La última noche de Troya
Virgilio
Traducción de Vicente
Cristóbal López
Madrid. Hiperión,
2018.
Los clásicos no se leen, se releen. Antes de haberlos leído,
ya creemos saberlo todo sobre ellos. Y a veces los damos por leídos sin haberlos
siquiera hojeado.
¿Quién no
conoce la historia del caballo de Troya, de las profecías de Casandra, de las
serpientes que acabaron con Laocoonte y sus hijos, del amor imposible de Dido
por Eneas? Antes de Virgilio ya se habían contado (los autores clásico tenían a
gala no inventar nada) y después nos lo volverían a contar –en la literatura,
en el arte– infinitas veces.
Pero
Virgilio lo hizo como nadie y ahora tenemos la posibilidad de escucharle en
versos españoles que tienen el empaque del original. Vicente Cristóbal, además
de destacado latinista, es poeta –excelente poeta– y eso se nota en La última noche de Troya, que es como ha
titulado su versión del Libro II de La
Eneida.
No es
mutilar el inmenso poema publicar solo uno de sus doce cantos. La Eneida puede considerarse como un
poema de poemas, un conjunto de piezas que valen por sí mismas, aunque juntas
adquieran un nuevo sentido, que es tanto literario como político: sustentar el
imperio de Augusto en el designio de los dioses. Por eso la escritura de esos
doce cantos no siguió un orden cronológico.
El Libro II
fue uno de los primeros que se dieron por acabados y Virgilio se lo leyó al
emperador y a su corte. El asombro de aquellos primeros oyentes se mantiene en
el lector de hoy. Eneas y los suyos, fugitivos de Troya, han llegado a los
dominios de la reina Dido, y esta, al final de la comida que les ofrece en
señar de bienvenida, le pide que narre su historia: “Todos callaron y atentos
fijaban en él su mirada; / desde elevado sitial así entonces habló el padre
Eneas”.
La Eneida se ha traducido repetidas veces
al español en verso y prosa. Para Vicente Cristóbal, traducirla en prosa es
hacerla cambiar de género, convertir la epopeya en novela. No me parece que esa
sea la única, ni siquiera la principal, diferencia entre poema y novela.
También se ha traducido en verso: una de las más difundidas versiones –está
publicada por Cátedraen su colección Letras Universales– es la de Aurelio
Espinosa Pólit, quien convierte los 804 hexámetros del Libro II en 1148
endecasílabos. Al texto original, le añade más de tres mil versos.
Para
Vicente Cristóbal, la “poesía es discurso vestido de fiesta”, dicción solemne.
No vale su afirmación para la poesía en general (hay también poesía –y es quizá
la mejor poesía de hoy– en traje de calle), pero sí para la epopeya virgiliana.
Rubén Darío
fue el primero, o uno de los primeros, en remedar la alternancia de sílabas
largas y breves de la poesía clásica con la de sílabas tónicas y átonas de
nuestra lengua romance (recordemos los dáctilos de su “ínclitas razas
ubérrimas, sangre de Hispania fecunda”), después le han seguido otros, como
José Hierro (“otoño de manos de oro, ceniza de oro tus manos dejaron caer al
camino”). Vicente Cristóbal consigue el raro milagro de que sus hexámetros no
necesiten ni de arcaísmos ni de forzados hipérbatos para evocarnos la magia del
latín y la solemnidad de la epopeya.
Eneas nos
cuenta su historia. De todo lo que narra fue testigo o protagonista. ¿Cómo no
conmoverse ante la muerte del rey Príamo, ante la obstinación de su padre
Anquises, que se niega a abandonar la ciudad, ante la pérdida de Creúsa?
Vuelve
Eneas a buscar a su esposa, no quiere partir sin ella, pero “un simulacro
infeliz, de la propia Creúsa reflejo” se le aparece y le profetiza un destino
glorioso del que los dioses no quieren que ella forme parte: “Ya digo adiós. Y
que al hijo que es nuestro tu amor no le falte”.
En la noche
de Cartago, ante la mirada atenta de Dido (otra mujer a la que deberá
abandonar), Eneas ha contado la última noche de Troya: “Ya por las cumbres más
altas del Ida asomaba el Lucífero / e iba tirando del día y los dánaos tenían
cercadas / puertas y accesos, y no se ofrecía esperanza de ayuda. / Me resigné
y, con mi padre en los hombros, busqué las montañas”.
Ni el
lector actual –ni probablemente el de la época clásica– es capaz de soportar un
festín de más de diez mil hexámetros sin prolongados descansos ni sin
intercalarlo con otras lecturas. Pocos de los que dicen haber leído la Eneida la han leído de verdad, de
principio al fin. Ocurre a menudo con los clásicos. También con el tan citado Quijote, que no es una novela, como se
nos quiere hacer creer interpretando inadecuadamente el término “parte”, sino dos
con el mismo protagonista (leerlas unitariamente resulta tan absurdo como
terminar El signo de los cuatro y
continuar con El perro de los Baskerville
pensando que se trata de la misma novela).
La Eneida es un libro de libros y como tal
debe ser leído. La última noche de Troya nos
reconcilia con una obra que teníamos por sabida y olvidada, por materia escolar
y repertorio de citas (“iban oscuros en la noche sola”). Un sabio traductor nos
proporciona la dosis adecuada para reconciliarnos con ella en una lectura
hedónica, la única que justifica que un clásico sigue estando vivo y no es mera
materia escolar. Quedamos a la espera de otros cantos en versión de Vicente
Cristóbal: el IV, por ejemplo, con la tragedia de Dido, o el VI, con el viaje
iniciático al país de los muertos.
Virgilio le
dedicó a la Eneida los mejores años
de su vida y no pudo darla por terminada. Es lectura a la que volver una y otra
vez a lo largo de la vida, sin dejarnos aplastar por la erudición y la
veneración, no siempre vana, que ha generado.
Sin duda, hay que entrenar la mente para leer, en le contexto requerido, a los clásicos
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por traernos literatura para llenar los días
Tuve la idea más absurda:
ResponderEliminarir con mis viejos a la ciudad de Viena.
A ella la jubilan este año
pero el carpe diem sigue siendo su “motto”.
De él ni hablemos: señor sin ley
que desconoce el concepto de familia.
Aún dudo si esconderme en el Kunsthistorisches
Museum o decir complacida estas palabras:
“No todo es el dinero, vieja.”
© María Taibo
Vuelvo a la Eneida una y otra vez. Libro de libros, efectivamente. Antonia Álvarez Álvarez.
ResponderEliminarMe agrada tu reseña. En efecto, la traducción de Espinosa Pólit es endecasilábica (un metro que me parece inadecuado para una epopeya) y por ello es que se aumenta el número de versos. Pero son casi el mismo número de sílabas. ¿Conoces la traducción de la Eneida de Rubén Bonifaz Nuño? es la única (que yo sepa) completa en hexámetros castellanos.
ResponderEliminarBuenas!
ResponderEliminarQuiero empezar a leer la Eneida, pero antes quisiera preguntar si es mejor hacerlo en la version en prosa o en verso?
La version en prosa la llevo a cabo el propio Virgilio o es cosa de las traducciones y adaptaciones actuales?
Gracias y u saludo
Mejor una versión en verso. La obra original está escrita en verso.
ResponderEliminar¿Quién hizo un mejor trabajo en la traducción de Eneida en verso?
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