Todo se arregla caminando
César Antonio Molina
Destino. Barcelona,
2016.
Un título engañoso el del último libro de César Antonio
Molina, Todo se arregla caminando, como
engañoso resulta el de la serie en que se inserta: “Memorias de ficción”.
Tampoco resulta muy precisa la contraportada, que habla de un “gran estilo
intergenérico (narrativo, ensayístico, memorialístico, viajero, filosófico y
siempre poético), atemporal y universal”. Ni demasiado adecuada la disposición
tipográfica, que elimina la separación entre capítulos y finge una obra
unitaria en prosa.
En
realidad, nos encontramos ante una nueva recopilación de los artículos viajeros
que el autor, destacado gestor cultural, fue publicando en los principales
diarios españoles mientras ejercía importantes cargos políticos (director del
Instituto Cervantes, ministro de Cultura). Esos viajes, muchos de ellos
oficiales, no fueron realizados a pie.
Como en
todas las obras misceláneas, la mejor lectura no es la lineal, de la primera a
la última página. En esta clase de libros, conviene empezar por algún lugar que
conozco y así podemos comparar nuestra información con la del autor. Mi lectura
omienza en Ginebra, paseando por uno de mis rincones favoritos: el cementerio
de Plain Palais, donde está enterrado Borges. Muy cerca se encuentra Calvino y
al lado mismo de la de Borges la tumba de Crisélidis Réal, “escritora, pintora,
prostituta”, según se la define en la lápida. De esta extraordinaria mujer,
César Antonio Molina nos ofrece una minuciosa semblanza, con abundantes citas
de sus libros. Es su procedimiento habitual. Se trata de un viajero erudito,
bien informado, al que le gusta recargar de citas, a menudo poéticas, sus
páginas. El mejor guía para los viajeros literarios. Del cementerio, nos
trasladamos a la villa Diodati, en Cologny, donde una noche de invierno nació
el monstruo de Frankestein, y luego, tras pasar por Carouge, buscamos otro
cementerio, en este caso judío, donde está enterrado Albert Cohen, el autor de Bella del Señor. César Antonio Molina no
tiene inconveniente en contarnos minuciosamente el argumento de la novela (más
adelante nos contará alguna película). De Ginebra nos trasladamos a Montreux,
tras las huellas de Nabokov. Y a continuación, de un salto, a Pompeya y
Herculano. Hermosas páginas, que habrían dado solas para un libro: menos es
más, una vez más.
Todo lo ha
leído, de todo se ha informado César Antonio Molina. Para el viajero literario,
para el que gusta de peregrinar a los lugares de los escritores que admira, no
hay mejor guía.
El interés
decae, sin embargo, cuando condesciende con la vanidad y nos cuenta que le
están esperando las autoridades a la entrada de tal museo o de tal biblioteca,
que viaja para recibir un importante premio literario o que lee sus poemas en
una universidad y que es muy aplaudido. El lector benévolo puede pensar que a
veces habla con ironía: entra en Montreux Palace “por lo que hoy es la entrada
principal y, como nadie me detiene, lo cual dice mucho de mi prestancia,
semejante a la de tantos poderosos que allí se albergan, busco el ascensor y me
dirijo a la sexta planta, donde sé que estaban las habitaciones del matrimonio
Nabokov”.
Al
excelente guía que es César Antonio Molina, le agradeceríamos que se limitara a
hablar de los lugares que visita y de los muchos libros que ha leído. Cuando se
convierte en protagonista, a menudo nos hace sentirnos un tanto incómodos. En
la calle Monte Esquinza, de Madrid, se fija en una muchacha que va buscando un
número: “Me acompaso a su marcha y evito adelantarla. Tiene buena planta,
cabellos rubios, un andar agradable, casi etéreo; estoy seguro de que su rostro
no me defraudará. De pronto se para ante un portal, el número 22, entre en él y
yo hago lo mismo. Sube unas escaleras y abre las puertas del ascensor, que yo
también tomo. Marca un número. Yo, el superior. Es suficientemente bella para
mí”. A continuación cita unos versos de Vladimir Holan: “Entramos en la cabina
y estábamos allí solos los dos. / Nos miramos sin hacer otra cosa. / Dos vidas,
un instante, la plenitud, la felicidad…” Eso sería lo que pensaría el
exministro, pero el lector lo que se imagina es el susto de la joven cuando el
hombre que la seguía en la calle se mete tras ella en el ascensor. Hoy en día a
esos comportamientos, frecuentes hace un siglo, se suelen denominar acoso.
Nos compensan
las páginas dedicadas a Bolonia y a Parma, la visita al taller de Morandi, a
las casas de Milosz y Szymborska en Cracovia, al rincón de Portugal en que
Camilo Castelo Branco vivió su amor de perdición.
Enamorado
de la literatura, pero con un amor no enteramente correspondido, César Antonio
Molina es sobre todo, y no es ello poco, un excelente periodista cultural. Unas
“memorias de ficción” suponen algo más que hacerse acompañar a Roma por una
hija adolescente que se aburre con las ruinas, y “un gran estilo intergenérico”
no consiste en trufar la prosa de extensas citas poéticas (que, por cierto, se
leerían mejor maquetadas de otra manera).
Pero el
lector disculpa la ingenua vanidad y las incursiones biográficas, ante tanta
invitación a visitar, o revisitar, junto a un guía bien informado, lugares
prestigiados por la literatura y el arte con los que todos hemos soñado alguna
vez..
Otro libro y otro autor que dentro de 50 años nadie sabrá ni que existieron.
ResponderEliminarPagar 21 euros por la guía pedante de un escritor de octava categoría con un gusto literario más que dudoso (en una entrervista declaró que no le gustaba Proust y que Valente era uno de los poetas más grandes, no sólo del siglo XX, sino de toda la poesía en lengua española) cuando se pueden pagar 15 euros por la "Guía de lugares imaginarios" de un verdadero erudito literario como Alberto Manguel, son ganas de tirar el dinero.
ResponderEliminarEs usted terrible...
ResponderEliminar... mente divertido. Je Je.
ResponderEliminarPor cierto ¿se puede saber qué pinta Jaime Cantizano detrás del volumen? Si fuera Paquillo Fernández todavía se entendería, pero... ¿Cantizano?
Lo dicho, no lo pillo. ;-)
Con gente pedante, no estés ni un instante.
ResponderEliminarEste es para ti, José Luis. No face falta que lo cuelgues si no quieres
ResponderEliminarhttp://julianbluff.blogspot.com.es/2016/05/influencias-e-influenza.html
pero sí que me gustaría que te pasases y dieses tu opinión como escritor solvente y maldito. Evidentemente, en la configuración Umbertiana, figurarías dentro de los apocalípticos. Je je...
Un abrazo!
Lo que hace Molina es repetir siempre lo consabido, y elegir siempre temas consabidos. Si uno no conoce los temas le puede resultar interesante, pero si los conoce un poco entonces te das cuenta de lo facilón del tratamiento.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Yo diría que CAM es un escritor kitch según la formulación de Susana Sontag
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