Manos verdaderas.
Un ensayo en traducciones
Fruela Fernández
Kriller 71.
Barcelona, 2022.
Se quejan los traductores, y con razón, de que su nombre no
suele aparecer en la cubierta de los libros que traducen y que a menudo se
olvida en las reseñas. Hay una razón que lo explica, aunque no lo justifica: el
de traductor es uno de esos oficios que, cuanto mejor se hacen, menos se notan.
El traductor, como el intérprete, tiende a la invisibilidad, no debe parecer
que deja su marca personal —aunque
la deje— en lo que hace.
Fruela
Fernández, excelente traductor, es de la opinión contraria, a juzgar por su
libro Manos verdaderas. Lo subtitula “Un ensayo en traducciones”, pero
en realidad se trata de una miscelánea de traducciones de diversos poetas —como las que han publicado
tantos autores, de Octavio Paz a Víctor Botas, de José Emilio Pacheco a Martín López-Vega—,
cada una de cuyas secciones va precedida de unas breves reflexiones sobre
poesía y traducción, expuestas de una manera entre sibilina y belicosa. Poeta
“entrañable y nefasto” llama a Joan Margarit —sin citar su nombre— por escribir
que, al terminar de leer un libro de poemas de Paul Celan, no sabe ni lo que ha
dicho ni lo que ha querido decir y ni siquiera si quería decir alguna cosa. Al hablar
de la “voluntad de tradición”, afirma que no se refiere “a aquella que
entienden los bobos, los de siempre escribir lo ya escrito”.
“Solo manos verdaderas escriben
poemas verdaderos” leemos en la cita de Celan de la que Fruela Fernández toma
el título de su libro. Selecciona en él a poetas del siglo XX que escriben en
inglés, alemán, italiano y griego, las lenguas que domina (no ha querido
recurrir a traducciones indirectas), y los nombres bien conocidos, como Pound o
Brecht, alternan con otros poco familiares al lector español, como Soí Kareli o
Sandra Macpherson.
Todos, a juicio del traductor, son
poemas verdaderos y el libro surgió de su necesidad de entenderlos, de
confrontarlos con su escritura “para conocer mejor la clave de su verdad: a
veces era un ambiente, a veces un modo, una emoción”.
¿Y qué caracteriza al poema
verdadero? “Que algo, algo decisivo, ha sucedido por él, se ha alterado por él.
Y que el resto de los discursos —la burocracia, la cursilería, el halago, la
farsa— han tenido que detenerse un instante, revelados ante la obligación del
poema. Aunque de inmediato vuelvan a ponerse en marcha, para acallarlo”. Se
trata de una de esas explicaciones que no explican nada. ¿Cómo sabemos si algo
decisivo sucede o se altera por el poema? La mayoría de los textos o fragmentos
que Fruela Fernández traduce quizá interesen poco al común lector de poesía, aunque
sean importantes para él, la evolución de su poesía y “su necesidad de
entenderlos”. El traductor se coloca en primer plano, el texto traducido parece
a veces convertirse en pretexto para exponernos sus ideas sobre la literatura.
Los textos no se ofrecen en versión
bilingüe, no se nos indica ningún dato sobre el autor o autora, ni siquiera la
fecha de nacimiento y la lengua en que escribe. ¿Son datos accesorios al poema?
En absoluto: el poema —cualquier texto— solo se entiende en un contexto común
al lector y al autor, aunque ese contexto sea mínimo y no contenga precisiones
anecdóticas.
Fruela Fernández divide su libro en
partes de título a menudo un tanto caprichoso, o demasiado personal: “El
estupor” (Paul Celan), “Conversaciones escuálidas” (Edoardo Sanguineti, Amelia
Rosselli, Andrea Zanzotto), “Un narrar dudoso” (Soí Karelli, Eugenio Montale,
Eleni Vakaló, Miltos Sajturis, Philip Levine, Bertoldt Brecht), “Mitos y
canciones” (Psarandonis, Rita Bumi-Pappá, Ingeborg Bachmann, Ted Hughes, Sandra
Macpherson, Peter Handke), “Los Alpes” (Ezra Pound). Las explicaciones que
preceden a cada parte —y el prólogo y el epílogo— funcionan mejor si no se leen
con demasiada atención. Fijémonos en la última: “Como las grandes cordilleras,
los Cantos seducen y abruman: sus contornos suelen verse desde lejos,
dan buenas postales. Pero pocos se plantean recorrerlos, porque su aspereza —su
resistencia, su negación de lo manejable— parecen anunciar nuestra prematura
debilidad”. Y continúa con el conocido recurso de desvestir a un santo para
vestir a otro: “Por eso siempre nos animan a detenernos antes, a
quedarnos al borde, en la extrañeza asequible de T.S.Eliot, donde todas las
rutas están bien delimitadas —“A Flebas el Fenicio. 3 kilómetros— y no podemos
perdernos ni perder pie”. Ingenioso, pero falso. ¿No será simplemente que el
Eliot de La tierra baldía o los Cuatro cuartetos es un poeta
superior al Pound de los Cantos, quizá solo una anécdota en la historia
de la literatura (los fragmentos que traduce no nos llevan a pensar otra cosa)?
Y las cordilleras, por cierto, se atraviesan o se escalan sus alturas, pero no
se recorren de un extremo a otro.
La selección de poemas, que no
siempre se sostienen como tales en la traducción, es muy personal, con preferencia
por los autores en los que predomina la extrañeza, pero con llamativas
excepciones, como la canción de Psarandonis (“En lo alto del Psiloritis / la
nieve nunca se acaba; / no se fundido la vieja / y la nueva ya la tapa”) o el
realismo —tan próximo a nuestros poetas sociales— de Levine o Brecht. De este
último se traduce “A los que vengan después”, uno de sus poemas más famosos,
del que ya contábamos con una espléndida traducción de Jesús López Pacheco, que
no sabía alemán, en colaboración con Vicente Romano, que sí lo sabía. La nueva
traducción de Fruela no parece que la supere. Así termina esta nueva versión:
“Pero vosotros, cuando por fin / sea el hombre auxilio para el hombre, /
recordadnos / con benevolencia”. La versión clásica de López Pacheco, publicada
por primera vez en 1968 y reiteradamente reeditada, se titula “A los hombres
futuros”, concluye: “Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos / en que el
hombre sea amigo del hombre, / pensad en nosotros / con indulgencia”.
Manos verdaderas quizá
interese poco a quienes gustan más de la poesía que de los debates en torno a
ella y a la traducción, pero resulta apasionante para quienes quieran debatir
sobre estas cuestiones con alguien bien informado e inteligente, aunque no
siempre —a mi entender— atinado..
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ResponderEliminarNo te fíes de la Wikipedia, Agustín Robles. Fruela Fernández ha tenido largas estancias de estudio e investigación en universidades de otros países y ha sido profesor en una universidad del Reino Unido durante largos cursos. Y ahora es profesor titular en la Universidad de las Islas Baleares. Quien sepa cómo funciona la universidad española sabe que ese es un caso excepcional. Y su valía como traductor no es una opinión particular, pregunte a los expertos en cada una de las lenguas de las que ha traducido para las mejores editoriales. No son frecuentes los poetas con una cultura como la suya. Fiese más de mí, en este caso, que de la Wikipedia, hombre, que le conozco desde que estaba en el bachillerato y he seguido su trayectoria intelectual con asombro y admiración.
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EliminarEres muy bueno, José Luis, contestando a tus críticos (o a tus críticas, no sé muy bien).
ResponderEliminarLos comentaristas que me han tocado en suerte, Caro amigo, salvo excepciones, me lo ponen muy fácil. Mire este "Agustín Robles", para el que no hay traducción del francés que valga la pena, que se permite criticar a un autor (doctor en Traducción e Interpretación y profesor universitario de la especialidad), del que lo ignora todo (salvo lo que alguien ha puesto en la Wikipedia), a propósito de un libro que no ha leído (ni piensa leer) que contiene traducciones del inglés, el italiano, el alemán y el griego, pero no del francés.
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EliminarEl comentario aparece bajo la crítica de un libro de (y sobre) la traducción. Todo lo que no se refiera a ese asunto está fuera de lugar. No es este el lugar para buscar "grandes traductores del francés". Y si quiere leer alguna traducción antes de hablar de ella (buen sistema), pues compre un ejemplar de la misma o mire a ver si se encuentra disponible (sin pirateo) en Internet.
EliminarTodo lo que no se refiera a ese libro en concreto, quiero decir, no a la traducción en general ni a lo malas que son todas las traducciones del francés que usted conoce.
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ResponderEliminarQué pesadilla, Agustín Robles. ¿Y a quién le interesa comparar esas traducciones? ¿No tienes mejores cosas que hacer?
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EliminarAfirma usted, le cito, que piensa "hacer un panfleto sobre el desastre de la traducción en España".
ResponderEliminarCopio, entera, la definición del DRAE:
"Panfleto":
1. m. Libelo difamatorio.
2. m. Opúsculo de carácter agresivo.
Usted sabrá si pretende difamar, o si se conforma (sólo) con agredir. Pero en fin, se ha retratado usted; y no para bien, precisamente.