Elena y sus
amigos.
Antología de
escritos sobre Elena Fortún y su obra
Edición de
Purificació Mascarell
Prólogo de Manuela
Carmena
Renacimiento.
Sevilla, 2023.
“La
meta es el olvido”, afirmó Borges en uno de sus dísticos más memorables. De vez
en cuando, escuchamos quejas porque nadie se acuerda, o cada vez menos, de un
escritor que fue grande en su tiempo. Pero esa es la regla, no la excepción. Y
el rescate, cuando se produce, suele obedecer a razones extraliterarias.
A Elena Fortún, pseudónimo de
Encarnación Aragoneses (1886-1952), se la recordaba como autora de relatos
infantiles que primero fueron apareciendo, durante los años de la República, en
la prensa y luego se recopilaron en libros. Con las aventuras de Celia, una
niña que al comienzo tiene siete años y luego va creciendo a lo largo de la
serie, renovó la literatura infantil, le dio un aire entre costumbrista y
crítico del mundo adulto que a menudo se ha puesto en relación con Richmal
Crompton y sus travesuras de Guillermo.
Del gueto de la literatura infantil
y de nostalgias cada vez más valetudinarias, le salvaron dos obras que no
quiso, o no pudo, publicar en vida: Celia en la revolución y Oculto
sendero. La primera era un relato descarnado –sin el humor de los libros de
Celia-- de los años de la guerra vividos en zona republicana. No hay en esas
páginas ni un atisbo de propaganda o de mitificación bélica: es solo una
crónica de la buena y la no tan buena gente que trata de sobrevivir. Los
revisionistas, los contrarios a las leyes de memoria histórica, tomaron ese
libro –un borrador no revisado por la autora-- como bandera de una tercera
España, que no encajaba en los esquemas de rojos y azules. Esa sería la razón
de la marginación de Elena Fortún, como lo fue –si hemos de creer a Andrés
Trapiello-- de la de Manuel Chaves Nogales o de la de Clara Campoamor.
El otro libro que puso de actualidad
a Elena Fortún fue una novela de corte autobiográfico, Oculto sendero, en la que aparecía, más o menos velado, un
cierto lesbianismo. Por esos raros caminos –ajenos con frecuencia a su valor
literario-- discurre hoy la reivindicación de un autor (casi siempre autora),
Lo cierto es que, en el caso de
Elena Fortún, su condición de mujer condicionó, y de radical manera, su
desarrollo personal y literario, y hasta extremos que hoy nos resultan
difíciles de creer. Baste una anécdota: “no sé si sabes –le cuenta una de sus
amigas argentinas a Carmen Conde-- que cuando comenzó a escribir, obligada por
un impulso irresistible y por la presión de las innumerables cosas que se le
ocurrían, tenía que encerrarse con llave en el cuarto de baño porque era causa
de escándalo y de prohibición absoluta”.
Un matrimonio infortunado, con un
militar que aspiraba a ser escritor y tenía celos de su mujer (no es caso
único, recordemos a Ana María Matute y su primer marido), fue una de las causas
principales de la desdichada vida de la autora.
Elena y sus amigos reúne los
testimonios de quienes la conocieron y de quienes solo se acercaron a ella a
través de la literatura. El volumen, preparado por Purificació Mascarell, tiene
un doble valor. Cada colaboración rescatada –la mayoría poco conocidas-- va
precedida de una semblanza del autor que no se limita a los datos conocidos o
fácilmente localizables. Purificació Mascarell ha hecho una labor de
investigación y ha rescatado, en unas pocas páginas, desvaídas figuras de otro
tiempo (en más de un caso, nos apetecería saber más).
Si todos los preliminares de la
editora tienen interés, los rescates, como no podía ser de otra manera,
resultan muy desiguales, a ratos algo reiterativos. Pero hay dos –los dos más
extensos, por cierto-- que destacan especialmente. Uno es el testimonio de Inés
Field, que se reproduce no como había publicado en una inencontrable miscelánea
de 1986, sino de acuerdo con el primer borrador, más espontáneo, y del que
luego se eliminarían algunos detalles. Inés Field, una mujer excepcional, fue
la gran pasión final de Elena Fortún. Se ha publicado en dos tomos su
correspondencia con ella, Sabes quién soy y Mujer doliente, y en esos
atormentados volúmenes se encuentra una Elena Fortún desconocida para los
admiradores de las travesuras de Celia, hermanos y amigos.
En este caso, y en el de otras de
sus relaciones, como con la que mantuvo con la grafóloga Matilde Ras, hablar de
lesbianismo –con lo que el imaginario masculino suele asociar a esa palabra-- resulta
reductor. “No he conocido a nadie más ajeno al sexo que Encarna”, escribe Inés
Field. “Sororidad” es un término reciente (para sustituir el uso abusivo de
“fraternidad”) que se acomoda mejor a la relación que Elena Fortún mantuvo con
otras mujeres. Llevó su matrimonio como una cruz, con resignación cristiana, y
su marido la amargó en vida y en muerte (se suicidó cuando ella volvió sola a
España para dejarla un remordimiento perpetuo). “Elena Fortún en Buenos Aires”
se titula la colaboración de Inés Field, pero no habla solo de esa etapa de su
vida, sino también de las noveleras peripecias de su salida de España, en un
barco que naufragó cerca de Génova. Y nos descubre que buena parte de Celia
institutriz en América es un plagio de las cartas noticiosas que, tras un
viaje, Inés Field les envió a sus padres y que le dejó leer a Elena.
En la segunda parte, el trabajo más
notable es quizá el de Carmen Martín Gaite, que adaptó las aventuras de Celia
para la televisión a comienzos de los noventa, pero también ofrece especial
interés al colaboración de Marisol Dorao, su primera biógrafa, sin la cual se
hubieran perdido las cartas y las obras que Elena Fortún no se atrevió a
publicar.
¿Fue una gran escritora Elena
Fortún? Quizá su interés humano y sociológico sea mayor que el estrictamente
literario. Pero hoy sabemos que no es necesario haber leído, o sentir nostalgia
de aquellas páginas que aparecieron en Gente Menuda, para interesarse
por ella. Su trayectoria vital ilumina y ayuda a entender mejor un tiempo
sombrío.
¿Qué dirá Manuela Carmena en el prólogo?
ResponderEliminarElena Fortun transpira calidad. Lo sabemos los que manoseamos libros infantiles.