Enrique García-Máiquez
Ejecutoria, una hidalguía del
espíritu
CEU ediciones. Madrid, 2024.
“Nobleza”,
“caballerosidad”, “hidalguía” son palabras –y conceptos-- en desuso que el
poeta Enrique García-Máiquez, uno de los más destacados de las últimas generaciones,
quiere rescatar y poner de nuevo en circulación. El empeño es loable y para
conseguirlo no duda en recurrir a una amplia erudición que no desdeña la
cultura popular: san Bernardo de Claraval alterna así con la serie Juego de
tronos, don Quijote con Corto Maltés, Dante con Mafalda.
Desde el primer capítulo, el libro
está trufado de citas que en ocasiones lo asemejan a un centón. El autor es
consciente de ello y se defiende: “La inmemorial costumbre de citar a otros
autores no es un alarde pedantesco ni una falta de confianza en la propia
opinión, sino el modo natural de conversar con vivos y muertos, dándoles la
palabra”. Pero ese método tiene sus riesgos como apoyo en la argumentación. No
hay disparate que no pueda ser avalado por una cita, sobre todo si está al
margen del contexto y no se tiene en cuenta el tiempo en que fue escrita.
García-Máiquez reacciona contra el
plebeyismo y el igualitarismo contemporáneos y quiere iniciar una nueva cruzada
en favor del elitismo y los ideales aristocráticos, abandonados no queda claro
desde cuando. ¿Desde la llegada de la democracia a España? ¿En los años veinte,
los de la rebelión de las masas de que hablaba Ortega? Una cita de Edmund Burke
señala que la decadencia habría comenzado mucho antes. Al enterarse del
asesinato de la reina María Antonieta, escribió: “La edad de la caballería ha acabado.
La de los sofistas, la de los economistas y contables ha llegado; y la gloria
de Europa yace extinta para siempre”.
Lo que más parece gustarle a
García-Máiquez de los antiguos hidalgos es que estaban libres de pagar
impuestos: eso quedaba para la clase baja, para los “pecheros”. Sorprende la
abundancia de referencias a los impuestos en un libro dedicado a propugnar una
“hidalguía espiritual”. Ya en el capitulo inicial leemos: “Hoy se podría
afirmar sin exagerar demasiado que el único deber ciudadano es pagar impuestos”,
lo que explicaría “el creciente rechazo a pagarlos”, del que parece querer
convertirse en adalid.
A
la “rapacidad impositiva” del gobierno se debe que ya no haya “proyectos
comunitarios, como cuando las ciudades levantaban sus catedrales, sus
hospitales, sus escuelas y sus asilos gracias a las donaciones de los vecinos”.
Frente a esos felices tiempos medievales, la situación contemporánea es
descrita atinadamente --a juicio de García-Máiquez-- por el pensador brasileño
Olavo de Carvalho: el ciudadano moderno no quiere proteger su casa, sino que la
proteja la policía; no quiere formar a sus hijos, sino entregarlos a los
pedagogos que los transformarán en robots políticamente correctos; no quiere
decidir qué come, qué bebe o qué fuma, quiere que la burocracia sanitaria le
imponga un régimen, y el Estado sabe que “cuantos más derechos concede a ese
cretino, más impuestos hay que cobrar y menor es el margen de libertad de
millones de idiotas cargaditos de derechos”. No sorprende que este “pensador”
brasileño sea uno de los ideólogos de Jair Bolsonaro, pero sí que García-Máiquez
se alinee con él a la hora de propugnar que mejor que cada uno defienda su casa
con una pistola que contar con la policía y de llamar “cretino” e “idiota” al
ciudadano que piensa lo contrario.
Hay dos libros en este libro, como
parece haber dos almas en su autor. Por un lado, es una defensa de la
espiritualidad y de la cultura, del mejoramiento interior, de la defensa de un
ideal de superación válido para todos: “Uno a uno somos nuestro término de
comparación. Ser distinguido no es distinguirse de los demás, sino del peor yo
de cada uno y, en un segundo estadio, del yo mediocre”.
Por
otra parte, constituye una defensa de los privilegios heredados, de la nobleza
“de sangre”, del no pagar impuestos, del burlar la ley, o al menos ciertas
leyes: su padre le permitía conducir cuando no tenía edad para hacerlo y él con
sus hijos pequeños se permitió otras libertades semejantes. “No pondré
ejemplos, porque no han prescrito”, afirma este contrarrevolucionario con
ramalazos ácratas.
Incluso llegó a fantasear con la
creación de un grupo terrorista, “aristoterrorista” lo llama él, dedicado a
hacer volar por los aires edificios y museos espantosos (suponemos que avisaría
con tiempo para poder desalojarlos antes de que estallara la bomba). Al final,
afortunadamente, se conformó con escribir un relato con algo de manifiesto: “A
estas alturas tal vez la única manera de lograr una sociedad más hermosa sea un
golpe sobre la mesa. El momento exige que los hombres de bien tengan la audacia
de los canallas”.
García-Máiquez no tiene esa audacia,
pero sí la de equiparar un aforismo de Ramón Eder (“Escribir un libro excelente
también es luchar contra lo que está mal en el mundo”) con un “pensamiento” de
“San Josemaría Escrivá de Balaguer, fugaz marqués de Peralta” (así lo llama) en
el que pide libros “que son alimento, para la inteligencia católica, apostólica
y romana de muchos jóvenes universitarios” y ¡se lleva cada chasco! En otro
lugar equipara al fundador del Opus Dei con Fernando de los Ríos y al de la
Asociación Católica de Propagandistas, el jesuita Ángel Ayala, autor de Formación
de selectos, con la generación de 14: Ortega, d’Ors, Juan Ramón Jiménez.
En Ejecutoria hay hermosos
capítulos, como la mayoría de los que componen la sección “Árbol
bibliogenealógico”, dedicada a algunos de los libros que más admira, pero hay
también un sectario predicador disfrazado de pensador y de analista del mundo
contemporáneo. “Al desaparecer del ámbito público la aristocracia –escribe--,
desaparece su competencia específica, que es velar por la verdad”. ¿Desde
cuándo? ¿Los duques de esto o los marqueses de aquello han velado más por la
verdad que cualquier otro ciudadano? Enrique García-Máiquez, en su defensa de
lo indefendible, no tiene inconveniente en comulgar con ruedas de molino. Pero
nunca pierde el buen humor ni el buen estilo, y eso hay que agradecérselo en
estos tiempos de broncos enfrentamientos ideológicos.
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