Diarios de Berlín
1939-1940
Carlos Morla Lynch
Edición de Inmaculada
Lergo y José Miguel González Soriano
Presentación de
Andrés Trapiello
Renacimiento.
Sevilla, 2023.
Madrid, en abril de 1939, era una ciudad destrozada en la
que los vencedores se ensañaban inmisericordemente con los vencidos; París, la
ciudad alegre y confiada que no se imaginaba la humillante derrota de un año
después; Berlín, la capital del futuro, el nuevo orden doblemente armado que
soñaba con imponerse al mundo. Por esos tres lugares, trascurre la vida de
Carlos Morla Lynch en los menos de dos años —de abril del 39 a julio del 40— que abarcan estos Diarios
de Berlín. Carlos Morla Lynch (1885-1969), chileno nacido en París,
diplomático, escribió diarios durante toda su vida. Tres períodos de ella tiene
especial interés: los años veinte y treinta, cuando su domicilio madrileño fue
centro de reunión de los jóvenes poetas; la etapa de la guerra civil, en que
salvó a miles de refugiados en la embajada de Chile, y su estancia en Berlín al
comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En 1957 publicó En España con
Federico García Lorca, un primer tomo, convenientemente recortado por el autor,
de ese diario ejemplar. Póstumamente aparecieron las anotaciones de la guerra
civil y la entrega inicial completa. A esa obra ciclópea, y con pocos
antecedentes en la literatura española, se añade ahora nuevas páginas,
abrumadores en su minucioso reflejo de un tiempo sombrío.
Carlos
Morla Lynch fue un personaje peculiar, conservador como buen diplomático, pero
nada sectario, curioso de todas las artes, aficionado especialmente a la música
y a la literatura, gustoso de la buena vida, frecuentador de los grandes
salones aristocráticos y de las tascas en los barrios populares.
Tras casi
tres años de encierro en la miseria del Madrid cercado por las tropas
franquistas, el retorno a París —donde
había vivido años felices— le deslumbra. La primera mañana se asoma al balcón y
siente el inconfundible olor de la ciudad, el aroma de su infancia. Luego
visita un baño turco —una de sus grandes aficiones— y pasea por los bulevares:
“Hace tres años que no veía mujeres arregladas ni sombreros, y el espectáculo y
la impresión que me producen es indescifrable, casi violento, de
estupefacción”. Los sombreros femeninos —que no son sombreros, “sino cosas que
se ponen en la cabeza”— le sorprenden especialmente. Morla Lynch no solo está
atento a la gran historia, sino a todos los pequeños detalles —la intrahistoria
unamuniana— y eso le da un valor especial a su diario.
Al llegar a Berlín, le sorprende la
“disciplina férrea” que allí impera. Para él prima sobre todo la libertad
individual: “¡Viva el desorden de las calles de Madrid, en las que cada uno
anda por donde le da la gana y donde la hora no cuenta como una norma
inquebrantable!”. Pero lo que nos sorprende a nosotros es la anécdota que da
origen a este canto a la libertad: “Esta mañana, en la estación, escupí en el
suelo (no se ven escupideras) y un alemán furioso me lanzó la palabra unverschämte
(¡desvergonzado!)”. La “limpieza
extrema” del Berlín nazi es una de las características que más choca,
paradójicamente a este gran aficionado a los baños turcos: “No se ve un papel
ni la más leve basura por el suelo. Ando largo rato con una colilla del
cigarrillo en la mano que no sé dónde tirar y la boca llena de saliva que no me
atrevo a escupir. En una peluquería donde voy a cortarme el pelo, el peluquero
mira fijamente un poco de ceniza que he dejado caer al suelo. Apago el
cigarrillo”.
Algo de novela costumbrista tiene el
relato de estos primeros meses en Berlín, con sus comidas protocolarias, los
enredos en la embajada, los chismes sobre unos y otros (“Crónica escandalosa”
suele titular una parte de las anotaciones del día). La referencia a Miguel
Hernández —se le acusó injustamente de no hacer todo lo posible por salvarle—
quizá no deja a Morla Lynch en demasiado buen lugar. Le llama Neruda desde
París para decirle que ha sido detenido y él responde que tiene una comida
oficial y que no puede atenderle. “¡Déjate de comidas oficiales!”, le reprende
Neruda. “Por suerte —anota Morla— la comunicación se corta sola. ¡Hasta cuándo
voy a estar preocupándome de lo que ocurre en Madrid!”
: Los chismes sobre gente de la alta
sociedad aproximan el texto a Proust o a Capote. Algunos son divertidos, como
los que cuenta Stanley Richardson (el poeta inglés amigo de Cernuda que moriría
en un bombardeo en 1942) sobre Concha Méndez y su hija Paloma Altolaguirre o
sobre el rey de Inglaterra.
El tono cambia a partir del pacto
entre Alemania y la Unión Soviética y, sobre todo, con el ataque a Polonia. La
gran trituradora de la guerra se pone en marcha y nadie podría prever entonces
hasta dónde iba a llegar. A Morla Lynch le tocó conocer la Alemania que se
creía invencible, aunque él ya acertó a ver algunas de sus sombras.
Un diarista cuenta las cosas de
distinta manera a como las cuenta, tiempo después, un memorialista o un historiador.
Una vez que los hechos han ocurrido parece que no podían haber sido de otra
manera. Pero nada está escrito hasta que no se convierte en tiempo pasado.
Francia podía no haber declarado la guerra a Alemania (eso es lo que deseaban
muchos franceses, como se vería poco después) y Alemania, más adelante, podía
haber hecho la paz con Inglaterra para enfrentarse juntas a la Unión Soviética
(eso quizá habría ocurrido si Eduardo VIII no hubiera abdicado).
Vemos también cómo los cónsules de Chile
—y de otros países democráticos— hacían negocio con los judíos perseguidos,
como hoy las denostadas mafias que ayudan a los emigrantes ilegales. Y hay un
viaje a Praga, que acierta a mostrarnos toda la humillación de la ciudad
incorporada al Reich.
Morla Lynch gusta de pasear por el
parque Tiergarten con su perra Chorpi y se muestra especialmente sensible a la
belleza masculina. No olvida dejar constancia de ella siempre que se la
encuentra, sea entre los camareros, entre los músicos de una orquesta o entre
el personal diplomático. Cuando Ribbentrop cita a embajadores y a prensa para
darles cuenta de las razones que llevaron a la ocupación de Noruega, anota:
“Oficiales de espléndida figura nos reciben”. Y en el baño turco comparte
desnudez con los oficiales, blancos y dorados, que llegan del frente. Si en
ocasiones nos recuerda a Proust o Capote, otras nos recuerda a Visconti.
La edición de Inmaculada Lergo y
González Soriano resulta ejemplar. Breves notas aclaratorias a pie de página,
casi todas pertinentes, y otras más amplias, con abundantes citas de diarios
anteriores, al final.
Diarios de Berlín es
literatura —excelente literatura en algunos pasajes— y es, sobre todo, un
documento histórico de primer orden. La historia en blanco y negro que nos han
contado se llena de color y de matices, se hace más verdadera, gracias a Morla Lynch.
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"y Alemania, más adelante, podía haber hecho la paz con Alemania" (¿)
ResponderEliminar"en los menos de dos años —de abril del 39 a julio del 40— que abarcan estos Diarios de Berlín".
ResponderEliminarEn la presentación del libro en Amazon se habla de "entre mayo de 1939 y julio de 1940".
https://www.amazon.es/Diarios-Berl%C3%ADn-1939-1940-BIBLIOTECA-MEMORIA/dp/8419791245
Habría, pues, que decir: en el poco más de un año - o calcular los meses 12, 13 o 14.
*
"un primer tomo, convenienteMENTE recortado por el autor"
*
"¡Hasta cuÁndo cuando voy a estar preocupándome de lo que ocurre en Madrid!”
*
"Alemania, más adelante, podía haber hecho la paz con Alemania"
*
MORCA Lynch y MORAL Lynch.
*
"La referencia a Miguel Hernández —se le acusó INJUSTAMENTE de no hacer todo lo posible por salvarle— QUIZÁ no deja a Morla Lynch en demasiado buen lugar. "
La frase es contradictoria: si se le acusó "injustamente" el "quizá" sobra.
Lo de Alemania haciendo la paz con Alemania, ya está corregido. Pero no deja de ser una errata significativa.
ResponderEliminarHitler no comprendía que los EEUU llegaran a aliarse con la URSS de Stalin. Yo creo que por eso aguantó encarnizadamente hasta el fin.
ResponderEliminarPor cierto, no hablas del presentador, Trapiello. Hay silencios más que significativos.
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