Jesús Munárriz
Haciendo tiempo
Huerga & Fierro.
Madrid, 2023.
Hay algo en la poesía de Jesús Munárriz, sobre todo en su
poesía última, que la hace inconfundible. Muy atento a la métrica
tradicional —“solo lo bien medido y calibrado” puede transmitir la
belleza, nos dice en el poema inicial—, sus versos escapan al borroso sonsonete
habitual, a lo convencionalmente poético, están llenos de anécdotas, de
palabras precisas, del lenguaje de todos los días. Viene de la canción protesta
y de la poesía social —no en vano cumplió veinte años en 1960— y algo le ha
quedado de la actitud contestataria de entonces. Ya no hay Franco contra el que
arremeter, pero quedan otros espantajos como el neoliberalismo (poema
“Astutos”) o los que impiden que “se pueda dar tierra con dignidad”) a los
desaparecidos de la guerra civil (“Hermanas”). Esos textos —por más que
compartamos sus buenas intenciones— son los más prescindibles del volumen.
Mejor aquellos otros en que el
humor, el buen humor, es protagonista y entre los que destaca la serie de
pareados sobre las erratas. O el sorprendente poema “Polonia Palace” —solo
Jesús Munárriz sería capaz de escribir un poema así— con su casi inagotable enumeración
de las delikatessen de un desayuno de hotel.
Las enumeraciones, nada caóticas,
son otro de los rasgos del poeta. Véase, por ejemplo, el comienzo del poema “Al
fondo”: “Botones peines / alpargatas mecheros bolsos gafas / monedas
mediasuelas dentaduras hebillas / relojes lapiceros horquillas crucifijos” y
continúa así durante varios versos más hasta concluir: “y huesos muchos huesos
/ en las fosas / en que echaron los buenos a los malos / después de fusilarlos
/ hace ya ochenta años”. Disuena un poco esa retórica de buenos y de malos que
acá y allá asoma. Mejor el poeta que gusta de describir con precisión que de la
serie “Materiales”. Ejemplar en este sentido resulta el poema “Pozo”, que
recuerda en su distanciamiento una página objetivista del “nouveau roman” que
estuvo tan de moda un tiempo.
Muchos de los poemas, como no podía
ser de otra manera, tratan de las intermitencias de la memoria y de la cercanía
de la muerte. Algo de becqueriano hay en “Visitas” o en “Nocturno”: “Las
bodegas de la memoria / se desperezan en los sueños. / Inesperados visitantes /
recobran vida en el cerebro, / rostros añejos entrevistos / en los jardines del
recuerdo / recuperando su identidad / en ese mundo paralelo / y nos extrañan y
sorprenden / sus sonrisas y su silencio. / La oscuridad los difumina / sin
despojarlos del misterio; / la luz del día los ahuyenta / y los devuelve a su
secreto. / ¡Salud, amigos! ¡Seguid bien! / Me ha encantado volver a veros!”
Abundan los innominados
epitafios —“Chequeo”, “Dos encuentros”,
“Sí, lo era”— que, como todos los epitafios, resumen en pocos versos una vida.
También se recrea la tradición clásica en los epigramas, como en “A una poeta
semijoven” o en “A los crédulos”: “Ni por creer en Dios vais a ser inmortales /
ni réprobos nosotros por negar su existencia. / Terminaremos todos como todo
termina: / sin más, aniquilados. / Y más vale, más vale, porque la sola idea /
de la inmortalidad resulta insoportable. / Y más en compañía. El infierno tal
vez,. / pero el cielo, entre santos como ese de Barbastro, / ¡quita, quita!”
“Solo el humor nos salva” afirmó
Javier Salvago. El humor y el rigor formal, aunque pudiera parecer lo contrario
(solo comete un lapsus: rimar “simpática” con “cosmética” en el soneto
alejandrino “Pelajes”), impiden que la poesía de Jesús Munárriz incurra en la
banalidad, en el panfleto o en los patetismos propios de una edad en que los
coetáneos nos van dejando solos: “Cada día su afán, / sus defunciones” termina
el poema “Muertes de gala”.
No se puede ser sublime sin
interrupción, como es bien sabido, y Munárriz acierta a dosificar el tono grave
y la ocurrencia de andar por casa (alguna quizá prescindible, como la de Juan
Ramón y las jotas) de manera ejemplar.
Leemos Haciendo tiempo y no
tenemos la impresión de que estamos perdiendo el tiempo, como ocurre con tantos
pretenciosamente ambiciosos y rupturistas libros de poesía, sino de aprender
jugando como hacen los niños y los sabios de cualquier edad..