Micrografías
Irene Sánchez Carrón
Visor. Madrid, 2018.
Poeta de línea clara, como Luis Alberto de Cuenca y tantos
de los nombres más leídos actualmente, Irene Sánchez Carrón demuestra en Micrografías que se pueden unir tendencias
muy distintas –confidencia y denuncia, concisión lírica y narratividad,
relectura de los clásicos y mundo cotidiano– en un tono por completo personal,
inconfundible.
Nos
sorprende ya desde el primer poema, que nos lleva a una infancia rural que
quizá no sea la de la autora y que tiene mucho de costumbrismo etnográfico y
algo de pesadilla. Pero en seguida el libro comienza a andar por otros
derroteros: “Desde la ventana de un café” inicia la dispersa serie –“Líneas de
autobuses”, “Cercanías”– dedicada a los encuentros urbanos entre desconocidos, poemas
con un punto de partida en Baudelaire y un toque de las soledades de Edward
Hopper.
La recreación
de historias bíblicas, mitológicas o de los cuentos de hadas constituye otra de
las líneas que se entrelazan en el libro. El punto de vista adoptado es
feminista, como no podía ser de otra manera a estas alturas del siglo XXI, sin
que eso suponga que la autora incurra en reivindicaciones bien intencionadas
pero simplistas, sin la complejidad y la contradicción que suelen caracterizar
al pensamiento poético.
En
“Confesiones de Adán” es Eva –en un gesto de rebeldía– quien muerde la manzana,
sin ofrecérsela a Adán, y luego abandona por voluntad propia el paraíso. Algo
semejante ocurre –como ya indica el título– en “Penélope se despide de Ítaca”,
que comienza como un poema homérico (“Cantad, Musas”) para darle la vuelta al
mito: “¿Quién puede resistir / caminar tras un héroe a todas horas, /
devolviendo su sitio a los objetos / y borrando las marcas de sus dedos, /
mientras te cuenta historias insensatas?”. Penélope se había acostumbrado a su
soledad y cuando Ulises regresa a Ítaca es ella quien parte “para gozar sin
limite” cada minuto suyo.
Destaca en
Irene Sánchez Carrón la capacidad de convertir en símbolo (Carlos Bousoño
hablaría de símbolo disémico) una anécdota cotidiana. Los poemas “Parte por
rotura de lunas”, “Pequeño imprevisto” –la agenda que cae al suelo– o “Cazando
mariposas” pueden servir de ejemplo.
“Cazando
mariposas” es un poema de amor. Micrografías
contiene –disperso entre los demás poemas– un plural cancionero amoroso. Es
característico de la autora que no haya querido agrupar los poemas temáticamente
y dividir el libro en partes; ha preferido dejar que el lector vaya
identificando por su cuenta las distintas líneas temáticas y tonales que se
entrecruzan.
No hay
monotonía ninguna en los poemas de amor. A veces busca la intensidad de los
fragmentos de Safo o de los fulgurantes apuntes de Emily Dickinson: “Llegaste /
con el agua en los labios / cuando ya me marchaba / muerta de sed”. Otras veces
se recrea en la anécdota. Es el caso de “Yo fingía leer mientras tú te
bañabas”, uno de los dos sonetos del libro: “Es invierno y recuerdo aquel
verano / de lecturas voraces y de amores, / Garcilaso, Quevedo, Ana Ozores, /
junto al río, debajo del manzano”.
El
tratamiento desenfadado de los clásicos catorce versos algo debe al ejemplo de
Luis Alberto de Cuenca. Otro de los sonetos cita a Shakespeare y no cabe duda
de que la autora ha querido, y a ratos conseguido, emularle: “Mi cuerpo es una
página vacía / donde la luna escribe con tu mano / laboriosa y sutil
caligrafía. / La luna dicta y tú eres escribano / que en medio de la noche
funda el día / más luminoso y claro del verano”.
Quizá el
más original de estos poemas de amor sea “Lección de dialectología”, pero hay
muchos igualmente memorables. No le teme Irene Sánchez Carrón ni al
despojamiento ni a bordear el tópico: “Los dedos de la nieve / sostienen con
ternura / el yerto corazón de esta ciudad. / Hace frío y quisiera / acariciar
tus manos”.
En alguna
ocasión, como en “Apartamento con una habitación”, el poema se aproxima al
relato. “Es una historia extraña, por eso te la cuento”, comienza. Y el
resultado es una parábola que, al contrario que otras en el libro (“Una casa
para los pájaros”, por ejemplo) carece de lección expresa, lo que acentúa su
capacidad de sugerencia.
Micrografías no es un libro perfecto,
afortunadamente. Pero sus posibles caídas en el sentimentalismo resultan
compensadas por una verdad y una intensidad, un sabio entrelazamiento de lo
leído y lo vivido, que le permiten no incurrir nunca –o casi nunca– en el tedio
de lo banalmente consabido o lo convencionalmente poético, tan habitual en los
libros de versos correctos y prescindibles.