Andar. Una filosofía
Frédéric Gros
Taurus. Madrid, 2014.
El paseo, esa actividad
cotidiana en la que apenas reparamos. resulta tan artificioso y cultural como
una representación de ópera o un partido de fútbol. A los griegos de la época
clásica les gustaba pasear y charlar. ¿Cuántos siglos tuvieron que pasar para
que los ciudadanos le volvieran a coger el gusto a la calle? Las calles eran de
los que no tenían casa, de los pilluelos y las busconas. Los caballeros las
cruzaban rápidamente y en coche o en litera. Cierto que muy pronto se
habilitaron lugares como el madrileño Paseo del Prado, pero eran lugares donde
se iba a determinadas horas, a verse y a dejarse ver, a establecer contacto,
aunque solo fuera visual, con el otro sexo. El paseo urbano tal como hoy lo
entendemos, el salir a dar una vuelta sin ir a ninguna parte, es una actividad
tan natural como un poema de Baudelaire. Y de hecho se inventó en el París de
Baudelaire, cuando la ciudad, después de las reformas de Haussmann, se
convirtió en el mayor espectáculo del mundo.
Damos por sentado que pasear, salir a ver escaparates,
tomar un café, respirar el aire de la calle, es una actividad cotidiana que no
necesita justificación, pero nos basta abandonar la civilizada Europa e irnos a
ciudades como Lima o Bogotá para que la gente se lleve las manos a la cabeza
cuando pretendemos hacer algo tan sencillo. De los límites bien vigilados de la
urbanización solo se puede salir en coche. Para poder pasear tranquilamente hacen
falta calles urbanizadas, un servicio de limpieza, policía que no se parezca a
la de Iguala, México, o Cartagena, España.
“Un ensayo sobre el paseo en la historia y en la
literatura universales” subtitula Javier Mina su libro El dilema de Proust (Berenice), en el que la erudición nunca abruma
y no escasean los rasgos de humor. Andar,
de Frédéric Gros, se subtitula “Una filosofía”, y se lee de otra manera: es,
antes que nada, espléndida literatura, con pasajes que se aproximan al poema en
prosa.
Unos cuantos andarines ejemplares son estudiados en el
libro de Gros. Comienza con Nietsche, cuya alacridad filosófica, tiene mucho
que ver con el gusto por los largos paseos; termina con Gandhi, que convierte
las marchas en parte esencial de su acción política. En medio quedan Rimbaud y
su ansia de huir; Rousseau y las ensoñaciones de un paseante solitario; el
vagabundeo melancólico de Nerval, la higiénica rutina de Kant y “la conquista
de lo salvaje” de Thoreau.
Henry David Thoreau es quizá la figura central del volumen,
la que está vista con más admiración. Un gran caminante es a menudo lo
contrario de un gran viajero. Thoreau caminaba varias horas al día, todos los
días, pero lo hacía por los alrededores de su casa. Y sin embargo su libro Walden ha fascinado a más lectores que
cualquier libro de viajes. “No hace falta ir muy lejos para andar”, explica
Gros. El verdadero sentido de la marcha no es ir hacia otros lugares, “sino
estar al margen de los mundos civilizados, sean los que sean”.
Por eso dedica un capítulo a la filosofía cínica de la
antigua Grecia, al denostado Diógenes y sus compañeros: “Rico es aquel que no
carece de nada. Y el cínico no carece de nada, pues ha hallado el gozo de lo
necesario: la tierra para descansar el cuerpo, el alimento que encuentra en su
vagabundear, el cielo estrellado como techo, las fuentes para saciar su sed”.
Lo que Gros nos ofrece en su libro es una filosofía y una
poética del andar sin rumbo fijo: “Caminar es ponerse a un lado: al margen de
los que trabajan, al margen de los productores de provecho y de miseria, de los
explotadores y de los laboriosos, al margen de la gente seria que siempre tiene
algo mejor que hacer que acoger el tenue resplandor del sol en invierno o el
frescor de la brisa en primavera”.
Los capítulos biográficos alternan con otros que tratan
temas como la soledad, el silencio, la eternidad; en ellos la vivaz prosa
ensayística –ejemplo siempre de la celebrada claridad francesa– se acerca con
frecuencia a las fronteras de la poesía, como cuando enumera los distintos
tipos de silencio: “Está el silencio del alba. Hay que partir muy temprano en
otoño cuando la etapa es larga. Fuera todo es violeta, la luz repta bajo las hojas amarillas y rojas. Es un silencio atento. Caminamos sin ruido entre los
grandes árboles oscuros, envueltos aún en una tenue noche azul. Casi nos da
miedo despertarlos. Todo susurra en voz baja”.
Frédéric Gros nos ofrece, junto a una sugerente filosofía
del andar, todo un arte de vida.
¡Los recortes! Esas "ojas" sin hache, de verdad que no quedan bien. Todo lo demás, sí, claro. Gracias.
ResponderEliminar"caminar es ponerse a un lado"
ResponderEliminarE ir en coche también.La DGT recomienda ponerse a la dcha.se le nota el margen,el espacio y hasta el salto de página..
Enfin.Saludos.Dña Nadie.
Una excelente recomendación. No sé si conoce "The lost art of walking" de Geoff Nicholson.
ResponderEliminarSi se refiere Anónimo al marajá de la melancolía hay ejemplos vivientes en este nuestro pais Espero que sea divertido como dice el autor.Lo pongo en lista de espera,y aprovecho para que lo lea un amigo mio antes a ver que impresión saca en consecuencia.D.N.
ResponderEliminarUna lástima que caminar acá en latinoamérica sea sinónimo de peligro es fácil para los europeas disfrutar d las calles d París..no queda otra q irse a las montañas más siempre con un cucjillo.. Saludos desde arg
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