Felipe Benítez Reyes
Las identidades
Visor. Madrid, 2012
Como resulta bien sabido, ningún libro es el mismo libro
para todos los lectores. Hay lectores inéditos y lectores habituales; los que
se enfrentan por primera vez a un autor y los que acostumbran a frecuentarlo.
En el caso de Felipe Benítez Reyes, me encuentro entre los segundos. Más de
treinta años hace que publica poemas, más de treinta años hace que le leo. Abro
por eso Las identidades no exento de
prejuicios y con un cierto temor, sin esperar sorpresas, demasiado seguro de lo
que voy a encontrarme.
En un
principio, los prejuicios parecen confirmarse: poemas como deshilachados, que
juegan a la vaguedad, a las grandes cuestiones sobre el tiempo y el olvido,
sobre el ser y la nada.
En la
segunda parte del volumen –“Actualidades y símbolos al paso”– nos sorprende el
brío y el brillo de costumbre. Se trata de poemas más anecdóticos y
circunstanciales, en algunos casos casi, o sin casi, postales viajeras (“Postal
del Báltico” se titula uno de ellos). “Palacio de Invierno, San Petersburgo”
contrapone la suntuosa escenografía barroca, minuciosamente descrita, a “la
imagen del campesino / que vuelve a su cabaña entre la nieve, / la nieve como
un mármol, / la noche como un trono en el vacío”. El mismo recurso encontramos
en “Alcazarquivir”: la resonancia heroica del nombre, por un lado, con su
evocación del poeta Francisco de Aldana, y el olor a pescado viejo en los
alrededores del mercado, “la realidad de hoy y el ensueño de ayer”. El más
extenso de los poemas de esta sección constituye un auténtico reto. ¿Es posible
escribir hoy un poema sobre Pessoa y Lisboa que no suene a lo consabido, que no
esté lleno de manidos tópicos? Benítez Reyes demuestra que es posible y su
“Lectura de Lisboa” se convierte en una obra maestra de la poesía impura, de la
poesía que no prescinde de la anécdota, que nos habla del mundo que está fuera
del poema y que puede utilizarse incluso como guía de viaje y como manual de
retórica.
Con no
menos asombro leemos otro poemas de los que algunos considerarán menor, ese
“Nápoles, plaza Garibaldi”, que algo tiene de guión cinematográfico, de
trepidante inicio de una costumbrista comedia italiana.
A la poesía
viajera –hay también un “Cuento de Tokio”, que parece reescribir un relato de
Clarín, y un poema titulado “Turistas”– se añaden las muestras de lo que podría
denominarse poesía social, no demasiado frecuentada por Benítez Reyes (al
contrario de lo que ocurre con García Montero, su compañero de generación). Los
poemas “El precio de un soldado” y “Playa de Rota, octubre de 2003” nos hablan del negocio
de la guerra y de la emigración clandestina y lo hacen sin incurrir en el
tópico inane ni en la falacia patética. Tampoco incluye en esa falacia
“Hospital” ni los otros poemas del libro en que se alude –con pudor– a una
muerte cercana. El olor, la luz artificial, el pasillo con perspectiva de
túnel, los enfermos entrevistos… Como Antonio Machado, el mejor Felipe Benítez
Reyes es un maestro en el uso del símbolo disémico; sabe dar doble luz a su
verso; trascender la anécdota realista.
Volvemos a
leer con más atención el resto del libro y descubrimos en él, tras la niebla
retórica inicial, al gran poeta de siempre que se atreve a dar una vuelta de
tuerca a su poesía. A Francisco Brines se le homenajea en el título de un
poema, “La palabra en la oscuridad”, y de Francisco Brines, especialmente de su
libro Insistencias en Luzbel,
proceden algunos recursos que Benítez Reyes lleva un paso más allá.
Las
paradojas del tiempo, del olvido, de la identidad –de las identidades sucesivas
que nos constituyen– son formuladas en poemas que avanzan entre tanteos, que
recurren una y otra vez a la paradoja, que no buscan el golpe de efecto ni la
imagen brillante. “Entre signos de interrogación” se titula uno de los poemas;
entre signos de interrogación parecen escribirse muchos de ellos, los más
arriesgados, los más característicos de este nuevo libro.
En el que
no falta –ya lo he dicho– el Benítez
Reyes de siempre. El que gusta de la culturalista enumeración caótica
(“Antigüedades”), del mundo del circo, convertido en símbolo de la vida humana
(“El espectáculo”), de los viajes soñados en la infancia, el dedo sobre el mapa
(“Atlas Geográfico Universal, 1972” ),
del humor (“Tabaco: el propósito y la enmienda”).
Poesía
metafísica, sapiencial, es la más característica de este nuevo libro de uno de
los grandes poetas de hoy, pero su sabiduría está hecha de conjeturas,
paréntesis, hipótesis, divagaciones. A unas pocas ocasiones, como en “Canción
del dejarse llevar”, parece aproximarse a la poesía despojada, cotidiana en
hímnica del último Vicente Gallego.
Los
lectores habituales de Benítez Reyes entramos Las identidades con un cierto temor a encontrarnos la reiteración algo
cansina de una esmerada caligrafía. Y hay reiteración, pero no nos importa, y
hay un intento de ir más allá, de ir más hondo, que a veces resulta frustrado,
pero tampoco nos importa. Las ocasionales caídas constituyen la mejor
demostración de que el poeta está vivo, sigue creciendo, arriesgando. Y
sorprendiéndonos, admirándonos, enriqueciéndonos.
Tope con pared. Creida iba por la vida;leyendo una y otra vez poemas conocidos, suspiros con ellos, ahora me doy cuenta que no sabía nada. Tan ignorante. Me hace conocer el más importante el que llegue mañana. Feliz navidad. Besitos
ResponderEliminarBUENA Y MINUCIOSA CRÍTICA DE LOSÉ LUIS GARCIA MARTÍN.
ResponderEliminarIDENTIDADES SERÁ UN BUEN REGALO DE REYES QUE ME HARÉ
No te defraudará.
ResponderEliminarJLGM
Duro como siempre y comprensivo y alentador a la vez.
ResponderEliminarMejor que una reseña o una crítica, preferimos que se reproduzca un fragmento o pasaje del libro en cuestión, para así saber si nos gusta (en su forma y en su contenido, que en realidad son la misma cosa) y de este modo poder juzgar por nosotros mismos.
ResponderEliminarAunque generalmente discrepamos de sus opiniones, le deseamos sinceramente un feliz 2013.
zUmO dE pOeSíA
Leo ahora la nota del "zumo". No estoy de acuerdo. El libro puede hojearse en muchas librerías; las opiniones de JLGM sólo puede darlas él.
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