Fernando Savater
Carne gobernada
Ariel. Barcelona,
2024.
Los
admiradores de Fernando Savater encontrarán en Carne gobernada buenas
razones para seguir admirándole, y quienes le detestan otras no menos buenas
para justificar su poco aprecio o su claro menosprecio.
Lo que de pequeño quería ser
Savater, lo que siempre ha querido ser, afirma en estas páginas, es escritor, no
filósofo ni profesor ni, desde luego, “intelectual”. Y escritor, gran escritor,
lo ha sido siempre, o casi siempre: podíamos no estar de acuerdo con lo que
decía, pero nunca dejaba de decirlo con gracia, con la cita precisa, con la
anécdota pertinente e ilustrativa. Quizá no fue nunca un pensador original,
pero siempre fue un seductor.
Pocas veces se han escrito páginas
tan desoladoras sobre la vejez, y a la vez tan llenas de amor a la vida, como
las que encontramos en Carne gobernada. ¿Fue Horacio quien se definió
como “un cerdo de la piara de Epicuro”? También a Fernando Savater, eliminando
todas las connotaciones negativas del primer sustantivo, podría calificársele
así. Siempre ha sido un vividor, en el mejor sentido de la palabra, y lo sigue
siendo en el manriqueño arrabal de senectud. Tras perder al gran amor de su
vida, encuentra pronto consuelo en otra relación que, si no puede comparársele
–nada puede compararse al amor que tuvo por quien nombra con el hipocorístico
de Pelo Cohete--, le ofrece cuando pueda desear en materia erótica.
De los placeres del cuerpo, a los
que es tan aficionado, Savater nos habla en este libro con desarmante
sinceridad. Le gusta comer, le gusta beber, incluso más de la cuenta (y está
orgulloso de ello), le gusta follar. No tiene inconveniente en entrar en
detalles que podrían considerarse prescindibles, pero también sabe ironizar
sobre sí mismo, y el lector se lo agradece. Sigue siendo uno de los escritores –no
de los filósofos-- fundamentales de su generación, aunque Carne gobernada sea
un libro escrito un poco, o un mucho, a la diabla, a la buena de Dios, como
quien ya no tiene ningún respeto que guardar a los convencionalismos, si es que
alguna vez lo ha tenido.
Pero el libro no es solo eso, ojalá
lo fuera, una espléndida pieza autobiográfica sobre la edad más inhóspita del
ser humano, en la cual Savater acierta a encontrar algún que otro oasis. Es
también un alegato contra el momento político actual, contra el gobierno de
Pedro Sánchez, y contra el periódico en el que colaboró desde su fundación y
que se ha vuelto, en su opinión, gubernamental e irreconocible, manipulado por
los socialistas catalanes, “un elemento cancerígeno allí donde se implanta” (no
nos aclara si por socialistas o por catalanes).
Fernando Savater tiene todo el
derecho del mundo a abominar de la izquierda, de la que pareció formar parte
durante muchos años, y a entonar un apasionado canto a la derecha y a sus líderes
naturales, Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal. Pero debe hacerlo
razonadamente, no con insultos, juegos de palabras –los nacionalismos son
necionalismos-- o sofismas que no resisten el más mínimo análisis.
Quienes escuchan ciertas tertulias o
leen cierta prensa estarán al cabo de la calle de los calificativos que Savater
dedica a Pedro Sánchez, la presidenta del Congreso o los dirigentes y votantes
de Podemos (“cuatro millones de bobos”). Y no digamos nada de los nacionalistas
y separatistas, la bestia negra que le hacer perder cualquier atisbo de
racionalidad.
A veces, más que reírnos con él, nos
reímos de él. Le invitan a un encuentro sobre teatro y política en Módena. La
intérprete que le adjudica la organización no es capaz de traducir sus palabras
y ha de hacerlo, como puede, él mismo. Trata de disculparse al final: “Es que
usted habla un español muy raro”. Y aquí viene la divertida anécdota: “Después
me explicó que ella había aprendido nuestro idioma en Barcelona, con un novio
cariñoso y fugaz que había tenido allí. Entonces comprendí el malentendido lingüístico.
Lo que aquel envidiado mozo le había enseñado en circunstancias seguramente
gratas no era la lengua de Antonio Machado sino la de Josep Pla. Como consejo
vital y en tono paterno, le recomendé que nunca se fiase de un novio y mucho
menos si era catalán”. Gracioso, sin duda (es lo más amable que Savater dice de
los catalanes), pero poco verosímil. ¿Una intérprete de español que trabaja en
un congreso y que no distingue el español del catalán? Sin comentarios.
Pocos comentarios requiere también
una de las razones que da para que los españoles pierdan el miedo a Vox, que
fue, en su opinión, la causa de que la izquierda tuviera los votos que tuvo en
las últimas elecciones. Habría insistido la izquierda en que Vox pretendía
acabar con el Estado autonómico e ilegalizar los partidos nacionalistas (en
realidad quien lo ha afirmado reiteradamente es su amigo –así le califica-- Abascal),
pero Savater lo rebate subrayando que “en los lugares en que Vox ha entrado a
formar parte de los gobiernos regionales ni las autonomías ni los gobiernos
regionales han sufrido el menor menoscabo”. Hombre, Savater, que el no pensar
también tiene un límite. ¿Cómo iba a suprimir las autonomías o ilegalizar al PNV, por muchas ganas
que tuviera de ello, el consejero de Cultura o el vicepresidente de la Junta de
Castilla y León?
Con idéntico rigor, habla Savater
del feminismo y de la nefasta ley del “solo sí es sí”. Él, en cuestiones de
sexo, nos informa al comienzo de uno de los capítulos, ha sido siempre como un
taxi: solo va donde le llaman. Pues qué bien. Pero no dejará de entender que si
alguien se sube a su taxi y luego, por la razón que sea, quiera bajar antes de
llegar al destino final el taxista comete un delito si sigue la marcha. Un
delito frecuente e impune hasta hace poco, y que para algunos debería haber
seguido impune: ¡que no se hubiera subido al taxi!, ¡que no hubiera invitado a
su piso al conocido en la discoteca!, ¡que no hubiera aceptado una cita en
Tinder!
No entro en más detalles del Savater
tan felizmente converso a la derecha porque sería ensañarse. Pero no me resisto
a citar lo que de ningún modo “esta dispuesto a admitir ni por un momento”: que
la Pasionaria fuera mejor persona que su madre (la de Savater, claro). La
Pasionaria, ojo, no Pilar Primo de Rivera o Cayetana Álvarez de Toledo, que
quizá podrían plantearle algunas dudas. Sospecho que ni siquiera el español más
fervorosamente patriótico consideraría mejor persona que su madre a ninguna
figura de la historia, aunque fuera Isabel la Católica o Agustina de Aragón.
Es fácil admirar a Savater cuando
nos habla de su pasión por la vida, de su vocación por ser feliz a pesar de los
estragos de la edad, e igualmente fácil, o más fácil aún, rebatirle cuando nos
habla del periódico que fue su casa o de sus obsesiones políticas. Escribe como
un genio, ya un poquito aturullado; razona como un niño que aún no ha llegado
al uso de razón. Y quien piense que exagero que se tome la molestia de leer Carne
gobernada.
Creo que a muchos nos pasa lo mismo con Savater que con Gustavo Bueno o con Escohotado. Tan inteligentes en unos aspectos y tan reaccionarios al cabo de los años en otros... Si es que acaso no fueron siempre así en el fondo.
ResponderEliminarSe puede ser inteligente y reaccionario, Juan. Conozco varios casos. Pero el último Savater, el de "libres e iguales", no se muestra muy inteligente en sus diatribas contra el progresismo, el feminismo y los nacionalismos que no sean el de Santiago Abascal.
ResponderEliminarSavater es mucho Savater y siempre tendrá recursos intelectuales suficientes para defender una cosa o la contraria. Pero la pataleta reaccionaria de estos últimos años resulta penosa, porque cualquiera advierte en ella una decadencia mal admitida en un escritor de ideas, no un filósofo, que lo fue todo en la escena pública española (hasta héroe contra ETA, en su momento). Savater está furioso con la izquierda. No le hacen ni puñetero caso porque está mayor y se repite. En cuanto a la derecha, Savater es como un detente para izquierdistas. Detente rojo porque don Fernando Savater, antes de los vuestros, está ahora con nosotros. Estáis equivocados. Lo dice Savater, nuevo guerrillero conservador. Vuestra moral ya no puede ser superior a la nuestra porque tenemos como socio al gran profe de ética Savater que nos da la razón. Alquilar a un ex santón de la izquierda es una maniobra muy astuta por parte de la derecha en su guerra cultural, ya que le permite atizar a la izquierda en aquello que más le duele en la imagen que de sí misma tiene: la cultura es progresista, al margen de lo que semejante memez pueda realmente significar. Además un Savater devaluado sale más barato. Porque pasar de "El País" a "The Objetive" es una caída en el mercado de valores (morales y de los otros).
ResponderEliminar