Suavemente ribera
Antonio Manilla
Visor. Madrid, 2019.
Como toda poesía verdadera, la de Antonio Manilla gira en
torno a unas pocas obsesiones, a la vez muy personales y muy enraizadas en la
tradición universal.
“El motivo
inmutable / es la muerte” comienza Suavemente
ribera, un título agramatical –adverbio adyacente de sustantivo y no de
verbo o de otro adverbio– que no se corresponde con la dicción nada rupturista
del conjunto: los poemas del libro oscilan entre la precisa minuciosidad
impresionista y la lapidaria dicción de la Antología
palatina (toda una sección está integrada por epitafios).
En el más
célebre cuadro de Nicolas Poussin, varios pastores rodean una tumba con la
inscripción “Et in arcadia ego”, inscripción que ha sido interpretada de dos contrapuestas
maneras: “yo también estuve en la Arcadia” (yo también fui feliz, dicho por el
difunto) o “también en la Arcadia estoy yo”, puesto en boca de la muerte.
Ambas
interpretaciones pueden aplicarse a Suavemente
ribera. El libro recrea una Arcadia feliz, el mundo rural de la montaña
leonesa, donde transcurrió la infancia del poeta. Y lo hace con poemas
memorables en los que se oye el canto de los pájaros y el murmullo del agua y
asistimos al paso de las estaciones.
Pero de ese
paraíso hace tiempo que fue expulsado y sabe que, como a cualquier paraíso, es
imposible volver, aunque no deje de intentarlo, según queda constancia en
muchos de los poemas del libro.
Donde
habitó la dicha, ahora solo hay “ortigas y maleza”, como leemos en “Abandono”,
un poema que representa bien el tono elegíaco del libro y su fraseo que algunos
pudieran considerar de otra época (entre Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez):
“Un pueblo abandonado. En medio de su nada, / igual que flores secas, las
ruinas de una iglesia. / En una de sus calles, algún can solitario / que viene
y va buscando, entre fantasmas, dueño. / Tan solo sombras donde en el pasado
había / fuentes, campanas, niños. Ortigas y maleza / medrando en el silencio y un
jilguero que rompe, / con su canto de amor, la densidad del sueño”.
Ese pueblo
abandonado, símbolo de tantos, recibe nombre en alguno de los poemas: “En
Bustefrades, viento, soledad / y viento hasta el umbral de las montañas”.
El poema
más extenso del libro, “Casa en solar ajeno”, lleva como subtítulo el cultismo
“Demotanasia”, que alude a las decisiones políticas –o a los efectos
colaterales de esas decisiones– que llevan a la despoblación de un territorio. Suavemente ribera es una elegía por el
paraíso perdido y también una protesta –nada panfletaria– contra la
despoblación de territorios que un día estuvieron llenos de vida (algo tiene de
manifiesto en favor de la España vacía).
Las
obsesiones personales de Antonio Manilla se expresan por medio de mitos. En
estos versos nos encontramos, como no podía ser de otra manera, a Ulises.
También la caja de Pandora, Ananké y, sobre todo, innumerables variaciones del
horaciano “carpe diem”, presente no solo en los epitafios de “Tierra extraña”:
“Lo que tengas que hacer, procura hacerlo ya. / Mientras el sufrimiento se
mantiene alejado / del umbral de tu cuerpo. / Ama o combate, bebe o triunfa
ahora. / Sé parte de la noche / mientras arte tu estrella entre los astros”.
El
principal riesgo a evitar, cuando se recrean los tópicos de la tradición, es incurrir
en un lenguaje igualmente tópico. Antonio Manilla no parece gustar de la
innovación expresiva ni, al contrario de lo que sugiere el título, suele
recurrir a las alteraciones de la gramática, como ya hemos indicado. Apenas si
merece subrayarse la utilización de un neologismo ramoniano (“Sobre la luz del
río, en moribundia, / bailan su danza quieta los insectos”) y una acertada
paronomasia “in absentia” (“Yo soy de donde voy”) que contrasta con la
aliteración que pretende emular, creo que sin conseguirlo, la musicalidad
rubeniana: “Salude a los aludes de laudes”.
En el poema
“Preces”, se aclara el sentido del título (un deseo de ser “suavemente ribera /
mientras el tiempo pasa”) y también el de esta colección de estampas rurales coloreadas
por el lenguaje de la melancolía.
Suavemente ribera es una invitación a
vivir el presente, al disfrute de “lo
eterno en lo fugaz”, del aquí y el ahora mientras nos dirigimos “a un país sin
límites: / la patria sin fronteras de la muerte”, como leemos en el poema final.
En mi opinión, la inscripción puede interpretarse como dicha por el pastor, pero en presente. La otra interpretación sería una turbia sospecha que se crea en el espectador, pero secundaria, como en el debatido caso del conde Ugolino en la “Divina comedia”.
ResponderEliminarPues no hay razón para que el mundo exista,
ResponderEliminarno intentes con la razón abarcarlo.
Te toparás con un negro agujero.
© María Taibo