Resurrecciones y rescates
Ida Vitale
Fondo de Cultura
Económica, Universidad de Alcalá. Madrid, 2019.
Hay premios que gozan de una inmerecida mala prensa, como el
Planeta, mientras que otros se benefician de un acrítico prestigio, como el
Nobel.
El premio
Planeta no engaña a nadie: se trata de una exitosa operación comercial que
busca colocar una novela –casi siempre digna, casi nunca memorable– entre los
libros más vendidos del año.
¿Engañan
otros premios más prestigiosos? En buena medida, sí. Y buen ejemplo de ello es
el volumen Resurrecciones y rescates
que la Universidad de Alcalá acaba de incorporar a su Biblioteca Premios
Cervantes. Vaya por delante que buena parte de los artículos que reúne, escritos
a lo largo de más de cincuenta años por la poeta Ida Vitale, no merecían ni la
resurrección ni el rescate.
Un ejemplo:
“Luis Cernuda: poeta próximo”, escrito en 1963 a raíz de su muerte,
meramente circunstancial y con errores de cierta importancia. A propósito del
surrealismo, nos dice que en poetas como
“Alberti, por ejemplo, o Diego, será de tal virulencia que determinará el libro
inmediato, que no desmiente la fuente”, confundiendo a Gerardo Diego con
Aleixandre. ¿Y quién que conozca algo la biografía de Cernuda puede escribir
que en su exilio inglés “encuentra el clima espiritual que le es más afín”?
Otro
ejemplo: la prescindible divagación, que no estudio, sobre José Ángel Valente,
que no muestra un especial conocimiento ni sobre su poesía ni sobre su obra
crítica ni sobre su persona.
Mayor
interés tienen sus artículos sobre José Bergamín, a quien conoció en Montevideo
y a quien considera uno de sus maestros, aunque sea un interés más biográfico
que crítico. Cita, sin embargo, y por dos veces, de manera incompleta una de
sus más famosas frases, haciéndole perder así toda su gracia. Bergamín no se
limitó a decir “con los comunistas hasta la muerte”, como afirma Ida Vitale, sino
que añadió “pero ni un paso más”, con lo que a la vez afirmaba sus convicciones
ideológicas y sus creencias religiosas.
No resulta
muy comprensible que una selección “obviamente muy parcial” y que deja en
reserva “una gran parte” de la obra dispersa de la autora, como ella misma dice
en la nota inicial, incluya más de una vez repetitivos artículos sobre un mismo
tema (el escritor Felisberto Hernández, por ejemplo).
No sabemos
quién ha hecho la selección ni quien ha dispuesto, un tanto arbitrariamente, el
original en tres partes. El anónimo editor (quizá el autor del índice onomástico,
Javier Rodríguez Ganuza) nos indica en una nota que “los textos no reproducen
fielmente la publicación original”, lo que nos produce algún sobresalto. Pero
luego aclara que las infidelidades se deben, en su gran mayoría, a que “la
autora decidió hacer ligeras modificaciones que, en cualquier caso, no cambian
el significado de los mismos” (ni eliminan errores, añadiría yo).
Los reparos
que se le pueden poner a Resurrecciones y
rescates no se deben a que se trate de una recopilación de textos publicados
previamente. Buena parte de los títulos más atractivos de Octavio Paz, maestro
y protector de Ida Vitale, son de ese tipo. Me limitaré a citar uno, Sombras de obras, que tiene relación con
la miscelánea que estamos comentando. Una de las partes más atractivas de ese
volumen se titula “La vuelta de los días”, como la sección de la revista Vuelta, dedicada a breves glosas –un
poco a la manera orsiana– sobre temas de la actualidad cultural y reúne las
publicadas por Octavio Paz. En esa sección alternaban varios autores, a veces
en el mismo número, también Ida Vitale. Con el atinado título de “La ley de
Heisenberg” (“basta que observemos la realidad para que esta se modifique”)
reúne las notas publicadas en Vuelta
y luego en su sucesora, Letras libres.
Están entre lo más atractivo del conjunto.
La reunión
de textos dispersos requiere añadir al inicial trabajo autorial otro que hace
que las piezas dispersas cobren un nuevo sentido. Es lo que ha faltado aquí: ni
la autora ha sido capaz de releerse a sí misma rescatando solo lo que merecía
ser rescatado (y disponiéndolo adecuadamente) ni el anónimo editor ha
considerado necesario hacer ese imprescindible trabajo.
Pero a
nadie le importará eso, porque sospecho que nadie más –y no se lo censuro– va a
leer este libro capítulo tras capítulo. Para poder elogiarlo –como obligan la
edad de la autora y el prestigio oficial del Cervantes–, mejor limitarse a
hojearlo, aunque ese rutinario elogio suponga una pequeña estafa al lector
común que no está en el secreto.
Un autor
menor (en algún caso muy menor, recordemos a Dulce María Loynaz) no deja de
serlo por recibir el premio Cervantes, un galardón de mucho aparato
institucional, pero que con cierta frecuencia sirve para avalar textos muy
prescindibles o manifiestamente mejorables.
Ahora le ha dado por entrar a despedirse,
ResponderEliminaral Cerdo.
Continúa la puesta en escena
hasta el infinito.
© María Taibo
Total que para ese viaje, señor Martín, no hacían falta alforjas.
ResponderEliminarVaya, vaya con los "PREMIOS"...sic transit gloria mundi.