El plural es una lata
Biografía de Juan Benet
J. Benito Fernández
Renacimiento. Sevilla, 2024.
El
autor de esta primera biografía de Juan Benet tiene una de las principales cualidades
necesarias para ser un buen biógrafo, pero le falta otra, no menos esencial.
Recopila con minuciosidad, y sin importarle el tiempo que dedica a ello, toda
la información posible, pero luego no parece saber qué hacer con ella, salvo
acumularla por orden cronológico sin discriminar lo importante de lo trivial.
Es
un biógrafo con síndrome de Diógenes. Si por él fuera, nos enumeraría todas las
veces que Juan Benet comió fuera de casa, en qué restaurante lo hizo y quiénes
fueron sus acompañantes. “Cena con Sarrión y Chamorro con la consecuente
cogorza ciclópea”, nos dice a propósito del 17 de enero de 1977.
No distingue J. Benito Fernández
entre los datos contrastados de interés y los chismes que le cuentan, algunos
de los cuáles no solo afectan al biografiado, sino también a terceras personas.
A propósito de la infidelidad de su segunda mujer (las relaciones amorosas de
Benet fueron múltiples –“esposas de diplomáticos, periodistas, escritoras,
actrices, secretarias, profesoras, camareras, ociosas de apellidos célebres”,
enumera el biógrafo, pero solo se casó dos veces), escribe: “Blanca tuvo dos
encuentros con Calasso en un hotel de Madrid, uno en Estambul, otro en París,
un último en Milán cuando la poeta salió de su domicilio para ir a verle”.
Dejemos de lado la enigmática frase final (¿es que en los otros encuentros no
salió de su domicilio?), pero ¿cómo puede el biógrafo conocer la cuenta exacta
de citas y lugares? Al parecer, se lo contó una amiga de la esposa infiel, más
que amiga detective privado.
El plural es una lata no
pretende ser una hagiografía y por eso abundan las anécdotas que no dejan a
Benet en buen lugar. Estudiante de bachillerato, entabla amistad con Alberto
Machimbarrena Romacho, perteneciente a una conocida familia donostiarra: “Juan
y Alberto pronto llevan a cabo todo tipo de fechorías: mediante una colecta,
entre ambos reúnen un dinero con el que pagar a un sicario para deshacerse de
un seglar que les lleva cada jueves por el Paseo Nuevo, junto a la bahía.
Tienen idea de arrojarlo al mar. Un pescador aceptó la misión y cobró una
cantidad, pero cuando volvieron a pasar por allí el hombre de mar miró
impasible al profesor, sin intentar la más mínima maniobra, con el consiguiente
desengaño de los mozalbetes”. Ya madurito, en 1981, “chantajeaba a su madre
para conseguir algún dinerillo”. Al parecer le decía que “si no le daba cinco
mil pesetas, en breve sacaría un artículo en el periódico contra su primo
Fernando Chueca Goitia”. En ninguno de estos dos casos se nos explicita la
fuente de información, que podía ser tan poco precisa como la que también
anónimamente le informó que, en 1958, cuando vivía en Oviedo, Benet “se hace
cliente habitual de la librería Anticuaria, junto a los Jardines del
Campillín”, una librería fundada, por cierto, en 1972. Y en otro orden de
cosas, ¿en qué se basará para escribir que, en 1947, “no es extraño ver en las
cunetas y en los caminos cadáveres de labradores desbaratados por las
torturas”?
Naturalmente, como no podía ser de
otra manera, el aplicado Diógenes que es J. Benito Fernández ha recopilado
múltiples datos de interés sobre Juan Benet --ingeniero, escritor, bon
vivant-- y sobre la España que le tocó vivir. Quienes admiran a Juan Benet,
no sé si encontrarán muchas razones para seguir admirándole, pero a quienes le
detestan no les faltarán abundantes motivos para seguir haciéndolo. Aquí está
su defensa de los campos de concentración a propósito de unas declaraciones de
Solzhenitsyn en la televisión española de 1976, palabras no improvisadas, sino
cuidadosamente redactadas en un artículo de la revista paradójicamente titulada
Cuadernos para el Diálogo. El biógrafo apostilla: “muchos militantes de
izquierda tienen su misma opinión”.
Benet tiene “bufones fijos”, según
señala el biógrafo, es impertinente con los periodistas, presentadores y
autores presentados y a la vez tiene muy buenas relaciones con el poder,
especialmente durante los años de gobierno socialista: el presidente del
gobierno duerme alguna vez en su casa de campo y él comparte alojamiento
veraniego con el presidente. Se pone a su servicio cuando la campaña del
referéndum de la OTAN.
La
empresa de la construcción de la que Benet era ingeniero y alto cargo realizaba
obras en el extranjero y parece que, para conseguirlas, de vez en cuando recurrían
al soborno. Como consecuencia, detuvieron en Argel a un delegado de la empresa:
“Juan Benet se movilizó apresuradamente y pidió ayuda al ministro Javier
Solana, quien le recomendó ver al vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra,
de muy buenas relaciones con los dirigentes del Frente de Liberación Nacional
argelino”. Guerra le recibe de inmediato y le promete hacer todo lo posible
para solucionar el asunto.
El lector paciente encuentra muchos
datos para la sociología de la época –a la vez cercana y tan remota-- junto a abundantes
chismorreos, divertidos o sonrojantes, en esta biografía. “A Benet le adoraba
Paco Rico, un mentiroso nato”, cuenta Germán Gullón. Una vez, en un curso de
verano de la universidad de Salamanca, le dijo señalando a dos estudiantes:
“Esas, este y yo las tenemos esta noche”. Y continúa Gullón: “El asunto de Rico
con Benet es muy sencillo. Paco sacaba lo peor de Juan a relucir, su
gilipollez”. No sé yo si afirmaciones semejantes merecen figurar en una
biografía que se quiere seria y rigurosa.
Los muchos datos de interés que esta
biografía aporta –cartas, informes de censura, anotaciones de las agendas de
Benet—quedan oscurecidos por informaciones pintorescas, no bien explicadas,
como la peripecia de una doncella del escritor que asestó varias puñaladas a su
novio, o fuera de lugar, como el encuentro de Pilar del Río con Saramago en un
hotel de Lisboa.
El párrafo final sintetiza todas las
insuficiencias de este hercúleo y frustrado empeño biográfico: “El Colegio de
Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos celebra el 21 de enero un funeral y
concierto a las seis y media en la iglesia de San Manuel y San Benito (Alcalá
83) en memoria de Juan Benet Goitia. Aunque de enorme influencia intelectual,
Benet dejó escasa huella literaria –sería ridículo intentar imitarle--, pero sí
discípulos. Solamente la gloria sobrevive a la muerte”. A un dato puntual, una
ficha simplemente copiada, le sucede, sin siquiera un punto y aparte, un contradictorio
intento de valoración de la figura de Benet (“enorme influencia intelectual “,
“escasa huella literaria”) y una vacua frase. ¿Solo la gloria sobrevive a la
muerte? Gracias al aplicado biógrafo, a Benet le han sobrevivido muchas
anécdotas que bien merecerían el misericordioso olvido.