (o semanas), y de ahí también que la gente les dé de lado.
En suma, han cambiado los gustos de lectura en muy poco tiempo.
¿Qué va a pasar con todo esto? No sé, pero creo que al final la literatura se nutrirá fundamentalmente de textos breves, como relatos, artículos y poemas que pueden leerse de un tirón; y las novelas quedarán bastante orilladas, como un género literario propio de otra época.
Me temo que la calidad de la literatura española, y me atrevo a decir que universal, no ha cambiado gran cosa en los últimos veinte o treinta años, para bien o para mal. Y hace sólo diez años la gente no pasaba tanto tiempo con el móvil ni en internet. Luego la influencia de las nuevas tecnologías no ha podido hacerse notar. Dudo que la mayor parte de las quejas en ese sentido sean nada más que el viejo síndrome de Manrique ("cualquiera tiempo pasado..."). Ya hablarán con más conocimiento de causa sobre esto los historiadores de dentro de 300 años.
EliminarCompletamente de acuerdo, Jesús.
Eliminar@ SS: Justamente por eso el ABC felicita hoy a sus lectores por leerle.
Eliminar@ Jesús & Co.: De hecho, yo creo que en el futuro habrá un internet del tiempo. Sí, sí, habéis oído bien. Igual que las estrellas que ahora vemos ya no existen, es decir, que vemos el pasado, dentro de, no sé, 3000 años habrá tecnología suficiente para que haya miríadas de satélites a distintas distancias de la Tierra que nos devuelvan el registro del pasado que queramos. Como Google Earth, pero con el tiempo incluido. Y La Tierra será el grano de mostaza en el que nos observaremos.
Coincido con Sandra en que Internet ha alterado la forma de leer favoreciendo una lectura fugaz y de picoteo frente a la lectura sosegada de antaño. En la gente joven este fenómeno es aún más acusado. Y no sólo ocurre con la lectura. Mis hijas adolescentes se cansan pronto cuando ven películas con trama lenta. Vaya muermo, exclaman. Sin duda es pena, pero creo que películas como "Muerte en Venecia" o "Dublineses" (basadas respectivamente en la novela homónima de Thomas Mann y en el relato "Los muertos" de James Joyce) hoy no se rodarían. También dudo de que hoy un editor publicase "La montaña mágica", por la lentitud y tenue acción de su trama. A mí mismo me ha ocurrido que algunas novelas leídas últimamente (así, "El impostor" de Javier Cercas y "Como la sombra que se va" de Muñoz Molina) se me han hecho largas y reiterativas. He tenido la sensación de que las historias estaban "estiradas": que decían en demasiadas páginas lo que podían haber dicho en muchas menos. Me pregunto si también seré víctima de esa epidemia.
ResponderEliminarNo pierda la esperanza, Sr. Baldaya. Hay vida más allá de sus hijas adolescentes.
EliminarNo, no hay epidemia. Lo que tienen de largas y aburridas las últimas obras de Cercas y Muñoz Molina se debe exclusivamente a sus autores, no a Internet.
ResponderEliminarTampoco es culpa de Internet que los adolescentes de hoy se aburran con "En busca del tiempo perdido". Le puedo asegurar que los de hace treinta años se aburrían igualmente. Como la mayoría de los adultos, por otra parte.
Y la lectura en diagonal (y el leer picoteando) no es un invento de hoy, se lo puedo asegurar. Siempre se ha leído con atención solo lo que merece ser leído con atención.
JLGM
El autor del blog cuestiona que se hable de "réquiem de la literatura" pero el propio título de este blog ("crisis de papel") alude a una situación crítica (¿agónica?) de la literatura, al menos de la literatura tradicional.
ResponderEliminarDe otro lado, se pasa de puntillas por el boicot hecho a uno de los autores del libro, al no permitirle introducir citas de Cortázar en la biografía que tenía ya terminada, impidiendo así su publicación. La persona o personas que denegaron ese permiso deberían dar una explicación al respecto.
Quizá también el Sr. Gimferrer podría pronunciarse, aunque sólo fuera para decir "Bien, la novela no me gustó". (No pasa nada, a mí tampoco me gusta la poesía de Gimferrer.)
En el final de la entrada ( “Los muertos que vos matáis, habría que decirle a ambos..."), creo que debería ser decirleS, por la concordancia.
1/ "Crisis de papel" es un título ambiguo (recuerda a "tigres de papel"), en ningún caso se refiere a la muerte o la "agonía" de la literatura (que, por otra parte, no siempre ha utilizado el papel).
Eliminar2/ Lo de las citas es un asunto poco claro. Siempre ha habido biografías "no autorizadas". Si Dalmau no quería convertir su biografía en una antología de Cortázar, nadie la podría impedir: las citas breves están permitidas y, además, se puede parafrasear el texto extenso que no se pueda citar literalmente, o remitir al libro en que aparece. Por otra parte, el propietario de los derechos de autor de un texto ha de autorizar su reproducción y puede no hacerlo si no llega a un acuerdo con el editor, sin que eso se llame censura.
3/ Cualquier editor rechaza docenas de libros al año, incluso buenos libros que no puede publicar por razones económicas. Su función es aceptar unos libros y rechazar otros; no tiene la obligación de publicar ninguno. Siento escribir estas obviedades, pero lo que dice el autor de Gimferrer demuestra bastante desconocimiento de la función de un editor. Gimferrer, como cualquier editor que lleva años en el oficio, ha rechazado cientos de libros, no solo ess novela de Dalmau..
4/ Gracias por la corrección final.
JLGM
Fe de erratas: dice "el autor" debe decir "el autor del anterior anónimo".
EliminarDice "ess" debe decir "esa".
JLGM
JLGM
Yo no he leído el libro. Pero alguien que se queja de que se publican cosas que no lo merecerían, y luego explica que alguna suya no lo fue "a pesar de la importancia de las recomendaciones que la avalaban", muy coherente no parece. La recomendación que importase en un libro debería ser el propio libro. Las recomendaciones tienen que ver, precisamente, con lo que pudiéramos llamar la "política literaria"; con la literatura, en cambio, muy poco. Es como decir: ¿pero cómo se atreven a publicar la novelucha de ese Cervantes, ese muerto de hambre, y no mis escritos, siendo yo como soy amigo de X y de Z, y yo mismo Grande de España y Noséquémás? Y la respuesta podría ser: a lo mejor, porque han cometido la imperdonable imprudencia de leer una y otra cosa.
ResponderEliminarNo puede estar de acuerdo con las opiniones de varios de los comentaristas, entre otras cosas porque los alumnos sí leen libros voluminosos ( a ojo diría que todo Harry Potter viene a ocupar una extensión como la de la gran novela de Proust, sin entrar en valoraciones cualitativas, claro está). Por otra parte, veo a muchos adolescentes con libros de papel, tanto en el metro, como en el autobús como en el tren, de manera que no me parece que el libro en su formato tradicional vaya a desaparecer a corto plazo al menos. Y una última consideración, evidente desde luego, pero necesaria: objetivamente nunca se ha leído tanto como se lee ahora.
ResponderEliminarComparar En busca del tiempo perdido con Harry Potter es un insulto. ¡Menudo coñazo el Proust!
ResponderEliminar;-)
La lectura de "En busca del tiempo perdido" ha sido una de las experiencias más fascinantes de mi vida. La he leído dos veces, una en francés y otra en español, y espero leerla al menos otras dos veces más antes de morir. En cuanto a Harry Potter, aun no siendo forofa de la literatura fantástica (desde pequeña me repateaba "Alicia en el país de las maravillas"), intenté leer Harry Potter para mejor dialogar con mis hijos adolescentes, quienes devoraron todas las entregas de esta novela desde pequeños e incluso compraron algunos volúmenes en inglés porque la traducción española (en editorial Salamandra) salía con varios meses de retraso. Pues bien, tuve que desistir porque me aburría mortalmente.
Eliminar¿Qué quiero decir con esto? Pues en realidad pretendo que me den el premio nacional a la Perogrullada, pues me atrevo a concluir que cada uno debe leer lo que le apetezca, y que literatura es solamente aquello que cada uno lee con placer.
Si a alguien le parece un coñazo "À la Recherche...", pues muy bien que hace no leyéndola.
Si al doblar la página 30 un libro no me entusiasma, lo mando al cuerno, pues hay otros muchos libros y la vida es demasiado corta para leerlos todos.
Sandra: no sé si conoces el significado del símbolo con el que terminaba mi comentario anterior [";-)"]
EliminarPersonalmente, con Harry Potter no pude pasar del segundo volumen, mientras que la Recherche me la devoré entera en la mili (hace casi 3 décadas; traducida, eso sí, mi francés no da para tanto) y también me pareció fascinante. Eso sí, hace dos semanas intenté volver a leerme el primer volumen, pero me aburrí soberanamente. Otra vez será.
Muy sensato, José María García Pérez. Yo añadiría que tan lectura es la lectura en papel como en cualquier otro formato. Las tonterías abundan en uno y en otro. Antes del papel, ya había literatura. Pero, en cualquier caso, sigue teniendo un papel.
ResponderEliminarJLGM
Qué libros tan curiosos comentas. Este parece escrito por algunos de los comentaristas de tu blog.
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