La lengua suelta
Fermín Gabor
Edición de Antonio
José Ponte
Sevilla.
Renacimiento, 2020.
Alabada un tiempo, ferozmente denostada desde hace tiempo, de lo que nadie duda es de que la revolución cubana convirtió a un pequeño país del Caribe en uno de los protagonistas del siglo XX. Hizo también algo más: lo convirtió en un muy frecuentado género literario.
Entre 2001 y 2010, un apócrifo Fermín Gabor publicó en la revista digital La Habana elegante una serie de crónicas sobre presentaciones de libros, ferias literarias, mesas redondas, concesiones de premios literarios y otros asuntos que ocupan fugaz y mínimamente las páginas culturales de los periódicos.
¿Le interesaría a algún editor
reunirlas en volumen –un volumen de más de setecientas páginas-- si no trataran
de Cuba? ¿Le interesarían a alguien las minucias de la vida cultural chilena o
peruana de hace una década? Seguro que no. Pero Cuba, ya dije, es un género
literario con reglas propias, una utopía que pronto se convirtió en distopía y
que nos sigue fascinando.
No tardó en
saberse en Cuba quién estaba detrás de Fermín Gabor: Antonio José Ponte, poeta,
narrador y sobre todo uno de los más inteligentes ensayistas de hoy. En La
lengua suelta se suelta verdaderamente la lengua y escribe con un
desparpajo que impide a estas páginas, en principio ocasionales, envejecer.Varios de los escritores de los que se habla en el libro son conocidos, y en algunos casos muy leídos, fuera de Cuba --Lezama Lima, Cintio Vitier, Leonardo Padura, Antón Arrufat--, pero a la mayoría de ellos ni siquiera los habíamos oído nombrar ni probablemente volvamos a oír hablar de ellos fuera de este libro. Importa poco. El talento satírico de Antonio José Ponte hace que funcionen como personajes de novela. Y eso es lo que es La lengua suelta: una novela colectiva, una comedia humana de los años en que Fidel Castro deja finalmente el poder y algo cambia para que todo siga igual.
Antonio José Ponte –transmutado en Fermín Gabor-- no hace crítica literaria, aunque trate sobre todo de escritores. Lo mismo da que hable de un hilarante fantoche como Rufo Caballero que de un exitoso autor, premio Princesa de Asturias, como Leonardo Padura. Las novelas policiales de este último serían “mortalmente aburridas”: “Menos policiales que de horror, la sombra del censor y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de autocastigo”.
Lo que le reprocha al creador del
detective Mario Conde es su habilidad para desarrollar una actividad literaria
de interés desde dentro de Cuba. Su reproche a El hombre que amaba a los
perros nada tiene que ver con la calidad literaria de la novela, sino con
el hecho de que en las cerca de seiscientas páginas dedicadas al asesino de
Trosky no llegue a preguntarse “qué hacía Mercader pasando su vejez en La
Habana”.
El
anticastrismo razonadamente visceral de Antonio José Ponte podía haber
convertido estas páginas en un aburrido panfleto. Las salva el afilado sentido
del humos de su heterónimo, capaz de destrozar un libro con cuatro citas bien
hechas o de convertir el acontecimiento más aburrido del mundo –una feria
literaria, una mesa redonda—en un entretenido espectáculo de marionetas.Las crónicas de Fernando Gabor –escritas en Cuba hasta 2007 y luego viendo los toros desde la barrera del exilio-- se completan con un nutrido diccionario, más de doscientas páginas, que Ponte firma ya sin máscara. En algunos casos, se nos informa de lo que ha ocurrido con los personajes y personajillos que aparecen en las crónicas; en otros añaden datos autobiográficos y valen como textos independientes. Se nos narra así un encuentro con Manuel Díaz Martínez en una playa de Gran Canaria o las razones de su enfrentamiento con Antón Arrufat, a quien Gabor alude siempre despectivamente y valorando en poco su obra literaria. En una reunión de escritores, cuando alguien mencionó el caso de María Elena Cruz Varela, cuya casa fue asaltada y ella encarcelada, Arrufat sonrió y dijo: “Ay, pero si salió rosada y gordita de la cárcel…”. La reacción de Ponte fue abandonar de inmediato la casa y no tener más trato con un Arrufat cuya “catadura moral” quedaba al descubierto. Lo que en realidad parece no perdonarle es que, tras haber sido víctima en la época del caso Padilla, se haya reconciliado con los herederos de sus verdugos y aceptado premios y reconocimientos oficiales.
La crítica de Antonio José Ponte es política y moral (y discutible a ratos en lo estrictamente literario); la escritura de Fernando Gabor, desenfadadamente imaginativa y burlona y eso es lo que salva a La lengua suelta de ser una diatriba más contra un régimen que parece capaz de sobrevivir a todos sus enterradores.
José Luis, coincido contigo en prácticamente todo lo que dices acerca del libro de Ponte. Resulta difícil ponerte un pero, pero lo intentaré. Hablas del “anticastrismo razonadamente visceral de Antonio José Ponte” cuando su anticastrismo es visceralmente razonable y razonador, entre otras cosas porque el castrismo lo conoce como nadie o, al menos, casi nadie. Dices también que Ponte “parece no perdonarle” a Antón Arrufat el “ que, tras haber sido víctima en la época del caso Padilla, se haya reconciliado con los herederos de sus verdugos y aceptado premios y reconocimientos oficiales.” Pero no es que lo parezca sino que no se lo perdona y no son los “herederos de los verdugos”, sino los propios verdugos, justa e injustísimamente los mismos verdugos que terminaron por hacer imposible la vida Ponte de Ponte en Cuba. En cuanto a “no perdonar”, es una expresión equivalente a “sentirse decepcionado” y el verdadero asunto es que Arrufat decepcionó a Ponte, aunque puede que no solo a él. Por último, afirmas que la crítica de Ponte, en lo estrictamente literario, “es discutible a ratos”. Tal cosa, el que te parezca “discutible a ratos”, me parece uno de los mayores elogios que te he leido nunca. Por la sencilla razón de que la crítica de todo lo literario es discutible siempre siempre, y no a ratos.
ResponderEliminarHace poco releí "Cuba", en Boal, lugar conocido por su emigración a la isla. Son relatos de Juan Antonio Mases, el primero nos narra el traslado de un cadáver a una Habana en fiestas, anárquica, donde al salir les confiscan el vehículo unos revolucionarios.
ResponderEliminarHeberto Padilla, en la memorable "En mi jardín pastan los heroes" nos habla de algo parecido.
No se si Martin esperaba este comentario.
José Antonio Mases, joder, siempre me equivoco, corregirme. Asturiano, de Cabranes.
ResponderEliminarLos relatos de "Cuba" están muy bien
Ese rocambolesco traslado de cadáveres en plena y festiva anarquía revolucionaria, también lo narra el nicaragüense Sergio Ramirez, en no me acuerdo que obra.
ResponderEliminarMargarita, esta verde la mar. Me parece, procede del comienzo de un poema de Ruben Dario.
ResponderEliminarNo he leído la obra de Sergio Ramírez a que se refiere; en todo caso, el título, que sí conozco, no es naturalmente "Margarita, está verde la mar", sino "Margarita, está linda la mar". Que es, efectivamente, el comienzo del poema de Darío "A Margarita Debayle", incluido en su libro "Poema del otoño" (1910), aunque creo que había aparecido originalmente en un libro ocasional, de título “El viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical”, del año anterior.
EliminarGracias, Nutrio, Margarita está linda la mar. Hablo de mi antigua memoria, Sergio Ramirez es para leer.
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