Los hilvanes del
tiempo
José Luna Borge
Eolas. León, 2022.
Hay tantos tipos de diarios de escritor como escritores
cultivan el género, tan frecuente en las últimas décadas. Contra lo que pudiera
parecer, y como parecería indicar el adjetivo “íntimo” que les suele acompañar,
no todos se inclinan hacia la confidencia. El análisis interior y el tono
conceptual predomina en los herederos de Amiel; el cotilleo literario y la
crónica epocal, en los que descienden de los hermanos Goncourt.
En los
diarios de José Luna Borge, a los que ahora se añade Los hilvanes del tiempo,
correspondiente a los años 2006-2007, se entremezclan varios hilos para
entretejer el tapiz de una vida. No todos son de igual interés. El más
llamativo tiene que ver con las turbulencias políticas de ese tiempo, el del
gobierno de Rodríguez Zapatero: la teoría de la conspiración en torno a los
atentados de Atocha, las negociaciones con ETA,
el estatuto de Cataluña… El interés de estas anotaciones es, sobre todo,
sociológico. El autor no parece tener pensamiento propio al respecto. Sigue a
pie juntillas las informaciones de El Mundo y parece convencido de que
el 11M “fue perpetrado desde las cloacas del Estado a través de mercenarios
extranjeros con el único objeto de subvertir el orden constitucional y
convertir a España en un Estado federal”. Contra Rodríguez Zapatero no se
ahorran denuestos. Se da noticia de la visita de Arcadi Espada a Sevilla y del
grupo de “Ciudadanos por Cataluña” que en esa ciudad se forma. Se habla de la
“pasta gansa” que Cataluña se llevará con el nuevo estatuto en detrimento de Andalucía
o Extremadura. Toda esta escandalera, tan reciente, es ya historia antigua, ajado
periodismo de opinión.
La columna
vertebral de este diario, lo que le hace inconfundible, lo que le da un perfil
propio entre los diaristas españoles, es muy otra. El autor nació en Sahagún,
aunque la mayor parte de su vida haya transcurrido en Sevilla, y a la evocación
de la infancia leonesa dedica sus mejores páginas. A la evocación de esa
infancia y a la de sus padres, campesinos en una España que hace tiempo que se
ha dejado atrás. Símbolo de todo ello es la casa que construyeron en Sahagún,
abandonada luego y casi en ruinas, y a cuya reconstrucción dedica el autor los
veranos.
Esa casa es
la verdadera casa de la vida. Pocas veces un lugar, unos utensilios de labranza,
han sido descritos con tanta minucia etnográfica y emoción poética. José Luna
Borge escribe con el lenguaje de la melancolía, sus mejores páginas las dedica
a la proustiana búsqueda del tiempo perdido. Sabe contar y sabe emocionar con
lo que cuenta, aunque nos hable de la intrahistoria de una pequeña localidad y
de anécdotas familiares que pudieran parecer minúsculas.
Sahagún es
el pasado que el autor no quiere que pase para siempre; Sevilla y Salobreña,
los escenarios en que actualmente transcurre su vida, descritos con mirada que
aúna costumbrismo, sátira y lirismo; Oviedo evoca años estudiantiles y la
historia de un amor encontrado y perdido, perdido y encontrado. Abundan las
breves y precisas anotaciones paisajísticas y sobre los cambios de ese otro
tiempo, el atmosférico, que también suele ser presencia constante en los
diarios. Como suele abundar la referencia al propio diario, y Luna Borge no nos
la ahorra (a fin de cuentas, se ha ocupado también teóricamente del género).
Insiste mucho en que el diario debe contar lo que pasa, no maquillar, no
incurrir en la ficción, pero subraya las elipsis, a veces de elementos
fundamentales: “El diario es el reflejo de lo que uno vive o eso es lo que
creo, pero no todo lo que uno vive se constata en un diario. Uno debería poner
lo que, como decía Gide, a veces atribula nuestro corazón, pero esas
pesadumbres son a veces de carácter tan privado que no sirven a nadie y es
mejor guardárselas”. Lo que no se guarda Luna Borge son ciertas pequeñeces de
la vida literaria, como que cierta revista tardó siete meses en publicarle un
articulo o que determinado reseñista no le trató tan bien como él creía
merecer. Mayor interés tiene su generoso comentario de algún libro, como Precipitados,
esa magistral miscelánea del desaparecido Miguel Postigo, o las páginas que
dedica a autores que admira y de los que se ocupado en otros lugares, como
Robert Walser.
Y junto a
la lectura es la música el consuelo en los momentos oscuros que no faltan en
ninguna vida: “La alegría y el juego puro de Mozart nos vienen a decir que el
tiempo es un hilo muy fino que nos va tejiendo y juega con nosotros, que nos
lleva y nos trae”.
Del hilo de
la vida y de los hilos que se entretejen en cualquier vida nos habla este
libro, a ratos malhumorado, a ratos tierno, nostálgico casi siempre, en el que
no faltan ciertas brusquedades y monotonías; un libro que es literatura y algo
más que literatura, técnica y llanto. como toda la literatura que de verdad
importa.
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