Mirlo blanco, cisne negro
Juan Manuel de Prada
Espasa. Barcelona,
2016.
Mucho de novela en clave, de sátira del mundo literario y
editorial, en Mirlo blanco, cisne negro,
la obra en la que Juan Manuel de Prada se atreve, quizá por primera vez, a
enfrentarse con el mundo contemporáneo y con sus más desasosegantes fantasmas
personales.
Ya en el primer
capítulo nos encontramos con vengativas caricaturas: la de Luis Antonio de
Villena, rechinantemente homófoba; la del Chulo de Cervantes, especializado en
escribir continuaciones del Quijote y
autor de un diario “donde despellejaba con acrimonia y mala baba a todo bicho
viviente”; la de Javier Marías, quien había acusado a Prada de plagiarle en La tempestad por reproducir, sin citar,
media docena de palabras de un artículo suyo sobre Venecia.
Pero, por
mucho que haya de novela en clave, no nos encontramos en presencia de una
novela en clave. Cierto que el protagonista de la obra, el maestro que fascina
y abduce al joven narrador, vive en un chalet con piscina al que arroja los
libros que no le gustan, como Francisco Umbral, y que ayudó a una poeta, que
ahora le detesta, a reescribir y publicar su exitoso primer libro, como Umbral
a Blanca Andreu. Se trata de guiños, de trampantojos que añaden algo de morbo
para ciertos lectores, pero que resultan ajenos al núcleo esencial de la obra.
En Mirlo blanco, cisne negro, para contar
su relación con la literatura, su meteórico ascenso y su estrepitosa caída (o
lo que él quiere ver como tal), Juan Manuel de Prada se ha desdoblado en dos:
él es el provinciano Alejandro Ballesteros que se acerca a Madrid con un libro
de cuentos en la mochila tratando de abrirse camino en la corte, pero también
es el prestigioso escritor, una de sus mayores admiraciones, Octavio Saldaña,
que se fija en él y le lanza a la fama.
A Octavio
Saldaña el éxito le vino con una obra maestra, El arte de pasar hambre, inspirada en la vida de Armando Buscarini,
al igual que a Prada con Las máscaras del
héroe, recreación de la de Pedro Luis de Gálvez y el mundo de la bohemia.
Más tarde, traicionando su dedicación literaria, se haría famoso por su
participación en tertulias televisivas y radiofónicas de la ultraderecha, como
una especie de Jiménez Losantos, como el propio Prada cuando intervenía en las
tertulias de Intereconomía y era continua estrella invitada –para regocijo de
la “progresía”, que diría él– en el programa del Gran Wyoming.
El
narrador, el autor de Un debut prodigioso
(el equivalente del aclamado Coños),
se llama como el protagonista de La
tempestad, la novela con la que le ganó el premio Planeta y que le dio
tanta fama como le restó prestigio. Muchos de los admiradores de Las máscaras del héroe vieron en esa
entrega a la literatura más comercial y de encargo una traición, el principio
del fin.
El gran
acierto de Mirlo blanco, cisne negro es
que sus dos personajes principales, el maestro y el discípulo, son
desdoblamientos de la personalidad del autor, que no coincide enteramente con
ninguno de ellos.
Alejandro
Ballesteros resiste finalmente las tentaciones de las grandes editoriales y
entrega Madonna, que es como se llama
La Tempestad en la nueva novela, a su
editor de siempre, al que había apostado por él desde el principio; Octavio
Saldaña acabará sucumbiendo a sus propios demonios y a los ataques, cómo no, de lo “políticamente correcto” (representado
por el suplemento Barataria, esto es,
por Babelia).
Mirlo blanco, cisne negro tiene algo de
novela de Henry James reescrita a la manera de Juan Manuel de Prada y así se
indica con ironía en la propia obra (Saldaña le envía a Ballesteros las obras
completas de Henry James para que le sirvan de modelo). ¿Y cuál es la manera de
Juan Manuel de Prada? Una en que la sutiliza, la ambigüedad y la elipsis son
sustituidas por el trazo grueso y la brocha gorda.
Como novela
de Henry James, Mirlo blanco, cisne negro
es tal vez un fracaso, pero como novela de Juan Manuel de Prada un acierto
pleno: aquí está todo lo que quienes le leímos desde el principio (aunque nos
tomáramos unas vacaciones en sus novelones históricos) admiramos y detestamos
en él.
Juan Manuel
de Prada escribe con brío, desdeñoso del corto fraseo azoriniano y periodístico, gustoso del vocablo
desacostumbrado, con una cierta quevediana tendencia a lo escatológico. Sigue
siendo –tantos años y tantos desengaños después– el adolescente con una
bulímica pasión por la literatura, el mitómano en busca de ídolos a los que
venerar, aunque todos los que haya ido encontrado por el camino tuvieran los
pies de barro y se le derrumbaran pronto.
Y sigue
siendo, y se vanagloria de ello, un hombre de otro tiempo, que desprecia
Internet, el feminismo, la memoria histórica y todo lo políticamente correcto.
Sentimos un poco de vergüenza ajena al escuchar al narrador de su novela (un
joven de veintipocos años que ha reñido con su pareja) lo siguiente: “No negaré
que alguna noche, ciego de rabia y de despecho, me fui de picos pardos por ahí,
como un buscón de placeres vicarios que anestesiaran mi dolor; y que hasta
llegué a acostarme con alguna guarrilla, por lo común borracha, que pillaba en
las discotecas, a las tantas de la madrugada”. El término “guarrilla” –tan
despectivo– hace años que solo lo utiliza el personaje más facha de una serie
televisiva, La que se avecina.
Todo Prada,
Prada a tope, está en Mirlo blanco, cisne
negro: el Quijote que alancea a troche y moche (para decirlo al modo suyo)
estantiguas que solo existen en su imaginación, el minucioso analista del
morboso amor por la literatura, el caricaturista de los personajes y
personajillos que circulan por sus alrededores, y el hombre doliente que
encubre y descubre un corazón al desnudo con llagas que no se atreven a decir
su nombre. Y ahí, al margen de sus excesos, de sus ejercicios de distracción,
en el revés de la trama, como en las obras maestras de Henry James, se esconde
la verdad de esta novela, eso que el autor nos deja adivinar a los lectores,
pero que se siente incapaz de confesárselo a sí mismo.
Qué gran reseña, un ejemplo. Gracias siempre por la lucidez.
ResponderEliminarMercurio Común
Muy interesante reseña. Aunque se echa en falta un poco más de información sobre el "núcleo esencial de la obra", esa verdad escondida a la que alude el reseñista, "eso que el autor nos deja adivinar a los lectores, pero que se siente incapaz de confesárselo a sí mismo". ¿A qué se refiere? ¿Podría aclararlo?
ResponderEliminarPuedo, pero no debo aclararlo. Sería como indicar en una novela policíaca quién es el asesino. Hay que leer la obra para averiguarlo.
ResponderEliminarJLGM
Pero, cuando se refiere en la reseña a "llagas que no se atreven a decir su nombre", ¿debemos entenderlo en el mismo sentido que en el poema de lord Alfred Douglas?
ResponderEliminarHabrá que leer el libro para conocer la respuesta a esa pregunta.
ResponderEliminarJLGM
Bueeno, bueeno, bueeno...
ResponderEliminarLo de "Prada a Tope", epifánico. ¿Literatura Botillo...?
En plana forma, sí señor. ;-)
"Luego descubrí que Mo Yan “era el autor de 'Grandes pechos, amplias caderas” y por un momento pensé que se referían a Juan Manuel de Prada."
ResponderEliminarhttp://blogs.elconfidencial.com/cultura/animales-de-compania/2016-10-13/bob-dylan-nobel-literatura-quien-es_1274531/
Guau
EliminarHe leído la novela de Prada y esta es la reseña más inteligente que se ha hecho, al menos hasta el momento. Lo cual demuestra que JLGM se lee los libros enteros (prácticamente). Felicidades, Martín & Prada
ResponderEliminarSobra el práctimente, creo.
ResponderEliminarJLGM
Próximamente, en sus bibliotecas...
ResponderEliminarDon José Luis, al parecer, donde las dan las toman: http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-jugar-fuego-201610271834_noticia.html
ResponderEliminarMuy cierto. Pero Jugar con fuego se publicó hace cuarenta años.
EliminarJLGM
Son muy graciosos los guiños que le hace Prada en ese artículo de la serie "Raros como yo", utilizando incluso las frases que usted utiliza en esta reseña. Aunque creo que Prada es más afectuoso que usted.
ResponderEliminarMe acabo de leer el libro y a mi me ha encantado. Empecé leyéndolo casi sin ganas pero la historia acabó enganchándome hasta el final que me parece muy bueno. Para mí la mejor parte es cuando Everlyn, la editora le ofrece a Saldaña publicar bajo pseudónimo y él se indigna respondiéndole de tal manera que casi me muero de la risa.
ResponderEliminarFantástica reseña. Me quito el sombrero. No sé si Prada es más grande (aún) tras este libro, pero desde luego, su literatura sí. Ha crecido bastante en su andadura, ha cercenado esa prosa prolija de "Las máscaras del héroe" y está rozando aposentarse en el olimpo de los más grandes.
ResponderEliminarUn saludo,
Carlota, administradora del blog lacuevademislibros
https://lacuevademislibros.com