Diario de K
Karmelo C. Iribarren
Papeles Mínimos.
Madrid, 2022.
Karmelo C. Iribarren, un poeta que ha hecho de la
marginalidad y el victimismo uno de los factores de su carrera literaria,
publica una edición muy aumentada de Diario de K, que no es propiamente
un diario (aunque hay tantas formas de entender el género como diaristas), sino
un cuaderno de apuntes, aforismos y reflexiones varias escritas a lo largo de
más de una década. Se lee con gusto, abriéndolo por cualquier parte, picoteando
acá y allá, a veces con una sonrisa y otras con un poco de vergüenza ajena.
El autor,
autodidacta, tiene una cierta inquina contra el mundo académico, la crítica y
el mundillo literario que, en su opinión, tiende a ignorarle. Algunos ejemplos:
“Este tipo nos deja sin trabajo, pensó el crítico tras hojear durante unos
minutos uno de mis libros”, “En cuanto se le presenta la ocasión, no te cita”,
“Esos que me leen a escondidas, sin que se enteren sus colegas de cátedra, por
aquello de la reputación, deberían seguir el ejemplo de sus hijas y evitarse
tanto sufrimiento”. La razón de ese desdén parece estar en su éxito como poeta:
“Tengo lectores de todo tipo y condición, desde catedráticas de literatura a
panaderos, pasando por algún conserje. Y, aunque carezca de importancia, creo
que me leen más las mujeres. Todo esto a algunos les hace sospechar. Y ahí
siguen, veinte años después, sospechando”.
Contrastan
esas quejas con la minuciosidad con que deja constancia de sus éxitos: Luis
García Montero, Pablo Macías y José Luis Morante han estudiado su poesía “con
seriedad”; el presidente del gobierno incluye un poema suyo en un discurso ante
la tumba de Machado; Benjamín Prado habla en la radio de uno de sus libros: “Me
gustó lo que dijo sobre mi poesía, me pareció que entiende y valora mi
propuesta”. Incluso se defienden en la universidad trabajos de investigación
sobre sus versos.
Ese
victimismo, esas continuas muestras de vanidad herida, forman parte de la
personalidad de Karmelo C. Iribarren y pueden suscitar algún desdén. Pero nos
equivocaríamos si lo redujéramos a la caricatura que él, quizá involuntariamente,
traza de sí mismo. Hay en este Cuaderno de K ingeniosas greguerías y no
escasos aforismos que hablan de la condición humana con conocimiento de causa.
Y también lo que a mí me parece más destacable, anotaciones que parecen
intrascendentes y acaban convirtiéndose en pequeños poemas en prosa: “Entro en
la habitación, dejo la maleta en un lugar que no moleste y me siento en el
borde de la cama. Alguien acaba de cerrar una puerta, sus pasos se acercan por
el pasillo, se alejan. Me levanto, descorro las cortinas: un mar de tejados
irregulares, bajo un cielo de un azul que envejece. En la fachada de enfrente,
dos pisos más abajo, hay un tipo fumando en el balcón. Pienso en William Carlos
Williams, el poeta que deja caer los poemas sobre la página como gotas de vida,
el que atrapa los instantes y a ellos, los instantes, parece gustarles, o eso
transmiten. Miro otra vez los tejados hacia la lejanía: caras y calles que no
conozco, bares, librerías, puentes… Todo ahí, esperándome. Otra ciudad, otra vida”.
Mucho de
Baroja, del Baroja de los Paseos de un solitario o de las Bagatelas
de otoño, hay en este personaje que camina a menudo bajo la lluvia, que
pasa las mañanas o las tardes en el café de un hotel con un libro en las manos
o mirando a la gente sin pensar en nada (salvo que se trate de mujeres, claro,
pero en ese tema mejor no entrar). También está presente Pla, al que se alude
reiteradas veces, y Carver, por supuesto, de quien tanto ha aprendido y al que
dedica unas emocionadas líneas.
Karmelo C.
Iribarren, autodidacta que todo lo ha aprendido en la vida, que ha sido
camarero antes que poeta (y no deja de recordárnoslo), tiene mucho que contar y
mucho que enseñarnos. Pero de vez en cuando se sube al púlpito y se convierte
en eso que tanto detesta, crítico. A propósito del poema “De vida beata”, de
Gil de Biedma, afirma que él añadiría a las influencias encontradas por los
estudiosos la del soneto “La felicidad de este mundo”, de Christophe Plantin.
Ocurre que esa influencia ya ha sido reiteradamente señalada, entre otros por
el catedrático Gabriel Laguna (y en Internet resultan fácilmente accesibles sus
trabajos). Y hablando de los setenta, “una década que aquí, en lo literario, se
pretendió muy vanguardista”, indica que “eran muy habituales los libros de
poemas cuyos versos empezaban con mayúscula, sin que hubiese un punto previo”, costumbre
habitual en la poesía de otras épocas. Pero Iribarren no parece haber hojeado
libros publicados, no ya en el siglo de Oro, sino a principios del XX. En otro
caso, no se le ocurriría la bromita a propósito de “solo” y “sólo”: “Ahora, de
un tiempo a esta parte, a los señores académicos les ha entrado la pataleta
contra las tildes, y ahí andan, reuniéndose los jueves para tomar café y
decidir a qué palabra le quitan la balita de encima, como si así le salvasen la
vida”. Qué sorpresa la de Iribarren cuando averigüe que hubo un tiempo, no tan
lejano, en que “fe” llevaba tilde y también la preposición “a”. Alguien debería
explicarle para qué se utiliza la tilde en la ortografía española.
Pero mejor
no explicarle nada, empaparse de melancolía con sus estampas de la ciudad bajo
la lluvia, admirar sus iluminadores chispazos, su precisa semblanza de algún
poeta (Jon Juaristi, por ejemplo), asentir a sus reflexiones sobre los
claroscuros del vivir, y pasar por alto cuando enumera éxitos, critica lo que
no entiende o se pierde en minucias de la vida literaria, como lo bien que lo
trataron en este o aquel congreso literario y lo mal que lo trató este o aquel
reseñista.
Por lo menos veo que sigues leyendo a Karmelo. En esta crítica lo valoras más que en aquella que hiciste porque yo te lo pedí (un honor). Temo que el único crítico que no hablaba de él y que él considera valioso eres tú. Y temo también que entre la poesía de Karmelo y parte de la tuya hay rasgos importantes que las unen, pero esto es otro cantar.
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ResponderEliminarUna reseña que produce interés por la obra y el autor.
ResponderEliminarGracias por compartir
Karmelo ganó el premio Melilla (18.000, visor). Al año siguiente de Loreto Sesma. Ahí lo dejo. Por si alguno se atreve a discutir.
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EliminarSegún Burroughs en los relatos de vida encontramos “fragmentos casualmente recogidos”. Tengámoslo en cuenta y advirtamos que Iribarren finaliza la versión de Diario de K de 2014, Linares de editor y García-Máiquez de prologuista (¡casi “na”!), del modo que sigue: “Soy el peor aforista que conozco con diferencia. El hecho de haber leído a pocos y que todos ellos sean muy buenos, suaviza algo, supongo, este desastre.” ¿Surge por aquí –si permitido es- la necesidad de los “grises”, de los “matices”, estimados “hacedores del canon”? Por si acaso, “Pon tu mano en el pecho,/lector,/y escucha como un eco del corazón del mundo/ tu propio corazón.” Como de “representar” también se trata, ¿reconocen la autoría de estas últimas líneas? No paro mientes, por no aburrir, en la sobrevalorada víscera… Revisen la filosofía de la cuchara.
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