Álvaro Salvador
Los trabajos del outsider
(Notas acerca de
la llamada Otra Sentimentalidad)
Centro Cultural de
la Generación del 27. Málaga, 2023.
La
historia que se cuenta en los manuales es siempre una simplificación, cuando no
una falsificación, de la realidad. Ocurre con la historia en general y con la
historia literaria en particular.
Los años ochenta, en la literatura
española, han pasado a ser los de la “poesía de la experiencia”, realista y
comprometida, escrita con el lenguaje del hombre de la calle, opuesta al
hermetismo y al experimentalismo de la década anterior. Y un nombre se ha
convertido en el más representativo de esa tendencia, Luis García Montero
(“nuestro Garcilaso” le llamó Jon Juaristi en uno de sus poemas generacionales).
Para Álvaro Salvador, la llamada
“poesía de la experiencia” no es más que un malentendido de las teorías de
Robert Langbaum, popularizadas en España por Jaime Gil de Biedma, y una versión
light de “la otra sentimentalidad”, la propuesta teórica y práctica de un grupo
surgido en Granada a principios de los ochenta. A explicar cuál era la poética
de “la otra sentimentalidad” y a reivindicar su papel central en ella dedica la
mayor parte de Los trabajos del outsider, recopilación de
trabajos dispersos escritos a lo largo de las últimas décadas.
El maestro, el mentor teórico, fue
Juan Carlos Rodríguez, profesor de la Universidad de Granada que trataba de
aplicar las teorías de Althuser y de Lacan a los estudios literarios, pero fue Álvaro
Salvador quien reunió en torno suyo a los jóvenes aprendices de poeta. En 1980,
le hablaron de un chico que acababa de ganar el premio García Lorca con Y
ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn: “El libro apareció en la
primavera de ese mismo curso, aunque yo ya lo había leído en copia
mecanografiada que tuvo la cortesía de prestarme el interesado. Luis no era
solamente un buen poeta, sino que era un chico encantador y servicial,
dispuesto a adelantarse a los deseos de todo el mundo”. También sería el
primero en corregir y promocionar los poemas de Antonio Jiménez Millán, Javier
Egea o Ángeles Mora, los otros integrantes del grupo.
Pero muy pronto, a partir de 1983
con El jardín extranjero, premio Adonáis, Luis García Montero, aquel
chico “encantador y servicial”, se convertiría en la cabeza del grupo, opacando
al resto y ampliándolo más allá de los límites provinciales con la
incorporación de poetas como Benjamín Prado o Felipe Benítez Reyes.
Las no siempre precisas teorías de la
“otra sensibilidad” (que algunos se empeñaban en llamar “nueva sensibilidad”) partían
de conceptos expuestos por Antonio Machado y hacían hincapié en la historicidad
de los sentimientos. Serían sustituidas por una poética que hablaba de poesía
escrita por personas normales para personas normales, de musas con vaqueros y
del hombre de la calle. Se reivindicó la generación del 50, que había sido
arrumbada por los novísimos, y Ángel González y, sobre todo, Jaime Gil de Biedma
se convirtieron en los más cercanos maestros. Antes Rafael Alberti, que había
regresado a España con la democracia, sería el principal referente, el enlace
con el esplendor cultural republicano tras la oscuridad franquista.
Álvaro Salvador dedica varios
capítulos a explicarnos lo que debe entenderse por “poesía de la experiencia”,
una etiqueta que se popularizó sin que la mayoría de los que la empleaban
hubieran leído el libro de Langbaum del que procedía. Pero ese libro, que
trataba de caracterizar a la poesía del romanticismo (“la poesía moderna”) frente
a la de la ilustración, tenía en realidad poco que ver con los debates de la
poesía española contemporánea, salvo en la reinterpretación –muy personal, no
sabemos hasta qué punto Langbaum se reconocería en ella-- que hizo Gil de
Biedma y que parece más bien una explicación a posteriori de sus poemas (como
hizo Poe con alguno de los suyos) que el punto de partida de los mismos.
Los detractores, abundantes en los
ochenta y los noventa, contribuyeron a popularizar esa etiqueta, que al final
triunfó, como a principios de siglo la de modernismo. El libro Habitaciones
separadas, de Luis García Montero, publicado en 1994, acabaría convertido
en un nuevo clásico escolar.
Las teorías envejecen mal, a veces
peor que los poemas que tratan de explicar. Hoy nos preocupa poco saber lo que en
verdad fue, o sus promotores querían que fuera, “la otra sentimentalidad” o “la
poesía de la experiencia”. Nos interesan los poetas y los poemas que han
sobrevivido de aquel tiempo.
A la manera de Cernuda, Álvaro Salvador
titula “Historial de un libro” las páginas dedicadas a contarnos la
intrahistoria de Ahora, todavía, de 2001, que considera una de sus obras
más significativas. Las consideraciones literarias se entremezclan con apuntes
confesionales: “De otra parte, mi vida personal se había precipitado en esos
primeros años de la década por los despeñaderos de una ruptura sentimental, de
una separación física de mis hijos, una decepción política, un accidente
gravísimo y un desprecio profesional”.
Emocionantes resultan las páginas
dedicadas a Javier Egea, cuya vida bohemia y su suicidio final contribuirían a
mitificar una figura pronto utilizada como ariete contra los poetas del grupo
que se habían dejado seducir por el poder traicionando sus orígenes
revolucionarios. Un equívoco más de los que abundan en la historia literaria.
La historia literaria carece de
piedad, es una historia cruel --muchos son los llamados y pocos los escogidos--
que deja en la cuneta a unos para encumbrar a otros, quizá con menos méritos.
Álvaro Salvador reivindica en este libro su principal papel en los cambios
poéticos que tuvieron lugar a comienzos de los ochenta, un tiempo en que la
poesía aspiraba a ser una forma de lucha contra la “ideología burguesa”.
El libro parece hablar mucho de García Montero y sin embargo en su portada hay una foto de Gil de Biedma (con alguien que no conozco), que no pertenece a la generación de “la otra sentimentalidad”. Extraño.
ResponderEliminarLlegado a la frase: "A la manera de Cernuda, Álvaro Salvador titula “Historial de un libro” las páginas dedicadas a contarnos la intrahistoria de Ahora, todavía, de 2001, que considera una de sus obras más significativas", y no sabiendo que A.Salvador es también poeta, busqué en internet si se trataba de un libro de García Montero. El párrafo parece un pegote entre el texto anterior y el posterior, que hablan del tema principal. ¿O Álvaro Salvador es también un poeta de la generación de “la otra sentimentalidad”?
"... “poesía de la experiencia”, una etiqueta que se popularizó sin que la mayoría de los que la empleaban hubieran leído el libro de Langbaum del que procedía."
Y sobre todo una etiqueta doblemente estúpida: porque todas las poesías son poesías de la experiencia y porque intenta hacer creer que el resto de la poesía (y sobre todo la muy superior a la de esa generación) sería a su lado una poesía de la inexperiencia, lo cual es absurdo.
Con permiso, y a propósito, por si le interesa a alguien, dejo aquí el enlace de la entrevista realizada por Álvaro Salvador a Guillermo Carnero dentro del ciclo «El Intelectual y su Memoria», organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada (UGR), el día 20 de febrero de 2020. Se da testimonio en ella, entre otras cosas, de JGdB, Robert Langbaum y la tan traída y llevada «poesía de la experiencia». Un saludo.
ResponderEliminarhttps://youtu.be/UTu7VSryfXU?si=PzTJJ9HFe4MBQe7m
Alejandro Lérida
Muchas gracias. Alejandro, por esa entrevista. Del comentario de Pablo Morales no digo nada: parece redactado por un programa de Inteligencia Artificial que ni siquiera usa la Wikipedia.
ResponderEliminarEl que está al lado de Gil de Biedma en la foto es Álvaro Salvador. Parece obvio. Por otra parte, el señor Morales se hace un lío él sólo. "Ahora, todavía" es un libro de Álvaro Salvador, no veo indicios en el texto que hagan pensar que es de LGM. Está publicado en Renacimiento y se lo recomiendo.
ResponderEliminarNo sabía yo que JLGM escribía artículos únicamente para quienes conocen física y literariamente a Àlvaro Salvador. O que para leerlos se necesite la Wikipedia.
ResponderEliminarParece que su objetivo principal publicando textos es poder ser antipático con sus lectores. ¿De dónde le vendrá esa necesidad profunda de ser antipático con todo el mundo? ¿Y cuándo se dará cuenta de que su obra la paga cara?
¿Alguien puede aclararme si "Pablo Morales" es una persona real o un robot? ¿Y en caso de que sea lo primero alguien podría explicarme si su último comentario va en serio o en broma?
ResponderEliminarHacía mucho que no entraba. Satisfecho de ver como don José Luis continúa en plena forma. Cada vez más punk.
EliminarSiempre he pensado que “la otra sentimentalidad” era una operación… digamos que de márquetin o de amistad más que una unión literaria: ¿qué tiene que ver la poesía de Felipe Benítez que con la Montero?
ResponderEliminarEstimado José Luis, repasando sus últimas lecturas aquí publicadas me encuentro con este apunte en el que, sin adentrarme en las erráticas «opiniones» que contiene este libro, sí querría resaltar la existencia de abundantes errores en los datos que, supuestamente, sustentan a aquellas en el interior de sus páginas. Sólo pondré tres ejemplos, para no extenderme con las variadas anotaciones que he ido señalando en los márgenes del ejemplar que he manejado. Ejemplos: 1) p. 9, la revista que ahí aparece en realidad se llama Gaceta Literaria, y solo apareció un número en mayo de 1973; 2) p. 9, el poema de Pasolini, «Las cenizas de Gramsci», en pp. 169-184, no fue traducido por Esther Benítez, como se afirma erróneamente, sino por la «redacción de G. Literaria» (p. 169), en concreto por tres de los integrantes de su «Consejo Asesor»: Juan A. Méndez Borra, Alberto Méndez Borra y Juan Carlos Rodríguez (éste además colaboró con un extenso artículo, pp. 9-64: «Ideología y lingüística teórica (de Saussure a Chomsky)»). Y 3) pp. 212-213, Salvador afirma y reafirma que un poema de J. Egea no ha sido incluido en la edición de sus Poesías Completas, tal vez «aullándole su inconsciente», pero le hubiera bastado con la consulta de esas Poesías, en su volumen I, pp. 142-143, y «nota» explicativa en p. 416, para leer ese poema y deshacer así el «lío» que se hace con las apariciones de esos versos en dos publicaciones previas. En fin… tal como titula su reseña, lastimosamente: «Así se escribe la historia literaria»… y al parecer no hay remedio. Un saludo.
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