Luis Antón del Olmet
Historias de asesinos, tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas
Edición de Rubén
López Conde
Ginger Ape Books & Films
Almería, 2012
El día dos de marzo de 1923, a las tres de la
tarde, sonó un disparo en el saloncillo del madrileño teatro Eslava. Se estaba
ensayando la obra El capitán sin alma,
estrenada poco antes en San Sebastián. Sus autores eran Luis Antón del Olmet,
uno de los nombres más significados en la literatura del momento, y Alfonso
Vidal y Planas, un escritor recién salido del famélico mundo de la bohemia
gracias al éxito de Santa Isabel de Ceres,
melodrama sobre una prostituta que se redime gracias al amor de un poeta (al
parecer tenía un trasfondo autobiográfico). La relación entre ambos
colaboradores resultaba desigual: uno, de fuerte carácter, acostumbrado a los
lances de honor, marcaba siempre el rumbo, imponía las decisiones; el otro, un
apocado ex seminarista maltratado por la vida, aceptaba gustoso el segundo
plano, la reiterada humillación. Pero algo ocurrió aquel día, o algo había
ocurrido aquellos días, y a las tres de la tarde sonó un disparo y la víctima
se convirtió en verdugo.
Como no
podía ser de otra manera, aquel asesinato ocupó la primera plana de los
periódicos durante bastante tiempo. Alfonso Vidal y Planas fue a la cárcel,
siguió colaborando desde ella en numerosas publicaciones, sobre todo en las
dedicadas a la novela corta, tan populares entonces. Luego se perdió su pista
en el turbión de la guerra civil hasta reaparecer –Francisco Ayala lo cuenta en
sus memorias– en Estados Unidos convertido en profesor universitario de
filosofía.
Fue un
crimen extraño el del teatro Eslava. Desde el primer momento las simpatías se
dirigieron todas hacia el asesino. Alfonso Vidal y Planas era un buen hombre,
aunque un mal escritor. Todo lo contrario que Luis Antón del Olmet, un
personaje sin escrúpulos al que muchos odiaban, pero un más que notable
escritor.
Lo
confirman estas Historias de asesinos,
tahúres, daifas, borrachos, neuróticas y poetas que ahora reedita una poco
conocida editorial y que quizá sirvan para llamar la atención de otras y
rescatarle del purgatorio de las librerías de viejo. Reúne el tomo, cuya
edición original es de 1913, cinco relatos publicados inicialmente en El cuento semanal y en Los contemporáneos, las famosas revistas
dirigidas por Eduardo Zamacois. El tono de cada una de ellas es muy distinto;
demuestran a las claras que Antón del Olmet distaba de ser un escritor
monocorde, al contrario que el quejumbroso Vidal y Planas.
“Vaho de
madre”, ambientada en Galicia, tiene el garbo estilístico de los esperpentos,
aunque en 1911 –cuando se publicó por primera vez– Valle-Inclán apenas había tanteado esos
caminos.
El relato
siguiente, “La verdad en la ilusión”, está dedicado “a un hombre bárbaro y
feliz que vive sin penas y sin literatura”, todo lo contrario del autor. Se
trata de una utopía que, como todas, habla del mundo contemporáneo. El narrador
se despierta en la vitrina de un museo “expuesto como un vestigio de
civilizaciones pretéritas”; vuelve a la vida cuatrocientos años después. El
mundo del futuro es un mundo de hombres desdentados porque se alimentan con
píldoras, que no tienen nombre sino número, que no conocen la familia ni el
amor: “Un ciudadano del siglo actual sabe que cuando los hombres eran bárbaros
cortejaban a las mujeres, las perseguían, pillaban catarros bajo sus balcones,
se casaban con ellas. Eso pertenece a un pasado pintoresco y lírico, realmente
despreciable y ruin. Ahora un hombre consciente sabe qué es una mujer, en qué
consiste una mujer, la analiza, la ve en todas su entrañas, en todas sus
células. No puede amarla. Se limita a comprenderla”. Antón del Olmet quiere
dejar claro que el mundo futuro del que habla no es más que una caricatura del
actual. “Hemos llegado al extremo –le explica el ciudadano del mañana al
narrador–- de ser preciso halagar con premios importantes a los que pierden su
tiempo, el áureo tiempo que reclama el estudio, procreando estúpidamente”. Y
este responde: “Algo así fue necesario hacer en Francia cuando yo vivía”. De
todos lo inventos que Antón del Olmet imagina en su mundo futuro solo uno se ha
hecho realidad: el teléfono sin hilos que suena de pronto en un bolsillo.
En “La
viudita soltera” lo que menos importa es el relato de un contrariado amor
adolescente. Por las mismas fechas en que Pérez de Ayala evoca la vida en los
colegios de jesuitas en su novela A.M.D.G,
Antón del Olmet sitúa a su personaje, de quince años, en un internado de
Orihuela. Y cuenta, sin demasiado escándalo, sin ponerles su verdadero nombre,
anécdotas de la vida colegial que tienen que ver con el abuso sexual y con los
malos tratos.
El tono
vuelve a cambiar en “¡Quiero que me ahorquen!”, que aúna costumbrismo y feísmo
con ecos de Poe y de Dostoievski. Como todos estos relatos, tiene un gran valor
sociológico: ayuda a comprender la sociedad de hace un siglo mejor que muchas
sesudas monografías.
Costumbrismo
hay también en “La risa del fauno”, pero ahora no ambientado en los barrios
bajos madrileños, sino en la buena sociedad que veranea en La Granja en torno a la Infanta. La historia que se nos
cuenta es claramente una historia de amor entre mujeres. No se emplea nunca la
palabra lesbianismo, pero no se nos ahorran los detalles. Se trata de dos
amigas que viven juntas. Una se ha demorado en la cama; la otra, que no quiere
llegar tarde a misa, le dice al despedirse: “Ahora un besito. No; ha de ser en
los dientes, en los dientecillos”. Y así continúa el narrador: “Laura se
defendía débilmente, hurtando el cuerpo, lanzando risas entrecortadas en un
pugilato lleno de coquetería. Al fin quedó presa entre los brazos robustos de
Rosa. Y sus labios gruesos y rojos se hundieron en los labios finos y exangües
de Laura, y estuvieron un momento, avariciosos y glotones, acariciando la nieve
de aquellos dientes diminutos”.
La obra
literaria de Luis Antón del Olmet es abundante, a pesar de su breve vida (que
daría sin embargo para una novela al estilo de Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada). Y esa obra –al
contrario de la que tantos bohemios– no es una anécdota más en una vida llena
de ellas. Luis Antón del Olmet merece figurar por derecho propio –como narrador
y como cronista excepcional– entre los escritores más destacados de su tiempo.
Don José, Luis gracias por su sentido del humor al disfrazarse, cada semana de una forma, es un buen homenaje al recién, fallecido Miliki, gracias
ResponderEliminarMaría Giralda
Bonita forma de llamarme payaso. Pero se trata de una estupenda profesión.
ResponderEliminarJLGM
no entiendo esta diatriba en los comentario, pero es imposible entender a María Giralda, sólo es posible suponer lo que quiere decir.
ResponderEliminarPor lo demás, me ha parecido interesante este libro reseñado. Lo pondré en la lista.