Javier Varela
La vida deprisa
César González
Ruano (103-1965)
Fundación José
Manuel Lara. Sevilla, 2023.
De
César González Ruano, más conocido por las leyendas en torno a su vida que por
su obra, podría decirse lo que Primo de Rivera afirmó de Valle-Inclán: que fue
un eximio escritor y un extravagante ciudadano. Javier Varela le ha dedicado
una biografía en la que pretende desmentir cualquier mito, desde los que
circularon en su tiempo sobre una poco convencional vida sexual hasta los más
recientes que le implican en los falsos visados que, en el París de la
ocupación, se vendían a los judíos para llevarlos, no a la libertad, sino a
manos de la Gestapo.
Prescinde Javier Varela del orden
cronológico que parece ser consustancial con las biografías. Como si se tratara
de una novela o de una película comercial, comienza en el punto de máximo
interés: la detención y encarcelamiento del escritor en el París de 1942. Nunca
quiso aclarar González Ruano, simpatizante nazi, los verdaderos motivos de un
cautiverio que dio lugar a uno de sus más emotivos poemas, la Balada de
Cherche Midi. Javier Varela aclara el misterio, hasta donde es posible, con
la mejor documentación, sin recurrir a hipótesis noveleras.
En las páginas siguientes, se
alternan los capítulos que siguen, a veces algo caprichosamente, la cronología
con otros temáticos, como los dedicados a las casas del escritor (un capítulo
aparte se dedica al “palacio” de Cuenca), a sus premios (pero el escándalo del
primer Nadal se explica aparte), a su obsesión nobiliaria, a los cafés que
frecuentó o a sus enfermedades.
Esta peculiar organización (un capítulo se
titula “Madrid, 1903-1933” y otro “Madrid, 1921-1929”) no solo llega en
ocasiones a confundir al lector, sino me parece que también al propio autor. En
el capítulo “Crónica de sucesos, 1921-1931”, leemos: “En 1936, como sabemos,
Ruano hizo un alto en Barcelona. Se avistó con Manuel Bueno y, al salir de la
casa del cronista, se topó en las Ramblas con Gálvez”. A continuación nos
cuenta lo que sucedió entre ellos basándose en un artículo de Ruano bastante
profético, ya que fue publicado, según se indica en nota, en 1932.
No es el único sorprendente lapsus
en un volumen tan ampliamente documentado. A propósito de la muerte de González
Ruano, escribe: “Hasta la víspera, dijeron sus familiares, había hecho una vida
casi normal. Por la tarde se levantó y dictó un artículo, precisamente el que
habría de publicar ABC el mismo día 15”.
Pero ese artículo –conmovedor, el perfecto cierre de su obra-- no lo dictó ni
el día de su muerte ni la víspera por la tarde (la redacción es confusa), ya
que poco antes se publica una carta, fechada el día 12, en la que se lo envía
al director del periódico y le ruega su pronta publicación.
La carta que José Antonio Primo de
Rivera le dirigió al escritor en marzo de 1930, a propósito de la primera
entrevista que le hizo, se apostilla con esta nota: “De ser auténtica esta
carta, y parece que lo es, resulta sorprendente que CGR la conservara a
través de traslados varios y asaltos a su domicilio durante la guerra, hasta
publicarla en sus Memorias. Un signo de su devoción a José Antonio, de
la que siempre alardeó”. Pero no necesitaba conservar esa carta a través de los
años, puesto que ya la había publicado en el mismo libro en que recoge esa
entrevista con José Antonio, El momento político de España, aparecido en
1930.
La vida de César González Ruano, un
hombre al que siempre le gustó vivir por encima de sus posibilidades, tiene
mucho de novela picaresca y por eso las semblanzas a él dedicadas –constituyen
casi un género literario-- rara vez nos aburren.
Pero no solo era un Crispín disfrazado de
Leandro --para referirnos a los protagonistas de Los intereses creados, el
pícaro y el gran señor--, sino que también fue algo que el llamativo y raramente
ejemplar personaje tendió a ocultar: un escritor que juega en la primera
división de la literatura española.
Como memorialista, como cronista de
la vida literaria de su tiempo, no tiene parangón. Cierto que se dejó llevar a
menudo, demasiado a menudo, por la facilidad y que puso su pluma al servicio
del mejor postor, como tantos periodistas de entonces y de ahora. Tuvo un buen
maestro de trapacerías, Enrique Gómez-Carrillo, el gran cronista del modernismo.
Y dos aplicados discípulos: Cela y Umbral.
Quiso primero ser poeta: participó
en la algarada ultraísta (mucho ruido y pocas nueces) y luego fue publicando
sus versos en costosas ediciones limitadas como una manera de hacer dinero.
Logró serlo en la prosa de cada día, en la calderillas que decía despilfarrar
en los periódicos. En el artículo de corte autobiográfico, o en el
lírico-costumbrista, acierta con tanta frecuencia que todo se le puede
perdonar, incluso sus novelas.
Tras un sinfín de peripecias, que le
llevaron a poner su pluma al servicio de la Alemania nazi o de la Italia
mussoliniana y a dejar por un tiempo el periodismo para dedicarse a más
lucrativas actividades (los trapicheos con joyas, antigüedades y obras de arte
falsificadas), entre 1950 y 1965, se convirtió en el periodista mejor pagado
del franquismo y en una figura popularizada por la incipiente televisión.
Cortejaba, y se dejaba cortejar por todos los prohombres del momento; los
aspirantes a escritor le veneraban como al maestro indiscutible, y él gustaba
de convertirlos –el caso más significativo es el de Marino Gómez Santos-- en “una
mezcla de secretario y de chico de los recados” (y las malas lenguas de
entonces decían que en algo más junto a su compañera Mary de Navascués), según
señala Miguel Pardeza en “Una visita a Águilas en busca de César González Ruano”,
el más reciente de los acercamientos al escritor (Revista Murciana de
Letras, 1, mayo de 2023).
Como la más entretenida, y a ratos
inverosímil, novela de no ficción se lee esta biografía, que también tiene
mucho –y no es su menor interés-- de análisis sociológico de los años centrales
del franquismo y de la peculiar fauna que pululó en ellos.
Interesante. No creo haberlo leído.
ResponderEliminarUn abrazo
César González-Ruano se estaba muriendo en el hospital y escribía su artículo para la mañana siguiente, seguía uncido a su artículo porque quizás esa era su manera de fijarse en la mañana y en la vida. Entró una monja y le quiso quitar el papel y la pluma, y González-Ruano le dijo: «Hermana, usted no entiende que yo soy escritor como usted es monja».
ResponderEliminar(Marcos Ordóñez. Una cierta edad. Cuadernos y diarios (2011-2016). Anagrama, 2019).
La anécdota de la monja ocurrió durante su ingreso en el sanatorio de San Francisco de Asís, entre el 19 y el 30 de noviembre. En los últimos años estuvo varias veces a punto de morir. Murió en su casa. Ya no publicaba un artículo diario. En la carta del 12 de diciembre le pedía al director del ABC que no retrasara mucho la publicación de la "tercera" que le había enviado. Apareció el 15 de diciembre, el mismo día en que murió. No se levantó por la tarde y lo dictó el día antes, sino unos días antes.
ResponderEliminarLa reseña -bien escrita como es costumbre de la casa-, del libro de Javier Varela sobre la biografía de César González-Ruano ilustra al lector sobre las excelencias y pequeños lapsus del autor, y sobre todo describe los claroscuros del personaje y valora su obra equilibradamente. Esa biografía es una gran novela llena de interés, que leeré de inmediato y lo harán todos los interesados en la obra y extraña vida de CGR.
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