Dominio (Poesía 1989-2014)
Rafael Fombellida
Sevilla.
Renacimiento, 2015.
Los poetas se pueden clasificar de muchas maneras. Una de
ellas es la de aquellos que dan lo mejor de su obra en los primeros libros –y
luego, si no mueren jóvenes, se dedican a retirar una retórica– frente a
quienes tardan en encontrar su voz, pero luego van enriqueciéndola y
madurándola progresivamente.
Rafael
Fombellida, nacido en Torrelavega en 1959, pertenece al segundo grupo. Muy
activo en la vida literaria de Cantabria durante las últimas décadas, junto a
Carlos Alcorta y Lorenzo Oliván, al reunir y organizar su poesía completa en Dominio ha prescindido de sus
publicaciones iniciales, “entre el hermetismo y el impresionismo”, para centrarse
en la línea que culmina con Di, realidad (2015), que le acredita
como uno de los nombres imprescindibles en el panorama de la poesía española
contemporánea.
Rafael
Fombellida escribe, como todos los poetas verdaderos, desde la experiencia y la
cultura. Al contrario que a buena parte de los poetas surgidos en los años ochenta,
no le ha interesado acercarse al lenguaje coloquial. Nunca ha pretendido
escribir como se habla, dar voz al hombre de la calle. Lo suyo es el lenguaje
literario, a veces incluso convencionalmente literario, lo que puede provocar
el rechazo de algunos lectores impacientes. Los primeros versos del poema que
inicia Dominio dicen así: “Blanco del
cazador es el caído / en la celada inmóvil de la nieve. / Una quietud profunda desampara / su indefensa
pisada ante el abismo”. Y más adelante, en el mismo libro, Deudas de juego, nos encontramos con otros que en ocasiones suenan
a ejercicios de estilo, como los poemas viajeros o los retratos y monólogos
dramáticos (Antonio Machado, Umberto Saba. José Luis Hidalgo) de “Hombres
solos”. Las continuas citas en diversos idiomas nos indican, quizá demasiado
explícitamente, la voluntad del autor de trascender el provincialismo, de
insertarse en la tradición mejor de la poesía occidental.
Tantea,
indaga, explora Rafael Fombellida y por fin encuentra un mundo propio y una voz
inconfundible para expresarlo. Sus mejores poemas tienen un aire entre onírico
y cinematográfico, narran una anécdota, muy visual, a la vez cotidiana y
apocaliptica. Son poemas que hablan de insomnios, deformes cuerpos desnudos,
inconcretas amenazas, un mundo hostil que está fuera y a la vez dentro de
nosotros. Poemas expresionistas, de impactante trazo grueso, entre “El grito”,
de Munch y la pintura de Lucian Freud (a quien se cita expresamente) o de
Francis Bacon.
La poesía
más directamente confesional (la que habla, por ejemplo, de la muerte de los
padres), la más propicia a la falacia patética, está resuelta de una manera
ejemplar. En “Quiet song” el tono se vuelve sorprendentemente coloquial,
próximo al que los poetas del realismo sucio: “Estoy sentado solo, bajo la
marquesina / transparente de una estación de tren. / Una estación del
extrarradio / con grafitos, orines y paneles / de polímero blanco. / Se ha levantado
un viento del demonio”.
Sorprende
este lenguaje en un poeta que al que parece gusta hablar, más que de lo que
pasa en la calle, de “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”
(sin llegar, claro, a los extremos de un Caballero Bonald). Los versos finales
nos aclaran por qué quien ha amado siempre las estaciones (“las del cine, / la
de Valencia, la de mi ciudad, / Madrid-Príncipe Pío, aquella en donde muere /
el guardavías de Ana Karenina”)
convierte esa estación del extrarradio en una antesala del infierno.
No son
frecuentes estos poemas en que el lenguaje directo y sobrio contrasta con el
descarnado contenido emocional. Rafael Fombellida prefiere los que nos cuentan
minuciosamente una historia entre apocalíptica y absurda, pero siempre
desasosegante, siempre una parábola del sinsentido de vivir.
Los poemas
viajeros de los primeros libros, aquellas gratas melancolías en Lisboa o
Coimbra, reaparecen ahora metamorfoseados, convertidos en eficaces parábolas de
su visión del mundo. En “Odiseo en el Báltico”, es un Ulises contemporáneo el
que sabe que su sitio no está en la isla de Circe ni en ninguna Ítaca: “Bajo la
neutra luz del aeropuerto / era yo quien rogaba una salida a la amplitud vacía
/ que se abría delante. Era quien imploraba la huida a un infinito / cruzado
por coágulos sigilosos de nieve, / indefinido y blanco / en el cual nunca
habría más allá, / nada para los pasos, nadie para un regreso”.
Partiendo
de donde tantos contemporáneos suyos, los poetas del ochenta, extraviándose a
veces en los recodos del camino, Rafael Fombellida ha llegado hasta un dominio
propio, hasta un territorio exclusivamente suyo. Di, realidad, el último libro publicado hasta la fecha, lo acredita
cumplidamente. Áspero y confortador, desasosegante y lúcido, no salimos
indemnes de sus páginas. Bastan los poemas de ese libro –pero hay muchos más en
estas poesías completas voluntariamente incompletas– para que podamos
considerarle como uno de los pocos autores imprescindibles de la poesía de hoy.
Todo el mundo desea que vuelva Zapatero.
ResponderEliminarNo sé por qué el de arriba se presenta como anónimo, cuando en su frase deja claro que se llama "Todo el mundo". ¿No es un poco contradictorio? Digo.
Eliminar¿hay algo más anónimo que ocultarse bajo "todo el mundo"
ResponderEliminarAnónimo III
Lo encuentro muy filosófico. Sería interesante conocer otros escritos teóricos suyos.
ResponderEliminarLa voz poética parece la de un personaje del Infierno de Dante, como Ciudad del Hombre (New York) de Fonollosa, pero de léxico más enlodado.
EliminarQuería decir El Bosco, vaya error.
EliminarPienso también que es muy confesional.
Eliminar