Elipses. Ensayos 1990-2016
Juan Mayorga
Ediciones La Uña
Rota. Segovia, 2016.
Juan Mayorga ha contado más de una vez que no llegó al
teatro desde el teatro, sino desde la biblioteca de su padre. Antes que autor
teatral quiso ser otras cosas: literato, filósofo, matemático. Todo estaba
predestinado en él para que fuera autor de piezas ensayísticas y reflexivas,
más adecuadas para la lectura que para la puesta en pie sobre el escenario.
Y su
teatro, ciertamente, es un teatro que resiste bien la lectura, como el gran teatro
de siempre, pero solo alcanza toda su virtualidad en el escenario, donde se
convierte en una obra ya no solo suya, sino de autoría plural.
A propósito
de su primer título, Siete hombres
buenos, señala que “es muy visible la mano del novelista que yo entonces
quería ser”: “En aquellos días, yo ignoraba que el dramaturgo escribe para
proveer de textos a otros trabajadores del teatro”. Ello explicaría “el gesto
castrador de tantas acotaciones, escritas con no sé que pretensión de dejarlo
todo atado y bien atado”. Hay dramaturgos que nacen y otros que se hacen a
fuerza de reflexión y autocrítica. Juan Mayorga pertenece a este último grupo.
En Teatro 1989-2014, reunió sus obras
teatrales escritas a lo largo de un cuarto de siglo; Elipses se nos presenta como apoyo y complemento de ese volumen,
aunque tiene valor en sí mismo. Reúne textos de origen muy diverso y de varia
extensión –ponencias, conferencias, artículos, respuestas a un cuestionario–,
pero el conjunto, con sus reiteraciones, insistencias e incluso
contradicciones, es algo más que una mera miscelánea interesante solo para los
estudiosos de su teatro.
El título
del libro, como el de sus diversas partes –“Focos”, “Ejes”, “Intersecciones”,
“Tangentes”–, no es gratuito. El capítulo inicial comienza con una definición
aclaratoria: “La elipse es el lugar geométrico de los puntos tales que la suma
de las distancias a dos puntos fijos llamados focos es una constante”. Y a
continuación nos traza un dibujo como si fuera un profesor ante un encerado.
La elipse,
al contrario que la circunferencia, tiene dos centros, no solo uno, y eso le
sirve a Mayorga, que toma la idea de Walter Benjamin, para explicar su
concepción de teatro, que si es de verdad teatro, es algo más que teatro: una
explicación de la vida y una forma de vida.
De muchos
temas fundamentales nos habla este libro, no solo de teatro, y lo hace con una
admirable variedad de tonos. Desde el casi epigramático, que no necesita más
que una página, para sintetizar desde una perspectiva novedosa un tema de
actualidad, hasta el demorado ensayo que no da un paso sin asentarlo en la
bibliografía correspondiente, pero que no se limita a resumirla.
Pero cuando
quizá más nos admira Juan Mayorga es cuando habla de su propia obra. Pocos
autores más lúcidos, menos autocomplacientes, más atentos a la opinión de los
demás: director, actores, críticos, público. Una conferencia de 1996, cuando
apenas había estrenado más que una obra, puede servir de ejemplo. Se titula “Estatuas
de ceniza” y analiza Siete hombres buenos,
Más ceniza y El traductor de Blumemberg, las obras que marcan su paso del
literato que escribe teatro al verdadero dramaturgo: “El teatro nace
precisamente allí donde hay algo que no puede ser narrado, ni explicado por la
razón, ni salvado por el poema”. El teatro son palabras que se convierten en
acciones.
El más
hermoso de los capítulos autobiográficos del libro se titula “Mi padre lee en
voz alta” y ya sirvió de epílogo al tomo recopilatorio del teatro. Habla de
cómo el amor por la lectura, como todo amor, no se enseña ni se impone,
simplemente se contagia. Son unas pocas páginas que ningún profesor, ni quizá
ningún padre, debería desconocer.
Termina
este volumen dedicado al teatro y a la vida, al teatro de la vida, con tres
breves piezas teatrales. Una de ellas es una conversación con Ignacio Echevarría;
teatro a la manera de la “commedia dell’arte”: un argumento, unos temas de
debate, y que los actores –el autor y el crítico, aunque no crítico teatral–
improvisaran en cada representación.
“Tres anillos” recrea un pasaje de la obra de Lessing Natán el sabio (inspirada en un cuento
de El Decamerón), al que ya se había
referido en otro de los capítulos del libro “La ilustración en escena”. La otra
pieza, “581 mapas”, parte de una idea ingeniosamente borgiana.
El teatro
que importa, que sigue importando, necesita minuciosa artesanía, ambición
intelectual, inexplicable magia. A Juan Mayorga nunca le ha faltado lo segundo,
ha ido aprendiendo lo primero (Elipses deja
constancia de ese aprendizaje) y en sus mejores momentos (El chico de la última fila, Reikiavik) ha sido tocado por esa magia
que no depende del esfuerzo ni de la voluntad y que es patrimonio de unos pocos,
de los dramaturgos capaces de crear vida sobre el escenario y de ayudarnos a
entender la vida.
Mmm... ese libro de las Islas Griegas me recuerda que tenemos un libro tuyo de Roma. ¡No se nos olvida! (A mí me fastidia mucho cuando presto un libro y no se dignan a devolvérmelo).
ResponderEliminar“Si no sois fieles en lo pequeño, ¿quién os confiará las riquezas mayores?”
EliminarJajaja... "Al César lo que es del César."
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