Sonetos de la
cárcel de Moabit
Albrecht Haushofer
Edición y traducción
de Jesús Munárriz
Hiperión. Madrid,
2021.
De las historias de manuscritos encontrados, pocas tan
inverosímiles como la verdadera historia de los Moabiter Sonette, los Sonetos
de la cárcel de Moabit. La noche del 23 al 24 de abril de 1945 (o la del 22
al 23, según otras fuentes), cuando las tropas soviéticas están a punto de
entrar en Berlín y pocos días antes del suicidio de Hitler, se decide trasladar
a un grupo de prisioneros. Entre ellos está Albrecht Haushofer, a quien se
había detenido –no era la primera vez-- por su presunta participación en la
operación Valkiria, el atentado contra Hitler que tuvo lugar en la Guarida del
Lobo el 20 de julio de 1944. Pero el supuesto traslado no era más que una
excusa para la ejecución sumaria. Sumaria y un tanto chapucera: uno de los
ejecutados, el joven comunista Herbert Kosney salvó la vida y pudo indicar al
hermano de Albrecht, Heinz Haushofer, donde se encontraba el cadáver. “Albrecht
yacía pacíficamente de lado –contó Heinz a sus padres en una carta de mayo de
1945--, como si acabara de caer. No presentaba signos de agonía; la muerte
debió haber sido instantánea. En su bolsillo tenía una copia de los ochenta
sonetos que había escrito en prisión y un fragmento de Thomas More en el que
había trabajado por última vez”.
Los ochenta
sonetos ocupaban, en letra minúscula, cinco folios. Se conserva ese manuscrito,
con sus manchas de sangre. En el soneto LII leemos: “Desde hace unas semanas
tengo manos y pies / libres de las cadenas, No sabría decir / si ha sido mucho
o poco lo que las he llevado / ni si habré de volver otra vez a llevarlas”.
¿Cómo puede un hombre encadenado escribir en unos pocos meses –la detención
tuvo lugar en diciembre-- tantos sonetos y corregirlos y preparar una copia
definitiva que sus carceleros –nada menos que la Gestapo-- le permiten sacar de la prisión?
No es el
único misterio que rodea la vida de Albrecht Haushofer. Su padre, Karl
Haushofer, fue amigo y mentor de Hitler, estudioso de la geopolítica, creador
del concepto de “espacio vital” que sirvió de coartada para el expansionismo
nazi. Padre e hijo estarían detrás del viaje de Rudolf Hess a Inglaterra para
buscar una paz por separado. Un viaje que estaba lejos de ser improvisado y una
locura personal. Hay noticia de un memorándum, fechado el 5 de mayo de 1941 en
Obersalzberg, en el que Haushofer le ofrece a Hitler sus contactos para
establecer conversaciones secretas con Gran Bretaña. Esas conversaciones, que
existieron, serían pronto negadas por ambas partes. Testigo incómodo de ellas
era el padre de Albrecht, quien se suicidó –junto a su mujer-- en 1946, tras
ser interrogado por los servicios de inteligencia británicos. Puede que fuera
un suicidio pactado para evitar males mayores.
Hay mucha
historia y muchos enigmas detrás de este manuscrito encontrado. Los sonetos más
conmovedores son los que nos hablan de la vida en la prisión, aunque –como ya
hemos indicado—ofrecen algunas dudas sobre su verosimilitud autobiográfica.
“Encadenado” se titula el primero de ellos y en él podemos leer: “No he sido yo
el primero a quien en este espacio / le cortan las muñecas los grilletes, / en
cuyo dolor hurga una inscripción ajena”. Quizá escribiera los sonetos de
memoria y los copiara cuando le quitaron los grilletes de las manos y pies,
pero si eso no ocurrió hasta pasado el
medio centenar parecen demasiados para retener en la memoria.
Los sonetos
no se limitan a reflejar las condiciones de la cárcel y a expresar la mala
conciencia por haber apoyado durante demasiado tiempo a un régimen criminal.
Hay otros que hablan de música y pintura o de los viajes del autor, también los
que resumen antiguas leyendas orientales. Extraños juegos para esperar la
muerte.
“Gorriones”
recrea un tema clásico de la vida en prisión, emparentado con el tradicional
“Romance del prisionero”: “Tengo a veces visita: los barrotes de hierro, / si
prisión para mí, son para otros apoyo. / Le gusta a una pareja de gorriones
posarse, / una joven gorriona junto a un galán gorrión. / Alternan en su amor
peleas y ternura, / se cuentan muchas cosas mientras se picotean, / y si
eligiera otro gorrión a esa gorriona / la pelea entre ellos podría ser
terrible. / Qué raro es estar cerca de esa vida sin trabas / estando encadenado
y lleno de preguntas… / ¿Me ven esos veloces ojos negros? / Miran fijos. Un
pío, un aleteo, / se vacía el barrote. Y estoy solo. / ¡Cómo me gustaría ser
gorrión yo también”.
Quizá estos
sonetos tienen más valor humano –al menos en la traducción-- que estrictamente
lírico. O nos interesan menos cuando parecen un mero ejercicio culturalista.
Lo que más
nos interesa –para qué engañarnos-- es la novela que hay detrás, llena de
inverosimilitudes y de misterios sin resolver. El nazismo no fue obra de un
pequeño grupo de sádicos y criminales que hipnotizaron al pueblo alemán, que lo
llevaron a la perdición como en el cuento del flautista de Hamelín (tema, por
cierto, de uno de los sonetos). Mucha gente sin culpa lo apoyó, como hicieron los
Haushofer –pensemos en Heidegger--, media Francia estaba a su favor y también
buena parte del Reino Unido. ¿Se habría desengañado Albrecht Haushofer del
nazismo si se hubiera firmado una paz con Inglaterra y hubiera triunfado la
operación Barbarroja? No lo sabemos. De lo que no hay duda es que las
conspiraciones contra Hitler solo comenzaron cuando parte de la élite nazi se
dio cuenta de que los llevaba a la derrota.
Este puñado
de sonetos, este manuscrito encontrado en el bolsillo de un cadáver, se
escribieron quizá como un salva conducto para cuando ocurriera la inminente
derrota. Pero un oficial de la Gestapo, Müller, que se la tenía jurada a
Haushofer desde que lo detuvo cuando el vuelo de Hess y vio cómo salía ileso,
no permitió que eso volviera a ocurrir.