Mal que bien
Enrique
García-Máiquez
Ediciones Rialp.
Madrid, 2019.
En poesía, el ingenio no tiene buena prensa, aunque siempre
resulta preferible a la impostada solemnidad. Enrique García-Máiquez, aparte de
muchas otras cosas, es un poeta ingenioso y bienhumorado. Gusta de aparecer
como personaje en sus poemas, pero siempre burlándose un poco de sí mismo. Y
hace aparecer con la misma frecuencia a su entorno familiar: mujer, hijos,
padre anciano, el recuerdo permanente de la madre.
Elegía y carpe diem, nada nuevo, hay en Mal que bien, pero todo dicho de una
manera distinta, con una versificación tradicional que no suena a consabida
gracias a los quiebros de su coloquialismo. El artificio retórico –que denota una
gran sabiduría técnica– juega a hacerse invisible.
Sonrisas y
lágrimas también. No es García-Máiquez poeta que necesite de complicadas
exégesis. Basta una primera lectura para que nos ponga una sonrisa en los
labios o nos apriete el corazón y nos lo llene de una congoja que tarda en
disiparse.
“Hasta
pronto” titula la sección –el libro consta de siete, de siete poemas cada una:
gusto por la simetría– que dedica a los epitafios. “Epitafio a una joven madre”
es el más conmovedor, no desmerecería en la Antología
palatina.
Enrique García-Máiquez escribe
desde una concepción religiosa del mundo, pero para todos los lectores, no solo
para los que comparte sus creencias. Hay una excepción: la parte titulada “Su
rostro en mi espalda”. Lo mismo que la poesía social puede convertirse en
panfletaria, pasar de defender la lucha contra la injusticia a elogiar a Stalin,
por citar un nerudiano ejemplo, la poesía religiosa puede pasar de los grandes
enigmas de la condición humana –el sentido de la vida y de la muerte, del amor
y del dolor– a centrarse en los peculiares dogmas y ritos de una determinada
confesión.. El primer poema de “Su rostro en mi espalda” puede servir de
ejemplo. Se titula “Almendros” y consta de dos partes. Los almendros de la
finca de los abuelos descritos en la primera –con sus ramas “retorcidas y
negras y resecas”, con sus frutos “duros, pobres”, con sus maravillosas flores
blancas que aparecían de pronto y los redimían de todo– se convierten en imagen
del poeta: “También sobre mi vida –ásperas ramas retorcidas, / negras, secas y
casi estériles– se posan / –milagrosas y humildes– / cientos de flores blancas”.
Hasta aquí todo perfecto, pero el poema termina aclarando que esas flores son “las
delicadas formas de cada eucaristía” y el poema se viene abajo para la mayoría
de los lectores. ¿Y qué pasaría si ese verso final fuera: “las sonrisas felices
de mis hijos”? Pues que entonces podría ser asumido por todo tipo de lectores,
tuvieran hijos o no.
Enrique
García-Máiquez es un poeta cordial que gusta de homenajear a los poetas que
admira y por eso en sus versos aparecen explícitamente Miguel d’Ors y Eloy
Sánchez Rosillo e implícitamente –reescribe su poema “Los pies”– Amalia
Bautista, pero el poeta al que resulta más cercano es otro, el brasileño Mario Quintana,
al que ha traducido –y recreado– en una espléndida antología. La manera de
hacer de ambos, que no parecen desdeñar siquiera el sentimentalismo primario,
la poesía de tono y temática infantil, es el mismo. También el inolvidable
encanto de los mejores momentos.
Alguien dirá
que se trata de poesía menor. El propio García-Máiquez ironiza sobre ello en
“Free rider”: “Esos poemas superprofundísimos / que nunca tengo ganas de
escribir / ni muy posiblemente fuerzas, / los han escrito, los escribirán / o
quizá ahora mismo los estén escribiendo / poetas admirables. / Yo / no puedo
más que dar las gracias, prometer / que los leeré despacio y bendecir / la
suerte de que la poesía sea / un trabajo en equipo”.
Sentimental
e irónico, Enrique García-Máiquez es uno de esos poetas que, una vez leídos,
nos acompañan para siempre, aunque tropiece de vez en cuando y nosotros no
tengamos ningún interés en acompañarle en sus particulares devociones
tridentinas.
¿Qué es lo tridentino del libro?
ResponderEliminarCreo que quiso decir católico ortodoxo, y es el concilio que más suena. "Vaticano" se hubiera prestado a la ambigüedad, y "niceno" o "constantinopolitano" no lo hubiera entendido nadie).
EliminarLo perteneciente o relativo al concilio ecuménico que se reunió en Trento a partir del año 1545.
EliminarOleeeee!!!
ResponderEliminarRialp es la editorial del Opus. La poetisa exiliada Ernestina de Champourcin, que era mujer del poeta republicano y secretario de Azaña Juan José Domenchina, también acabó siendo del Opus. Lo digo por evitar aquello del sectarismo. La vida da tantas vueltas.
ResponderEliminarSectario: "Dícese de aquel que defiende unas ideas distintas a las mías". Últimamente oigo mucho este calificativo. Curiosamente, siempre del mismo lado. Creo lo puso de moda un periodista rebotado de El Pais que actualmente es diputado europeo de VOX
ResponderEliminarYo diría más bien que un sectario es aquel que defiende la falta de ideas de cualquiera siempre que sea de los suyos. Al enemigo, ni agua, aunque acierte. Y añadiría que los de Vox tienen sus ideas, aunque malas.
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