Diario V
(1969-1973)
José María Souvirón
Edición de Javier La
Beira y Daniel Ramos López
Centro Cultural
Generación del 27. Málaga, 2023.
Cincuenta años después de la muerte de su autor, el poeta,
novelista y ensayista José María Souvirón (1904-1973), se publica el tomo
quinto y último del diario que había ido escribiendo a partir de 1955 y que
dejó inédito. Emigrado, no exiliado, a Chile por motivos personales, en ese año
regresa a España y se incorpora a la élite cultural del franquismo. Por edad, y
por fecha de publicación del primer libro, pertenecería a la generación del 27,
pero sus simpatías y diferencias le asimilan más bien a la generación
siguiente, la de Rosales y Panero, dos de sus grandes amigos. Ese asunto, que
parece menor, el de su adscripción a una u otra generación, no dejó de
preocuparle en vida porque muy pronto comprobó que la atención crítica no era
la misma para ambas y que la rutina de los manuales favorecía a los poetas del
27 frente a los que vinieron después.
Desde el 69
hasta el 73 abarca esta última entrega del diario, en la que se entremezcla,
como en los tomos anteriores, y como quizá en todos los diarios que merece la
pena leer, lo público y lo privado. Son los años finales del régimen y los del
surgimiento de una nueva generación poética, la de los novísimos, que parece
querer arrumbar de golpe a la poesía anterior. Para Souvirón, los últimos
poemas jóvenes son Claudio Rodríguez y Francisco Brines, “no reemplazados hasta
el momento —escribe en
noviembre de 1969—, ni por Gimferrer, ni por Carnero, ni por nadie”. A Brines
alude con elogio repetidas veces, disculpándole incluso —Souvirón es visceralmente
homófobo— su orientación sexual, menos secreta de lo que el propio poeta creía:
“Brines, sobre todo, es persona de una sensibilidad muy fina y de una actitud
entre triste y bondadosa, que le hace muy estimable. Así lo voy notando, lo que
me deja caer en olvido —¿por qué no?—esa condición suya de homosexual, que en
él, al contrario que en Bousoño, inspira cierta compasiva ternura”.
Cuando escribe este tomo del diario,
Souvirón ya es un hombre en buena medida fuera de su tiempo. Si resultan muy
atinadas sus observaciones cuando habla de otras épocas o de otras literaturas,
no ocurre lo mismo con la que entonces está surgiendo. Refiriéndose a Leopoldo
María Panero, el tercer poeta de la familia, afirma que le parece mucho más
poeta su hermano Juan Luis, aunque brille menos por no pertenecer al grupo
“veneciano”, al que considera “una pandilla de posibles degenerados,
ellos y sus coetáneos prosistas, en su mayoría catalanes”. Y a continuación nos
deja un apunte costumbrista a lo Cansinos Assens: “Por aquí anduvo estos días
Ana María Moix, jovencita que ha traído locos a varios de estos jovencitos
(entre ellos, Leopoldo María que quiso matarse por causa de ella), pero que, al
parecer, no está interesada por los varones. En Madrid ha producido un revuelo
de viejas tortilleras, y ha desorbitado (si en órbita andaba) a Félix Grande,
sin mayor éxito. Su hermano, Terenci Moix, tiene ese nombre desde hace poco. Se
lo puso por su admiración al actor inglés Terence Stamp, tiñéndose el pelo del
color que lo tiene Stamp en las películas. El jefe de línea —y mejor poeta de
todos ellos—, Pedro Gimferrer, se ha dejado una melena a lo Andrés Révész —anciano
húngaro redactor de ABC—, creyendo que con eso está al día…
Bueno, ¿es que vamos hacia el andrógino? Se me ocurre que, por ese camino,
vamos hacia el mierdógino”.
Católico
practicante, de misa diaria, Souvirón se muestra en desacuerdo con los nuevos
rumbos de la Iglesia. Ante algunas declaraciones de Pablo VI, se siente
decepcionado y enfadado. No le gusta que haya aludido a la necesidad de
promover la justicia social en España: “No digo que aún no falte por hacer
mucha justicia social en España; lo que sí digo es que no es tan terrible ni
tan clamante al cielo la situación española en ese aspecto, y que me parece que
peor está en el sur de Italia, en el Mezzogiorno, al que no se ha nombrado”. Y
se aventura a dar una razón de tal presunto traspiés del papa: su amistad con
“Joaquinito Ruiz-Jiménez, quien, viendo que aquí no le hacen caso (no se lo
hace ni la vejez ni la juventud), acaso se dedique, con un pecado muy español,
a conseguir que se lo hagan en Roma”.
En la anotación
del 24 de julio de 1969, cuando la proclamación del príncipe Juan Carlos como
sucesor de Franco, deja constancia de la sorpresa que supuso, por increíble que
hoy nos parezca: “Lo siento, sobre todo, por el pobre Luis Rosales, que debe
estar frenético a estas horas. Por lo demás, no comprendo —ahora que lo he
visto hecho— cómo podía haberse esperado que no se diera este salto
dinástico”. Franco con ello habría demostrado una vez más “su perspicacia y su
fabulosa tranquilidad”.
Amigo de
sus amigos, casi todos escritores, Souvirón muestra sin embargo un cierto
desapego por la literatura española de su tiempo, no solo por la que escriben
los jóvenes: “¿Cómo no voy a preferir, por mucho esfuerzo patriótico que
empeñe, leer una novela de Cela o unos poemas de Aleixandre —para citar lo
mejorcito— a un libro cualquiera de Green, de Camus, de Bernanos y aun
de Sartre?”
Admira el
diario de Julien Green, a pesar de que su actitud ante la vida sea tan distinta
y llega a sugerir, quizá irónicamente, peculiares razones por las que sus
anotaciones ofrecerían menor interés: “Yo no padezco esas turbaciones
que él expone con una claridad extraordinaria. Quizá esto le quite mucho
atractivo a este diario. Pero ¿cómo podría inventar yo lo que no siento ni creo
haber sentido nunca? Estaría bueno que me atribuyese tendencias homosexuales
por vagas que fueran, sin haberlas notado en mí. O que contase masturbaciones
que no practico. ¿Una lástima para el interés de la obra? Acaso, pero no puedo
hacer otra cosa”.
Personal y
político, en algunos casos simple desahogo y en otros lúcida confesión, a ratos
anotaciones a vuela pluma y en no infrecuentes ocasiones próximo al poema en
prosa, irritante a veces, el diario de Souvirón —inédito en vida, aunque él
alguna vez pensó en publicarlo— puede considerarse desde ya mismo como una de
las obras fundamentales de la literatura autobiográfica del siglo XX.
Por lo que nos cuentas de este autor, García Martín, mejor evitarlo.
ResponderEliminarFaltoso el tio.
[De Brines] "su orientación sexual, menos secreta de lo que el propio poeta creía".
ResponderEliminarMe cuesta creer que Brines pensaba que en su poesía no se veía que era homosexual. ¿Tan ingenuo era? Yo lo leí a los 18 años en la biblioteca de la Facultad y, como todos mis amigos aficionados a la poesía de la época, me di cuenta rápidamente de que, como Cernuda o Gil Albert, "era de la acera de enfrente", como se decía entonces. Leyendo al mismo tiempo a Neruda, Vallejo, Celaya, Ángel González o Claudio Rodríguez, la cosa estaba aún más clara.
Qué clarividencia. Hay a los que no se les escapa una.
EliminarO sea que la ingenuidad de Brines no era ingenuidad sino tontería...
Eliminar¡Cómo me gustaría poder decir lo que pienso de "Pablo Morales"! Pero resultaría políticamente incorrecto, que ya hasta queda mal llamar t... a un t...
Eliminar¿Y quién se lo impide? Está usted en su casa. Y lo que usted diga de mí a mí me importa un bledo. ¿Teme ser políticamente incorrecto ante sus amigos? ¿O ante sus enemigos? ¿Teme que su reputación empeore? Yo no creo que eso pueda ser posible: ¿no le llama ya un gran poeta español a usted en sus escritos en prosa El Malvado?
ResponderEliminarLa figura retórica utilizada en mi comentario anterior se llama "reticencia". Puede buscar, si lo desea, su significado en el diccionario.
ResponderEliminarSe mire como se mire, está visto que la opinión de Pablo Morales suele tener la consistencia del blandiblú. Tanto es así que apenas es necesario esforzarse para desenmascarar a este bobo solemne. Él solito se basta y se sobra. Eso que nos ahorramos, Martín.
ResponderEliminarAlejandro Lérida