Lope de Vega
Códice Durán-Masaveu
Edición de Víctor de la Concha y Abraham Madroñal
Durán
Fundación María
Cristina Masaveu
Oviedo, 2012
“¿Acaso vive desconocido el poeta futuro?”, se preguntaba
irónicamente Cernuda en el poema “Un contemporáneo”, en el que pretendía,
hablando de sí mismo, demostrar precisamente lo contrario. Y añadía: “Lope fue
siempre el listo Lope, vivo o muerto”.
Efectivamente,
en contra de lo que quiere el mito romántico, el desconocimiento de un gran
escritor por parte de sus contemporáneos tiene más de excepción que de regla. Y
Lope de Vega fue, desde su juventud, admirado, venerado, casi idolatrado como
ningún otro autor. Buena prueba de ello es que su protector, el duque de Sessa,
guardaba cuidadosamente todo papel salido de sus manos, incluso aquellos –ciertas
cartas, la huella de determinadas trapacerías eróticas– que no decían demasiado
a su favor.
Gracias al
duque de Sessa conservamos más autógrafos de Lope que de ningún otro escritor
de su tiempo. El Códice Durán, que ahora se reedita hermosa e inteligentemente,
es una de las colecciones más famosas. Los aficionados sabían de él, los
estudiosos ya habían reproducido el material inédito, pero solo unos pocos
afortunados habían tenido la ocasión de hojearlo, explorarlo, disfrutarlo.
El códice
está formado por diversos cuadernos de trabajo de los últimos años de Lope.
Contiene poemas, fragmentos de comedias, textos en prosa. Lope apuntaba,
corregía, tachaba, iba tanteando hasta llegar a la solución final, casi siempre
la más hermosa y de apariencia más natural. Él se refirió, en unos versos
famosos, a que “la pluma y el castigo”, esto es, la corrección, debían dejar
“oscuro el borrador y el verso claro”. Su verso claro –aunque no siempre,
también quiso presumir de autor rebuscadamente culto, como su gran enemigo
Góngora– está en la memoria de todos; esta edición nos permite curiosear en los
oscuros borradores que mucho pueden enseñarnos sobre la psicología de la
creación.
Pero al
lector no le atrae menos la historia del propio códice, que daría para una
entretenida novela. Durante más de un siglo estuvo guardado, junto al resto de
los miles y miles de papeles de Lope, en la biblioteca de los duques de Sessa. En
1750 se extingue el mayorazgo y esa biblioteca y todos los otros bienes van a
parar a la casa de Altamira. En esos años no parece que fueran muchos los que
se acercaran a ellos. La dispersión de los manuscritos comienza en los primeros
años del siglo XIX (y no en su segunda parte, como indica, citando a Amezúa, el
prologuista de esta edición).
Intervino
en la dispersión un racionero de la catedral de Sevilla, don Miguel de
Espinosa. En 1814 hizo de intermediario para que el joven Agustín Durán, tío de
Antonio Machado, editor del romancero, adquiriera uno de los tomos de las
cartas de Lope, y más adelante le regaló el códice que ahora se reedita,
después de rechazar “una respetable suma que le ofrecía un extranjero para
vendérselo, según recuerdo, a Lord Holland”.
Lord
Holland fue el noble inglés, gran aficionado a las cosas de España, que
protegió a José María Blanco White y a tantos otros liberales españoles. A
pesar de la negativa del racionero, el códice acabaría en Inglaterra. Agustín
Durán se lo regaló a su hijo Francisco Durán y Cuervo y este a su hijo
Francisco Durán y Servent. En 1924 Manuel Machado pudo estudiarlo en casa de
las hermanas de este último. Pocos años después, en 1928, se subastaba en
Londres. Lo compró Pedro Masaveu por cincuenta mil pesetas. Hoy es propiedad de
la corporación Masaveu.
En el
prólogo –sin firma– a esta edición preparada por la Real Academia Española se nos
indica que la dispersión de los papeles guardados por el duque de Sessa pudo
tener lugar “en el periodo revolucionario de 1868 a 1875” , pero todos los datos
que la propia introducción (quizá redactada por varias manos) ofrece lo
desmienten. En 1850, Agustín Durán le regalaría a su amigo Pedro José Pidal
parte de los manuscritos que le proporcionó el racionero (se trata del Códice Pidal).
Fueron las
ideas románticas quienes añadieron nuevo valor a los papeles de Lope, primero a
ojos de los extranjeros y luego de los propios españoles liberados de las
anteojeras neoclásicas. Y fueron las turbulencias de la llamada guerra de la Independencia (ese
nombre ya es una interpretación ideológica) las que abrieron apolilladas
bibliotecas nobiliarias a la curiosidad de los eruditos. ¿Qué relación tenía el
racionero sevillano Miguel de Espinosa con los condes de Altamira? La novela de
la literatura puede descubrir ahí uno de sus capítulos más apasionantes.
Con una
elegía, que los eruditos creen dedicada a Amarilis, Marta de Nevares, comienza
el Códice Durán: “Tan vivo está en mi alma / de tu partida el día, / que vive
ya mi muerte, / no vive ya mi vida”. Pero Amarilis murió en 1632 y el poema
está escrito antes de 1631; se trataría en todo caso de una elegía anticipada.
Antes de escribir “de tu partida el día”, tantea Lope: “aquel tiempo presente”,
“aquel último presente”.
La
reproducción facsímil, con los rasgos, los tachones y los borrones de Lope, es
para mirar y admirar, para el placer fetichista. La trascripción, con buen
criterio, se nos ofrece a dos columnas: en la primera se reproduce el
manuscrito con sus enmiendas; en la segunda, el texto “en limpio”. Lope escribe
utilizando abreviaturas, sin preocuparse de la puntuación ni, por supuesto, de
la ortografía.
El estudio de los manuscritos de
los grandes escritores españoles debería recomendarse a quienes se desmelenan
apocalípticamente ante la decadencia de la ortografía, símbolo para ellos del
hundimiento de la gran cultura. Durante siglos, esos detalles menores fueron
cosa de los regentes de imprenta y de los correctores.