Luis Alberto de
Cuenca
El secreto del
Mago
Visor. Madrid,
2023.
Algo
de Cuaderno de vacaciones, para decirlo con el título de uno de sus
recientes entregas, tienen los últimos libros de Luis Alberto de Cuenca.
Abundan los ejercicios de estilo y no faltan las variaciones sobre citas o
anécdotas que ya ha utilizado en sus artículos. Un ejemplo de esto último lo
encontramos en el poema “Luna de Valle Inclán, luna de Shakespeare”. Esos
“versos de Valle” que valen más “que el teatro completo de Voltaire” a los que
se alude al comienzo del poema (y que solo se citarán parcialmente) aparecieron
ya en el artículo “Cabalística luna de marfil”, publicado en 2019, conmemorando
la llegada del hombre a la luna. Están tomados, según se nos indica, de La
marquesa Rosalinda y dicen así: “Luna que de soñar dejas las huellas,
/cabalística Luna de marfil, / tú escribes en lo azul moviendo estrellas: /
Nihil”. Y termina con la misma cita de Shakespeare –tomada de la traducción de
Astrana Marín, se nos indica--, pero ahora adaptada al ritmo del endecasílabo.
Cuaderno de ejercicios, sí, a ratos
un tanto rutinarios, sobre temas ya bien conocidos de los fieles lectores del
autor: el “Madrid fantástico” que esconde “seres lovecrafianos de nombre
impronunciable” y “exóticos palacios debajo de los parkings”; los sueños (“Soñé
con una tribu en la que eran felices / todos sus componentes día y noche”); los
recuerdos de infancia ; los ejercicios de erudición, a veces un tanto
fantasiosa, como ese grafitti de Aristónico (para el autor, “graffito”), un
epigrama en perfectos hexámetros, supuesta e inverosímilmente escrito “con mano
temblorosa” en la pierna de uno de los colosos de Memnón.
Grato y menor este El secreto del Mago,
pensamos, y sonreímos con alguna que otra humorada: “Habla la amante del poeta”
(“Ya que te marchas, / llévate en tus alforjas / a mi marido”) o “La cura del
faraón”, con un comienzo que recuerda a las letras de alguna zarzuela más o
menos sicalíptica o los poemas droláticos del Madrid cómico o del Blanco
y Negro: “A un faraón que se encontraba mal, / presa de angustias varias, /
cansado de vivir y melancólico, / sometido a un insomnio recurrente, / todo
ojeras y pinta de cadáver, / le aconsejó su médico / dar paseos en barca por el
Nilo…”. Solo echamos en falta la entonces imprescindible rima consonante.
Pero de pronto los ejercicios de
estilo dejan de serlo y nos encontramos con algo más que la consabida destreza
y los temas habituales. Dos de los tres sonetos del libro pueden incluirse
entre las grandes elegías de la lengua española. No pretenden emular las
“Coplas a la muerte de su padre” o el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” (como sí parece querer hacer Vicente Gallego
en su desafortunada –ya desde el título-- elegía a Francisco Brines, Ni la
sal ni el aceite han de faltarme), ni tampoco la desaforada expresión de la
“Elegía a Ramón Sijé”, de Miguel Hernández, con la que guardan más similitudes
temática.. Muestran mayor proximidad a los precisos epitafios de Manuel
Machado: “Te has ido, compañero, hermano, amigo, / a la región de la tiniebla
eterna, / sin dejarme otra cosa que tu ausencia”. A la muerte del mismo amigo,
José Luis Chousa, le dedica igualmente la primera de las varias oraciones que
incluye el libro (“Últimamente estoy rezando mucho”, comienza), pero ahora el
tono es muy distinto con eutrapelias para evitar el patetismo: “Lo importante
es saber / que hay un tipo con barbas allá arriba / que, en compañía de un
joven muy guapo / con estigmas en las extremidades / y de un espectro en forma
de paloma, / recibe tus mensajes”. Los sonetos están escritos con una transparencia
emocional que parece –solo parece: hay un eco de Borges en el dístico final--
dejar fuera cualquier retórica: “Somos amigos desde la prehistoria. / Seguimos
siendo amigos hoy. Mañana / lo seguiremos siendo en el infierno / o en el
cielo, en la nada o en la gloria. / Deja que me refugie en esta vana /
sensación de creer que hay algo eterno”.
También, como los epitafios, se
acerca a Manuel Machado la sección titulada “Por soleares”. En ella, Luis
Alberto de Cuenca, sin dejar de ser el poeta culturalista que es (incluye una
cita no se sabe muy bien en qué lengua), emula con garbo y buen humor la poesía
popular o se glosa a sí mismo como en las “Soleares de tus manos en el cine”:
“Tener tu mano en la mía / mientas Wayne desenfundaba / fue lo mejor de mi
vida”. Al final, no puede evitar una broma sobre polémicas contemporáneas:
“Ahora, en estos nuevos tiempos, / no se dan besos de cine / sin consentimiento
previo”. Se agradece que deje las referencias políticas para los artículos de
prensa (en “Cabalística luna de marfil”, junto a otras varias consideraciones
que quedan fuera del poema, califica a Rousseau de “prefascista”).
Con un “Elogio del ilusionismo”
comienza un libro en el que Luis Alberto de Cuenca demuestra, como los
ilusionistas que le fascinaron en la infancia, y que siguen fascinándole a
pesar de que haya descubierto muchos trucos, “su genio, su destreza, su magia
inigualable”. Lo mismo nos ocurre a nosotros, los lectores.
El título del libro de L.A. de Cuenca debe de referirse a su intento de hacer pasar la prosa cortada por poesía - sin conseguirlo. En los versos citados en el artículo yo no veo un solo gramo de poesía (salvo en el dístico final del soneto que, como bien señala JLGM, es un plagio de Borges). Hay, por el contrario, mucho prosaísmo que quiere dar el pego (como en tantos otros libros de L.A. de C.). ¿Dónde estará la poesía, se pregunta uno, en frases como “Tener tu mano en la mía mientras Wayne desenfundaba fue lo mejor de mi vida” o “Ahora, en estos nuevos tiempos, no se dan besos de cine sin consentimiento previo”?
ResponderEliminarEl prestigio como poeta de L.A. de C. es para mí un misterio (la literatura española contemporánea está llena de esa clase de misterios). Cómo es posible que se considere un gran poeta al autor de estos dos "versos":
«Aprende a cocinar como mi madre».
«Cuando tú aprendas a comerme el coño».
(De su libro "Se aceptan cheques, flores y mentiras").
AL LENGUARAZ PABLO MORALES,
ResponderEliminarCON MI MALA LENGUA
Como al buey, de los belfos le gotea
—¡carambita!— un carámbano de baba
y amarillita hiel de tontolaba,
charlatán, parlanchín que lengüetea,
se lame y se relame y babosea.
¿Limpia las culpas, los pecados lava?
Su bilis negra escupe y cuando acaba
qué menea y qué escurre y qué chasquea.
De trapo y estropajo, lengua amarga
de Maestrillo Liendres... Por cascarle,
machacar sus huevitos de piojoso
toro castrado y animal de carga,
vareo mi aguijada hasta picarle:
«Muge, ganado, un mustio ¡muuu! y mugroso».
PARA EL SILENCIOSO PABLO, IN CRESCENDO
ResponderEliminarEl sol calienta y canta la chicharra
—¡al acecho!— su incómoda canción,
ese cri-cri molesto y machacón
que —¡vive Dios!— no arrojas de la parra.
¿Que el crisantemo espanta a esa macarra
al desaliento inasequible? ¡Hostión
o alpargatazo de ira (y con razón)
si, al alma, le da brasa y la achicharra!
No es un rumor sedante o melodía,
sino insultante enojo ¡y qué pesado!,
robándote el descanso su chirrido.
¡Ay si yo fuera el Bosco, la usaría
para ilustrar la imagen del pecado
y el Mismo Mal con su infernal chillido!
LA JAULA DE PAPEL PARA EL TAL PABLO
ResponderEliminarLa irritante cotorra porculera,
de vecindona cháchara satírica,
acarrea un prejuicio y paja lírica
en su cogote: «Es prosa sonajera»,
rechista y no se calla. En su llorera,
repite el loro su canción, «Llorírica»¹.
Triunfa en su voladera, pero es pírrica
su gloria: vuela en jaula pajarera
su pajolera idea aquí y ahora.
A tenor de su afán de pajarraca,
tras la picada reja parladora
con su pico de oro y su matraca,
el poco alpiste que el papel decora
ya es tinta de su pluma, negra caca.
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¹ N. del A. Cantinela del lloro lírico del loro.
No deja de sorprenderme Luis Alberto de Cuenca. Son casi siempre los mismos temas, pero nunca, algunos poemas más logrados que otros, me aburre. De verdad que su poesía me fascina, y me alegro de que le guste al autor del blog.
ResponderEliminarPablo Morales puede ser capaz de decir que "poesía eres tú" no es poesía sino prosa cortada, pero esos ripios de arriba no son poesía ni prosa cortada. Pura cacofonía, ruido. En el mejor de los casos, un quiero pero no puedo.
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