sábado, 28 de mayo de 2016

Gerardo Deniz, desasosegante sabiduría


Sobre las ies. Antología personal
Gerardo Deniz
Presentación de Fernando Fernández
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2016.

En 1990, Susana Rivera antologa a un grupo de poetas hispano-mexicanos a los que califica, desde el título mismo del volumen, como Última voz del exilio. Se trataba de autores nacidos entre 1925 (Manuel Durán) y 1937 (Federico Patán), coetáneos de los poetas del cincuenta, casi una rama escindida por la guerra de esa generación. Se trata de autores tienen dos tradiciones, que unen dos patrias (una de ellas más soñada que vivida), con una excepción: Gerardo Deniz.
            Gerardo Deniz (1934-2014) se llamaba en realidad Juan Almela. Su padre, hijastro de Pablo Iglesias, fue secretario de Largo Caballero y desde 1936 hasta 1939 representante del gobierno español en la ginebrina Oficina Internacional del Trabajo. En 1942 se instala con su familia en México, donde trabajaría como restaurador de libros antiguos, desentendiendose por completo de cualquier actividad política. Su hijo se educó en colegios mexicanos, al margen de las nostalgias de los exiliados, a los que incluso llegaría a dedicar un áspero artículo: “Funesta influencia de los refugiados españoles sobre las editoriales de México”.
            Desdén con desdén se paga, y la obra poética de Gerardo Deniz –iniciada en 1970, bajo el patrocinio entusiasta de Octavio Paz, con el libro Adrede–, apenas si ha tenido eco en España. La antología Sobre las íes fue preparada en 2002 por el propio autor, pero la editorial española a la que estaba destinada no la creyó de interés. Aparece ahora con el añadido de un poema, “Patria”, sobre las escasas relaciones –más turísticas que sentimentales– de Gerardo Deniz con su país natal.
            Al lector español le cuesta entrar en la poesía de Deniz. Sus lecturas y sus referencias parecen muy otras que la que encontramos en sus contemporáneos españoles: no hay en él ecos de Machado ni de Juan Ramón ni de Cernuda; utiliza el lenguaje coloquial de otra manera, de otra manera el culturalismo. La disposición de la antología, que no respeta el orden cronológico, que deja fuera los textos más ligados a la tradición (como los sonetos gongorinos del primer libro), contribuye a la sensación de extrañeza.
            Gerardo Deniz practica lo que podríamos llamar un expresionismo burlesco; su sintaxis hereda las libertades de la vanguardia; sus referencias culturales proceden, no del mundo del arte (con excepción de la música) o la literatura, sino de la ciencia.
            No es un poeta de lectura fácil; rechaza, como el culterano Góngora, al lector apresurado. Resulta alérgico a lo convencionalmente poética, a la falacia patética; si le parece que eleva el tono demasiado, enseguida nos sorprende con el quiebro de un sinsentido o un apunte humorístico; los finales que prefiere son siempre anticlimáticos.Y los títulos de sus libros ya parecen estar puestos para espantar a cierto tipo de lectores: Gatuperio (1978), Picos pardos (1987), Cuatronarices (2005)
            En el epílogo de Aurelio Martín Nájera (dedicado a los antecedentes familiares del poeta), se nos sugiere que empecemos con el poema último, “Patria”, que oscila entre el capítulo de unas memorias que nunca escribió y la crónica de su único viaje a España. Yo señalaría también el texto anterior, “Congéneres”, que podría figurar en cualquier antología de poemas de amor, protagonizado, lo sabemos en el verso último, por una gata.
            No resulta tan ajeno a la tradición literaria española Gerardo Deniz como pudiera parecer: el feísmo de Quevedo está en él muy presente; del mismo modo que el extenso poema “Noche política” no podría haber sido escrito sin la lección de Valle-Inclán (especialmente su Tirano Banderas). Pero tanto en un caso como en el otro no hay mimetismo alguno: Deniz no gusta de los homenajes obvios ni incurre nunca en el pastiche.
            Como Dámaso Alonso tradujo en prosa las Soledades gongorina, quizá pronto algún aplicado estudioso esclarezca los meandros, las alusiones y las elusiones de los extensos y algo fatigosos, aunque finalmente gratificantes, poemas de Gerardo Deniz. Otros no lo necesitan, pero no por ello resultan menos enigmáticos. Baste un ejemplo, el titulado “Confeso”: “En mi alto armario de luna, / entre el traje de Pierrot y un camisón, / cuelga, de un gancho atornillado en la coronilla, / el esqueleto del significante. / Así concluyó, hace años ya, / una larga antipatía entre él y migo. / (Del significado tengo solo huesos sueltos / en una caja de cartón, sobre la tabla de arriba, / con el vestido de novia de mi esposa / que el jeopardo olfatea.)”
            ¿Encontrará por fin la poesía de Gerardo Deniz entre sus compatriotas la atención que siempre se le ha negado? El esfuerzo de adaptación que requiere su lectura resulta pronto recompensado con la reconfortante aspereza de una dicción ajena a la retórica consabida y una bienhumorada y desasosegante sabiduría.

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