La mariposa en el mapa
Jorge Ordaz
Luna de Abajo.
Oviedo, 2018.
Fue A. J. A Symons, con su En busca del barón Corvo (1934), quien creó el subgénero biográfico
que desde entonces recibe el nombre de “quest”, tomado de su título original: The Quest for Corvo. El autor no nos
ofrece solo el resultado de su investigación, sino que también se convierte en
protagonista y nos cuenta cómo va avanzando en ella, los obstáculos que
encuentra, sus propias perplejidades. Buena parte de las exitosas publicaciones
de Javier Cercas –El impostor, El monarca
de las sombras– se acogen a este esquema.
También lo
hace Jorge Ordaz con La mariposa en el
mapa, historia de una obsesión, la que le ligó al escritor Frederic
Prokosch desde que a sus dieciséis o diecisiete años se encontró, en un puesto
de libros viejos con su novela Tormenta y
eco.
Frederic
Prokosch es un escritor norteamericano de paradójica trayectoria literaria: sus
mayores éxitos los consiguió con su primer libro, Los asiáticos (1935) y con él último, Voces. Memorias, publicado casi medio siglo después. En medio, un
puñado de novelas que tratan de repetir la fórmula de la primera o que intentan
sin demasiado éxito nuevos caminos. También era poeta, pero como poeta no tuvo
resurrección. En New Poems, una
antología de la poesía británica y norteamericana publicada en 1942, se le
incluye junto a Auden, Marienne Moore, Stephen Spender, Wallace Stevens o Dylan
Thomas, pero a partir de los años cincuenta iría progresivamente desapareciendo
de cualquier estudio o antología.
En España
se editaron en los años cuarenta sus primeras novelas, en buenas traducciones
de Rafael Calleja. El título de Los
asiáticos se cambió por otro más sugerente, pero que disimulaba su
condición de novela: Asia misteriosa a
través de la aventura y el amor. En el éxito inicial intervino la
fascinación por el autor, que gustaba de aparecer en las fotografías con pose
de galán de cine, y que se presentaba como un erudito y a la vez un consumado
deportista y un aventurero que había recorrido a pie los exóticos países en los
que situaba la acción de sus novelas.
Lo que
había de verdad y lo que había de mito en estas afirmaciones lo va descubriendo
poco a poco Jorge Ordaz. Los asiáticos nos
cuenta el viaje de un joven norteamericano desde Beirut hasta China, pasando
por Turquía, Siria, Persia, Rusía, Afganistan, India y lo que entonces se
llamaba Cochinchina. El editor español no duda en afirmar que “el autor ha
recorrido el trayecto que describe”. En realidad, escribió su novela soñando
sobre los mapas sin salir de una biblioteca.
Luego el
sueño se haría realidad y Prokosch se convertiría en una incansable viajero,
sin domicilio fijo, hasta recalar en la Provenza, en Grasse, que es donde
tardíamente le volvió a encontrar el éxito.
Las
primeras novelas exóticas y cosmopolitas de Prokosch, escritas en una prosa
poética que quizá no ha envejecido demasiado bien, tras reeditarse en ediciones
populares, se fueron llenando de polvo en las librerías de viejo. La
resurrección le llegó al autor en los años ochenta, de la mano, como en
Francia, como en el resto del mundo, de Voces,
sus fascinantes memorias. En ellas se hace a un lado y quiere aparecer menos
como protagonista que como testigo, como el viajero de un siglo que ha conocido
a los principales protagonistas del arte y la literatura y acierta a
presentárnoslo en su verdad cotidiana.
¿Cuánto hay
de verdad y cuánto de ficción en esas memorias? Lo que Prokosch nos ofrece no
es un documento notarial, sino la novela de la memoria. Recrea, como un buen
novelista, a los personajes que ha conocido –Auden, Ezra Pound, James Joyce– y
los hace hablar para nosotros, que asistimos fascinados a un viaje en el tiempo
donde verdad y mentira resultan igualmente verdaderas gracias a la magia de la
literatura. Los párrafos finales que nos presentan al autor envejeciendo “en
una casita de campo rodeada de cipreses, en un valle al pie de Grasse”
constituyen un emocionante poema en prosa, una hermosa despedida de un autor
que jugó a confundir vida y literatura.
Otra obra
maestra escribió Prokosch, El manuscrito
de Missolonghi, diario apócrifo de Lord Byron que no desmerecería junto al
que podría haber escrito el propio Byron. El prosista algo meloso de los
primeros libros es aquí seco, descarnado, ajeno a hipócritas pudores. Lord
Byron, sin dejar de serlo (no hay página en la que no tengamos la sensación de
estarle escuchando) se convierte en la transparente máscara de lo que Prokosch
habría querido ser, de lo que hoy es para los lectores.
Jorge
Ordaz, novelista, geólogo, hombre de raras erudiciones, nos habla de sí mismo
tanto como de Prokosch en La mariposa en
el mapa, un libro breve y minucioso que algo tiene de cajón de sastre: nos
lleva por librerías, rescata cartas de algún amigo, nos cuenta sus peripecias
con los editores, reflexiona sobre el éxito y el fracaso, “esos dos
impostores”, al decir de Borges.
Los
capítulos propios alternan con otros de textos ajenos que la tipografía lleva en
un principio a confundir con los propios. Algunos de ellos sobran claramente
(“Pequeños azares”, “Del diario de un aviador”) y el lector pronto siente la
tentación de saltárselos. Juega también Jorge Ordaz al apócrifo y con el título
de “Catulo en Rottingdean” nos ofrece un supuesto capítulo perdido de las
memorias de Prokosch.
Lo que nos
cuenta Jorge Ordaz sobre su trayectoria literaria no deja de resultar
interesante, pero el lector hubiera preferido que nos hablara un poco menos de
sí mismo y un poco más de ese fascinante mistificador de la vida y los libros
que fue Frederic Prokosch, quien en su vejez, como en la adolescencia, soñaba
hojeando un libro titulado La vuelta al
mundo en ochenta días.
¡Oh, ceremonial, que me has dejado
ResponderEliminaren los aledaños del festín!
¡Cómo te agradezco tu gesto!
Es para mí un honor
ser desechada por los arquitectos.
Como al aparapita, una carga
me forzaba a inclinarme ante Goliats.
Ahora soy pepita de oro y grano
de mostaza: bien hallada.
© María Taibo
El título de este poema ha cambiado a “Destierro feliz”.
EliminarLa frase acerca del éxito y el fracaso como "impostores" no es de Borges. Él la cita a menudo, pero atribuyéndola siempre a su verdadero autor, Kipling. Pertenece al que quizá es su poema más conocido, "If...", donde se lee: "If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same", esto es, "Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y tratas de igual forma a esos dos impostores".
ResponderEliminarGracias por la precisión, Jose. Y qué alegría comprobar que también puedes dar una opinión que no tiene que ver con Cataluña.
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