Fuenteovejuna. Comedia en verso
Javier Almuzara
Espuela de Plata.
Sevilla, 2018.
Siempre que oímos mencionar Fuenteojuna pensamos en Lope de
Vega, y quizá no con entera razón. El caso ya era famoso antes de que él
decidiera llevarlo a las tablas en torno a 1618 (su comedia se publicó en 1619)
y había dado lugar a un refrán, “Fuenteovejuna lo hizo”, que glosa Sebastián de
Covarrubias en su Tesoro de la lengua
castellana, publicado en 1611. Lo que todavía hoy se repite es un doble
pareado )“¿Quién mató al comendador? / Fuenteovejuna, señor. / ¿Y quién es
Fuenteovejuna? / Todos a una”), cuyos dos versos finales no aparecen en la obra
de Lope.
¿El caso?
Un motín popular contra un comendador impopular en el contexto de la guerra
civil entre los partidarios de la legítima heredera al trono de Castilla (la
princesa Juana, hija de Enrique IV) y su tía Isabel, luego conocida como Isabel
la Católica. Un conflicto semejante, por cierto, al que siglos después daría origen
a la primera guerra carlista, con la diferencia de que en este caso ganaron los
carlistas.
Lope de
Vega tomó como punto de partida para su historia el relato que de esos sucesos
hace Francisco de Rades en su Chrónica de
1572, y a veces sigue tan fielmente lo que allí se cuenta que se limita a
versificar algunos de los párrafos.
La Fuenteovejuna de Lope de Vega no fue
tenida en su tiempo por una de sus obras principales. De hecho, no volvió a
publicarse hasta bien avanzado el XIX. Ni siquiera parece que el dramaturgo
barroco Cristóbal de Monroy, que escribió otra Fuenteovejuna, esta sí editada en el siglo XVIII, la tuviera en
cuenta.
Lo que
importaba era el hecho histórico, convertido en proverbial, y que a partir del romanticismo
ejemplificaba el derecho del pueblo a la rebelión contra un poder injusto. El
autor de esta nueva versión lo ha visto bien al poner en boca de uno de sus
personajes la inscripción del monumento malagueño a Torrijos: “Antes morir que
consentir tiranos”.
El poeta
Javier Almuzara recibió el encargo de escribir una versión de la obra de Lope
que sirviera como libreto para una ópera encargada a Jorge Muñiz. Pero hizo algo
más, bastante más: una nueva versión de Fuenteovejuna
que no desmerece junto a la obra de Lope.
Tendemos a
mitificar a los clásicos, a elogiarlos desmesuradamente para no tomarnos el
trabajo de leerlos. Fuenteovejuna no es una de las grandes obras de Lope: la mitad de
su argumento –todo lo que tiene que ver con la toma de Ciudad Real y los Reyes
Católicos– hoy nos sobra, y quizá también en su época. Y sobre muchos de sus
versos el tiempo se ha mostrado inmisericorde: “Soy, aunque polla, muy dura”
comienza uno de los largos parlamentos de la protagonista. Nos imaginamos las
risas del auditorio.
Javier
Almuzara cumplió a la perfección el encargo de hacer un libreto que sirviera de
base para la música de Jorge Muñiz. Pero no se limitó a eso. Trabajó codo con
codo con el compositor y el resultado, como han tenido ocasión de comprobar los
que asistieron a las representaciones en el ovetense teatro Campoamor, fue una
obra a la vez clásica y contemporánea. Pocas veces música y palabra caminaron
juntas en tan buena armonía, sin quitarse nunca la palabra la una a la otra
No se puede
decir lo mismo de la puesta en escena, a cargo de Miguel del Arco empeñado en
hacerse notar desde el principio y en convertir texto y música en pretexto para
sus pueriles ocurrencias.
En el prólogo,
ingeniosamente preciso, para esta edición independiente de su Fuenteovejuna, Javier Almuzara escribe:
“Trasladar el tono y la acción de la obra a nuestra época traicionaba la verdad
histórica sin, en mi opinión, fortalecer necesariamente la repercusión ética.
Sería una ofensa al buen sentido del público pensar que ignora la persistencia
de los abusos de la autoridad, ahorrándole además el placer de la analogía”.
Miguel del
Arco, el director de escena, lo primero que hace es ofender al buen sentido del
público trasladando la obra al tiempo contemporáneo, sin importarle todas las
incongruencias que eso supone, al chocar constantemente lo que vemos con lo que
oímos. Y ni siquiera se priva de que un personaje haga fotos con el móvil, algo
habitual ya en todas las óperas, pasen el siglo XVIII, en tiempos de Nerón o en
el de los Faraones. Frente a la incomprensible tiranía de los directores de
escena, músicos, cantantes, la propia empresa que los contrata –en buena parte
con fondos públicos– parecen sentir el síndrome de Estocolmo. ¿La razón? Quizá
el patológico temor de quienes se dedican a la ópera de que les acusen de
decimonónicos y de rechazar la “modernidad”.
Pero ahora
se trata de subrayar algo insólito: que el texto de Javier Almuzara, tan
potenciado por la música, tan concorde con ella, puede vivir exento. De ahí
esta edición exenta en una colección dedicada al teatro. La obra tiene sentido
por sí misma, no solo como recordatorio para los que escucharon sus
sentenciosos versos o como aperitivo para los que esperan escucharlos en vivo o
en una grabación.
Javier
Almuzara hace alarde de su buen conocimiento de la versificación tradicional y
escribe en un español contemporáneo que no necesita recurrir a ningún arcaísmo ni
afectado hipérbaton para resultar clásico. De vez en cuando, sin que desentone,
deja caer alguna cita implícita que enriquece el texto para el lector
resabiado, sin dificultar el disfrute para otros lectores. Por sus versos
cruzan sombras tan dispares como San Juan de la Cruz, Gil de Biedma o Campoamor,
e incluso se atreve a poner en boca del comendador moribundo la traducción de
un epigrama de John Harington, contemporáneo de Shakespeare (y de Lope):
“¿Sabéis, alcalde, por qué / nunca vence la traición? / Porque si logra vencer
/ nadie la llama traición”. (Y por eso –añado yo– Isabel la Católica tiene en
la historia de España otra consideración que Carlos V, el hermano de Fernando
VII).
El derecho
de un pueblo humillado a romper con la legalidad y tomarse la justicia por su
mano es lo que representa Fuenteovejuna y
por eso es tan actual hoy –no cito ejemplos que están en la mente de todos–
como ayer, aunque ayer y hoy resulte un tanto utópico la moraleja de Lope: que
una culpa colectiva no admite represalias individuales escogidas como
escarmiento. Recordemos, por citar solo un caso, la semana trágica barcelonesa,
de 1909, que terminó con el fusilamiento del pedagogo Francisco Ferrer i
Guardia, que no había tomado parte en ella.
Curiosa la historia de esta obra de teatro. No la conocía
ResponderEliminarUn abrazo