Juan Bonilla
Los días heterónomos
Fundación José Manuel Lara.
Sevilla, 2025.
A los
géneros literarios les sienta bien el mestizaje. Las novelas que solo son
novelas no suelen ser buenas novelas, la poesía pura cansa pronto y suele
resultar indigesta.
Juan
Bonilla ha tenido el acierto de añadir a su último libro, ya de por sí una
“silva de varia intención”, cinco textos que dejó fuera de la recopilación de
su poesía completa, publicada en 2023, por ciertas dudas acerca de su condición
genérica.
Uno
de ellos, “Aquís”, es una pieza maestra: a partir de los lugares en que ha
vivido, y que se localizan por Google Maps, el autor traza un autorretrato y
una impactante autobiografía fragmentaria.
Otro de ellos, por el contrario, “La secta de los viles”, me parece que
ejemplifica –puedo equivocarme-- las limitaciones del escritor, aunque
brillante ensayista, como pensador, como analista social. El poema podía ser un
cuento –recordemos “La secta del fénix”, de Borges-- o un ensayo con elementos
de ficción, o al revés. No importa el membrete, importa que desarrolla una
tesis sugerente con argumentos falaces. Los viles serían la gente común, la
clase media, despreciada por los ricos y los “intelectuales”. ¿Pero a qué clase
pertenecen la mayoría de los intelectuales, entiéndase por ello lo que quiera
entenderse, sino “a las parejas de dos sueldos / con sueños leves y ambiciones
bien domadas”? No vamos a entrar en la confusión mental del texto, que más bien
parece una réplica a Los héroes de Carlyle que una crítica de la
sociedad contemporánea. Pero se agradece que un libro de poemas haga pensar,
aunque sea para discrepar, y no se limite a la vaga ensoñación o a las
variaciones sobre el carpe diem.
Que no escasean, por cierto, en Los
días heterónomos. El punto de partida, el origen de los poemas más
recientes, parece ser una enfermedad del autor (“Prescripción facultativa” se
titula el primer poema) que le lleva a un replanteamiento vital: “Ahora se
magnifica / lo que antes no era nada. / Es una luz distinta / que empequeñece
el mundo / y agiganta la vida”. A esa serie pertenecen algunos de los poemas
más memorables del libro, con títulos tan significativos como “Esplendor”,
“Milagro” o “Día perfecto”.
Pero al tono hímnico, que fatigaría
en un libro de cierta extensión, le acompaña la sátira y los apuntes de poesía
social. Fácil resulta poner nombre propio, aunque es especie que no escasea, a
ese “Poeta heroico” al que se dedica un epigrama, mientras que el destinatario
de otra invectiva figura ya en el título: “Kissinger”. Una puesta al día de la
poesía social encontramos en “Despachos”.
Abunda los poemas eróticos,
glorificación algunos de ellos del viejo tema –algo rechinante hoy en día-- del
amor mercenario. Pero Juan Bonilla no es un poeta que guste de lo
“políticamente correcto”. No escasean en sus versos pasajes que podríamos
considerar ofensivos para una sensibilidad contemporánea. El más llamativo de
ellos aparece tres veces, dos en el mismo poema, “Esplendor”, y otra en
“Tecnopersona”, y casi con las mismas palabras: se llama “tarados” a las
personas con alguna discapacidad que participan en una competición deportiva
(los Juegos Paralímpicos, por ejemplo) y considera “ovación de tarados” la que
quienes los aplauden cuando llegan a la meta con gran dificultad.
Una sección del libro se titula
“Rimas” y e incluye una serie de esforzados sonetos que, en buena parte,
resultan prescindibles. Juan Bonilla no parece muy sensible a la música del
endecasílabo y por eso no parecen disonarles versos como “en los cuerpos que
despiertan deseo”, “haciendo de sus ayeres presentes”.
Otros
poemas, en cambio, como “Venus in Furs” o “Últimas horas de un poeta” nos
muestran que es capaz de utilizar la rima consonante sin incurrir en el
trabajoso ripio (al comienzo de un poema, por lo demás no desdeñable, rima
“adagia” con “magia”).
No faltan los juegos de palabras,
tan habituales en el autor: “La esperanza es lo último que nos pierde, / y
gloria a Dios en las harturas”, “de tanto andarte por las tramas” o “le dio por
darme labia –y luego labios”.
Llaman la atención los poemas
autobiográficos, no todos incluidos en la sección que se titula “Memorias”.
Especialmente llamativo es el dedicado a evocar la figura del padre, “El día de
regalo”, que lleva el subtítulo de “Borrador de un poema”, aunque podía ser
también borrador de un relato. Al contrario que en “Aquís”, en este caso el
artificio literario que sustenta el texto no parece muy afortunado, por
inverosímil e innecesario, pero el resultado no debería faltar en ninguna
selección de textos que traten de la conflictiva relación entre padres e hijos.
Lo mejor del poeta Juan Bonilla es
que no siempre escribe como se supone que deben escribir los poetas. Escribe
poesía con todas sus obsesiones y saberes literarios. Quizá cuando menos
acierta es cuando quiere ser un poeta como Dios manda (o mandaba) y se aplica
la disciplina del soneto. Pero nuestros errores –se ha dicho muchas veces-- son
la condición indispensable para nuestros aciertos, aunque tampoco convenga
insistir demasiado en ellos como a veces parece hacer el nunca borroso ni
tedioso –y ese es un mérito más raro de lo que parece en un poeta-- Juan
Bonilla, uno de los pocos nombres imprescindibles e inconfundibles de la actual
literatura española.