Elogio del papel. Contra el colonialismo digital
Roberto Casati
Ariel. Barcelona,
2015.
Lo mejor es enemigo de lo bueno. ¿Por qué el teléfono móvil
ha sustituido al fijo? Porque hace lo mismo, y lo hace mejor, además de otras
muchas más cosas. ¿Por qué el fax es un objeto de museo? Porque el escáner y el
correo electrónico le han vuelto innecesario. ¿Por qué los libros electrónicos
no han sustituido a los libros de papel y parece que van a convivir con ellos
durante bastante tiempo? Por múltiples razones, pero casi ninguna de ellas
coincidente con las que Roberto Casati expone en su Elogio del papel, un libro “contra la colonización digital” que
demuestra que se puede ser filósofo y pensador, dirigir “un centro líder en
investigación europea”, según se indica en la solapa del volumen, y sin embargo
carecer del más mínimo rigor argumentativo.
Buena parte
de su libro es una crítica al iPad, ejemplo para él de todo lo negativo que
trae consigo la digitalización. ¿Y por qué? Pues porque antes de él los ordenadores
eran principalmente, “por no decir exclusivamente, herramientas de producción intelectual”; con el iPad por
primera vez nos encontraríamos con “un ordenador que es básicamente una herramienta
de consumo intelectual”. O sea que
los ordenadores personales no se utilizan para chatear, jugar, ver películas,
escuchar música, eso queda para el iPad; los ordenadores son para escribir
profundos ensayos, realizar análisis clínicos, demostraciones matemáticas,
cosas así. No merece la pena rebatir ese disparate porque Casati lo ejemplifica
con otro mayor: el teclado virtual del iPad, al ocupar gran parte de la
pantalla, “deja poco espacio para verificar lo que se ha escrito”, lo que no
supondría ningún problema cuando se trata de un breve correo electrónico o de
un tuit, pero sí “para las producciones intelectuales más ambiciosas”. Ni
siquiera hace falta seguir leyendo las razones que da a continuación. Si el
editor cumpliera su función, nada más leer este pasaje del original, llamaría
al autor y le acompañaría a la tienda Apel más cercana a comprar un teclado
externo.
¿Cómo
fiarnos de quien convierte en ontológicas carencias del mundo digital lo que es
solo elemental ignorancia propia? Uno de los capitulillos de su libro comienza
con esta obviedad: “La calidad debería ser la preocupación central de todo el
mundo, y, en primer lugar, de los docentes”.
En su opinión, el mundo digital es incompatible con la calidad. Lo
ejemplifica con un caso personal que desarrolla a lo largo de cuatro páginas. Interesado
por un libro de Lafcadio Hearn, lo solicitó “por unos cuantos dólares a una de
las páginas web habituales”. Lo recibe, comienza a leerlo y ha de detenerse de
inmediato: “Era evidente que no se trataba de un ejemplar antiguo ni de una
reimpresión en facsímil. De hecho se trataba de una impresión bajo demanda con
ayuda de un escáner de reconocimiento óptico de caracteres”. Al parecer ese
procedimiento es “fiable en un 99 %”, lo que supondría nada menos que 35
erratas por páginas. Nos explica luego minuciosamente que su primer libro fue
impreso en linotipia y las excelencias de los antiguos correctores. Pero lo que
ocurrió, simplemente, fue que compró la edición más barata y por eso no la de
mejor calidad. Basta teclear autor y obra para ver que podemos encontrarnos con
ediciones digitales de Shadowings gratuitas,
con ediciones bajo demanda (al precio de 7,66 euros) y con ediciones
tradicionales, algo más caras (14,24). Antes de escribir una obra en contra de
la “colonización digital” quizá Roberto Casati debería antes aprender a comprar
libros –libros en papel y en las mejores ediciones– por Internet. Y también que
la utilización de un “escáner de reconocimiento óptico por caracteres” no
impide que el texto, antes de ser editado, no pueda ser minuciosamente
corregido. En su caso, los editores, por ahorrar, decidieron prescindir del
corrector. Eso es todo.
Claro que
también hay pasajes sensatos en la obra de este “filósofo y pensador italiano”,
como su defensa de la Wikipedia o su análisis del engañoso concepto de “nativos
digitales”, pero son más los disparates. ¿Qué se le ocurre para fomentar la
lectura, lo que él considera la verdadera lectura, en la escuela? Pues nada
menos que proponer un “mes de lectura”, esto es, “robarle un mes al programa
escolar, un mes durante el cual los estudiantes no harían otra cosa que leer,
de la mañana a la noche, con el único objetivo de leer un libro al día, y de realizar, al final de la jornada, una breve
presentación, escrita u oral, un pequeño vídeo, o lo que sea, que les permita
demostrar que han hecho un seguimiento de la lectura”. ¿Habría, no ya algún
alumno, algún profesor, aunque sea de literatura, capaz de resistir ese
maratoniano mes? Si lo hubiera, lo más probable es que tras semejante experimento,
que Casati quiere llevar a las escuelas, no volviera a leer un libro en su
vida.
Disparate
tras disparate. El voto por Internet sería lo más contrario a la democracia. ¿Y
por qué? Pues porque, en el voto manual, el votante controla que su papeleta
queda mezclada con las demás y que su voto resulta anónimo; en cambio, en el
voto electrónico “incluso los electores que conocen los detalles técnicos de
los sistemas de criptografía deben, en un momento u otro, fiarse de una máquina
bajo cuyo interfaz no pueden mirar”. Olvida Casati que, en la votación
tradicional, el recuento de cada urna se hace manualmente, pero los datos se
envían luego por Internet y es un ordenador quien facilita los resultados y los
tantos por ciento de cada partido. En un caso como en otros los electores han
de fiarse de la Junta Electoral Central y de los interventores que vigilan la
votación. No hay razón para que las posibilidades de manipulación sean mayores
con un sistema o con otro.
Buenas
intenciones, ocurrencias y bibliografía, más ingenuidad que rigor, eso es lo
que encontramos en esta defensa del libro de papel, ese “invento perfecto” para
el género del ensayo (que es del que se ocupa principalmente Casati) “porque ocupa celosamente nuestro tiempo y
excluye las distracciones”. Si nos ponemos a leer, por ejemplo, la Crítica de la razón pura, de Kant, en un
libro electrónico de inmediato nos sentimos tentados a jugar a los marcianitos
o a mirar el correo, pero sí es un libro tradicional nada nos distraerá, no podremos
cerrar el libro hasta que lo terminemos. No ha caído Casati en la cuenta de que
es el interés que un texto despierta en el lector lo que impide que lo
abandone, no que lo esté leyendo en un medio u otro (y el mejor para él será
aquel en el que esté más acostumbrado).
feliz de visitar su blog, sus artículos son muy buen vocabulario, una vez leído, el diseño de la pantalla no está demasiado llena, así que no es difícil cuando se lee. buen blog, me sorprendió que
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