La ventana sobre el jardín
Felicidad Blanc
Espuela de Plata.
Sevilla, 2019.
En 1976, el estreno de la película El desencanto convirtió en personajes populares a los hijos –dos de
ellos ya reconocidos poetas– y a la viuda de Leopoldo Panero. Todavía tardaría
en llegar a la televisión la moda de los reality
show. No estábamos acostumbrados a que las miserias familiares se airearan
en público. Tampoco a que las mujeres de los “grandes hombres” tomaran la palabra
para protestar de su marginación. Es lo que hizo Felicidad Blanc, quien además prolongó
el escándalo del documental cinematográfico con una entrevista que llevaba el
siguiente titular: “Leopoldo era un hombre cruel”. Los amigos del poeta se
llevaron las manos a la cabeza y en Astorga poco faltó para que la declararan
oficialmente persona non grata.
Eulalia
Galvarriato, casada con Dámaso Alonso, puede servir de ejemplo del papel que se
esperaba de las mujeres y contra el que se revela Felicidad Blanc. En una
entrevista de 1988, declaró a Concha Alborg: “Yo he dedicado mucha parte de mi
tiempo a mi marido. No es que me haya sacrificado, en absoluto, pero tanto su
madre como yo estábamos atentas a él completamente. Yo he corregido todas las
pruebas de los libros de mi marido, yo he pasado todo a máquina”. A pesar de
ello –y de considerar que “la mejor realización de la mujer es casarse y cuidad
de sus hijos”–, Eulalia Galvarriato es autora de una no desdeñable obra
literaria, iniciada con la novela Cinco
sombras, finalista del premio Nadal en 1947.
Un año
después de El desencanto, y
aprovechando el éxito de la película, publicó Felicidad Blanc Espejo de sombras, una autobiografía
escrita con la colaboración de Natividad Massanés. El proceso de elaboración de
ese libro no está claro; parece que alterna la escritura directa de la autora
con la reconstrucción periodística a partir de declaraciones suyas.
La
publicación de La ventana sobre el jardín,
que reúne todos los cuentos de Felicidad Blanc, nos permite por fin valorarla
como escritora, al margen de las mitificaciones y mixtificaciones que rodearon
al personaje. Lo primero que sorprende es la brevedad de su obra: apenas cien
páginas, bastante menos de la mitad del volumen (el resto lo ocupa un estudio
sobre su vida y obra a cargo de Sergio Fernández Martínez).
La
brevísima labor literaria de Felicidad Blanc abarca dos etapas. La primera de 1949 a 1955, la integran
seis relatos publicados en las más importantes revistas de la época,
especialmente Cuadernos hispanoamericanos.
Gracias a esos relatos –desolados, desasosegantes, entre Katherine Mansfield y
la primera Carmen Martín Gaite–, Felicidad Blanc fue incluida por Francisco
García Pavón en su Antología de
cuentistas españoles contemporáneos (1939-1958). Después vino el silencio y
una segunda etapa, a partir de 1978, poco significativa y en buena parte
reiterativa: varias prosas están dedicadas a fantasear sobre sus supuestos
amores con Luis Cernuda.
Tres vidas
hubo en la vida de Felicidad Blanc, muy bien analizadas por Sergio Fenández
Martínez. La primera es la de su infancia y juventud, una vida burguesa y
feliz, que culmina con la llegada de la República. Fundadora de un equipo de
hockey femenino representa a la nueva mujer que había adquirido el derecho al
voto y se sentía capaz de rivalizar con el hombre en cualquier campo.
Todo cambió
con la victoria de Franco y el matrimonio, en 1941, con quien pronto se
convertiría en uno de los poetas oficiales del Régimen, el converso republicano
Leopoldo Panero. El nuevo ideal de mujer lo marca Pilar Primo de Rivera, quien
en 1942 declaró: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el
talento creador, reservado por Dios a las inteligencias varoniles; nosotras no
podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan
hecho”.
La tercera
vida, la de la liberación y la afirmación de su personalidad, no tiene lugar
con la muerte de Panero, en 1962, sino con la de Franco en 1975, cuando por fin
decide dejar de ser una amable sombra oculta tras el marido y los hijos.
A pesar del
aparente éxito, de la visibilidad mediática, no tuvo demasiada suerte Felicidad
Blanc en esta última etapa de su vida. El
retrato que de ella nos hace Sergio Fernández Martínez –ejemplarmente
documentado– despierta todas nuestras simpatías, pero no parece cierta la tesis
central de que fue una escritora frustrada por un matrimonio desafortunado y
una época que cortaba alas a la carrera literaria de las mujeres. Leopoldo
Panero –según se nos cuenta en Espejo de
sombras– aplaude sus primeros cuentos y organiza una reunión para que los
amigos escritores los escuchen. Al final, Luis Rosales exclama: “Esto hay que
publicarlo. Están muy bien, de verdad te lo digo. Están muy bien”. Y en la
revista que él dirigía se publicó de inmediato “El domingo”. Eran tiempos, años
cuarenta y cincuenta, en que las narradoras femeninas estaban de moda: Carmen
Laforet, Ana María Matute, Carmen Marín Gaite.
Si
Felicidad Blanc abandonó su carrera literaria, si no fue capaz de recuperarla
después, se debe a razones que no tienen nada que ver con la opresión femenina.
Hubo quien llegó a pensar que siempre necesitó de ayuda externa (como en su
autobiografía) y que esos primeros relatos, lo mejor de su obra, contaron con
la colaboración de Leopoldo Panero). Sergio Fernández Martínez lo desmiente de
no muy convincente manera. Alude –página 242– a las “cuartillas con letra de
mujer” que habría redactado Felicidad Blanc, según Ana María Moix. Pero Moix se
refiere a “Galería de fantasmas”, de 1978, no a los textos anteriores, y además
en la nota final sobre los criterios de edición se nos dice sorprendentemente
que “Galería de fantasmas” es la “transcripción de un relato oral” en la que
Moix introduce, “seguramente por descuido”, una frase que le pertenece a ella y
no a la narradora.
¿Media
docena de cuentos bastan para otorgarle un lugar a Felicidad Blanc en la
historia de la literatura española? Quizá su lugar, más que como escritora, sea
como personaje en busca de autor.
Seguro que es un ramillete espléndido de relatos.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo